Tresfilos Tavares : Mentiras y fantasmas. Confesiones en Mc Donald's,

SESENTA Y DOS
Ese día Tavares se despertó con algunas molestias en la rodilla tanto como para demorarse en la cama un rato más.
Semidesnudo, bebió un café de pie evitando apoyar la pierna dolorida y a poco la lluvia caliente vivificaba su cuerpo fatigado.
Recordó sus días felices de sparring y el trabajo intenso en el ring, pero de eso parecía que mediaba una eternidad. Por momentos pensaba si no estaría a las puertas de la vejez… no quería ni imaginarlo pero ya contaba con treinta y siete, los años suficientes para recluir en las tribunas a la mayoría de los deportistas.
Para mayor contraste, por su mente danzaban con lascivia las dos mujeres, incitándolo a unírseles, como para adivinar bajo el maquillaje extravagante el llamado a no detenerse en las búsquedas por la liberación femenina. Ellas desafinaban a dúo y con voz aguardentosa invocaban, como en un ritual de los chamanes, que los imposibles son inevitables como las lluvias torrenciales del verano.
Los imposibles, los sueños, los veranos también habían sido robados por el ministro, subrepticiamente, como acostumbran a hacer los banqueros y los ladrones…
Quizá por eso, lo suyo distaba del vivir atosigado del ministro queriendo explicar lo inexplicable, persistiendo como los antecesores en el Ministerio en evocar fortalezas al nombrar el trigo o la productividad o la transparencia, pero escamoteando lo básico como el pan o el trabajo o la mutua confianza entre las buenas gentes.
Preparó el mate y asomó a la ventana. Abajo, junto al portón 6 se lo veía a Raúl ajetreado como de costumbre a esa hora de la mañana, constatando el ingreso de los camiones y la mercadería, con los remitos y el radio llamado a mano.
El cerro era la contracara de las actividades febriles y se imponía al observarlo con el magnetismo de las cosas fundacionales, erguido sobre la bahía como un anciano e innecesario custodio en la era de los satélites y los submarinos nucleares.
Tavares abandonó la ventana y el divagar acompañante.
Mientras mateaba ojeó el bloc con la intención de hacer provechosa la permanencia obligada en la oficina. El dolor había cedido pero no tanto como para dejar de molestarlo, buscó los analgésicos en la heladera e ingirió dos pastillas.
Escribió un orden de personas a contactar durante la mañana, 1) oficinas de Medios & Medios para interiorizar al señor Perdriel sobre la certeza de un cuarto hombre en la muerte de la Maizani, también preguntarle por la salud de la señora Zavala, porque de ello cabía la posibilidad o no de hacerle algunas pertinentes preguntas a la señora. E interiorizarse de algo, si cabía, sobre la muerte del abogado. De improviso pensó que lo único que faltaba en su ajetreada vida era la infidencia de alguien, como para relacionarlos a él o a Saldaña por las advertencias hechas a Segundo Moral de parte del magnate; 2) Panzeri: llamar para obtener algún dato acerca (del final anunciado) del letrado. Como su experiencia sobre la posibilidad de un cómplice, inconsciente, del asesino. ¿Víctima de un engaño o partícipe secundario a cambio de dinero? No le diría al comisario, subrayado, que el muchacho es muy perspicaz y sabe que no hay sobrevivencia sin billetes, por modestas que sean las ambiciones. 3) Llamar a Cristian, tachó llamar porque resultaba un intento inútil con el teléfono apagado y desechó enviar un mensaje dada la importancia del asunto entre manos. Anotó a continuación, urgente, ubicar a Cristian para escuchar sin mentiras lo que tuviera que decir. Tenía la sospecha que el muchacho sabía mucho más de lo que decía… y de su parte quería darle otra oportunidad, la última, de entenderse en los términos recomendados por Andy Vallejos.
Dejó a un lado el bloc y la birome, mientras derivaba la mirada sobre el paisaje de la oficina, los ceniceros cromados y los equipos de electrónica que utilizaba Cardozo en algunos de sus trabajos, los dos sillones nuevos y el brillo que le imprimía la señora de la limpieza dos veces a la semana, con cierta curiosidad detuvo la mirada en el diploma que certificaba la presencia de Cardozo en la exposición de Berlín y la fotografía junto a Hannah, sonrientes en el aeropuerto de Barcelona.
Las expectativas de su socio se habían aplacado de a poco, al constatar la evolución de los negocios al ritmo alocado del intercambio global. Quiebra de bancos por doquier, expansión de compañías, precio del petróleo y la soja al son de la arbitrariedad… El flujo abierto, irrestricto, desbocado se daba solamente en estas playas, decía Cardozo, pero controlado y manipulado por las grandes compañías y los bancos extranjeros, secundados por los facilitadores y los avivados de siempre…  
Acaparan en sus manos desde la ingeniería financiera de una gran obra a un simple tendido de cables… ¿Y entonces los contratistas tercerizados, los monotributistas, los emprendedores de qué vamos a trabajar?
Cardozo estaba decepcionado y concluyó a regañadientes que no quedaba otra que seguir... o renovar el círculo pernicioso de emigrar a otras latitudes.
Los dibujos sin horizonte de los niños de Andy, traslucían el mensaje de quienes intuyen el porvenir aunque en su inocencia no atinen a explicitarlo.
Nada bueno lograría cavilando en la solitaria oficina, decidió bajar las escaleras con el dolor punzando la rodilla hasta que salió a la calle. Respiró hondo y a paso lento caminó en dirección al Teatro Solís, instintivamente palpó la culata del S&W guardado en la riñonera.
(espacio)
El paseo había mejorado el ánimo del detective y el dolor en la rodilla declinó hasta sentir una leve molestia, pero la recuperación lograda se esfumó al subir los primeros peldaños de la escalera. Puteó por lo bajo su dolor evitando alterar la paz de sus vecinos.
Ancianos sumidos entre los sueños inalcanzables y el sopor de los fármacos, con la incertidumbre que provoca no reconocer las calles ni las plazas en las pantallas de los televisores, sin presumir lo que ocurría fuera del edificio durante el día, cuando no, despertar aterrorizados por los disparos en la noche.
Tavares se dio a la tarea anotada en el bloc.
La secretaria de M&M le respondió que aguardase en la línea, lo comunico con el señor Perdriel, gracias, buenos días, qué novedades tiene detective, hubiese preferido hablar personalmente pero sé de la tiranía del tiempo, no hay problema lo escucho, desde ahora sabemos entre usted y yo quien es la persona que alteró la escena del crimen, ¡cómo es eso!, el sujeto confesó su participación en el piso trece pero deslindó ser el autor del crimen, ¿qué patraña es esa detective?, señor esto confirma que vamos tras los pasos del cuarto hombre, bueno… espero tener un gran titular detective, confíe es sólo cuestión de horas… ¿el comisario está al tanto?, no es necesario por el momento, viajo al exterior por unos días venga y vea a mi secretaria, entiendo ¿qué me puede decir del accidente del abogado?, sólo cuento con la información de mis periodistas, entiendo otra fatalidad en las rutas…
Al silencio siguió la interrupción de la comunicación.
Acomodó la cebadura y se dio unos minutos a tomar mate, percibiendo por la voz del magnate el desinterés por los hechos, quizá a cambio de un titular que presuponía para el lector una noticia veraz y aceptada como tal, pero a poco, al mismo hecho se atribuían múltiples interpretaciones, hasta convertirlo en un asunto de especialistas o fanáticos convocados por la Buendía en las rondas de debates.
Así había ocurrido con las muertes de la Maizani.
A partir de sus muertes que le fueron atribuidas indistintamente, según los titulares, a las causas naturales o forzadas por una mano asesina, otro tanto para que las especulaciones del móvil exploraran desde el accionar de las mafias belgas o rusas hasta un sicópata solitario obsesionado en matar la belleza, pasando por un crimen pasional pero sin rozar el lado oscuro de la vida íntima de la Maizani. Esto último, cavilaba el detective, por las razones obvias de preservar la fachada moral de un principal, las apariencias por sobre la impotencia y la ira que íntimamente enardecía al magnate de M&M.
Fue en ese momento de la estimulante mateada, que Tavares visualizó una serie de situaciones y episodios vinculados como los eslabones de una cadena. Y de sólo pensarlo, el síntoma de lo inenarrable se manifestó con el renacer del tirón en su rodilla, un dolor fugaz que advertía a las doscientas libras de su categoría el acecho de un peligro.
Tavares sorbió con fruición la bombilla, ruidosamente, mientras ponía en palabras casi inaudibles algunos eslabones: Candela Maizani muerta, Eleonora Zabala recluida en un sanatorio, el abogado Moral probablemente asesinado… ¿acaso la suerte de Saldaña, el guardaespaldas, y la de él mismo como la de Cardozo, engrosarían la lista trágica de los que circunstancialmente estuvieron esos días en el piso trece de la torre del Buceo?
Se sirvió medio vaso de un áspero J&B con hielo tratando de conjurar a los fantasmas de la violencia institucional. Como en una foto carné se materializaron frente suyo en el recuadro de la ventana, sonriendo sin saber por qué los rostros del “gallego” García y de Pedemonte, encendió un cigarrillo en la mayor de las soledades y la persistencia de los espíritus demandantes de respuestas.
Detrás del humo, esta vez asomó a la ventana la cara regordeta y bonachona de la “chancha” Martínez…
Llamó a Panzeri y unos segundos después escuchó su voz.
¿En qué andas Tavares?, en lo de siempre tratando de encontrar la punta al ovillo de algunos asuntos… engorroso trabajo a saber que la violencia tiene múltiples puntas como un plato con fideos, de manual, en efecto, ¿avanzó algo con respecto a la muerte del abogado?, poco pero suficiente, ¿qué quiere decir comisario?, según el forense el tipo no había ingerido alcohol, tenía algunos hematomas en los brazos pero no huesos rotos y el cuello se ofreció como el de un borrego al corte limpio del facón… mano de obra mafiosa, los muchachos revisan los archivos de sicarios croatas, sicilianos y marselleses, y el objetivo preciso para sacarlo de circulación, imagino que por distintos motivos el magnate y señora tienen para festejar, el precio que pagan los traidores y los tránsfugas resumió Tavares… muy romántico lo tuyo, ¿qué otra cosa comisario?, un titular en M&M seguido de un manto de silencio, y otro crimen sin resolver, ¡eso lo veremos! dijo el comisario, encontramos un teléfono tapado de barro y ahora estamos investigando el cruce de las llamadas.
La molestia latente interrumpió las reflexiones surgidas de las conversaciones con el millonario y a su turno con el comisario. Se incorporó del sillón con la convicción del boxeador que al promediar el décimo round, malparado y a sabiendas que la lesión en una de sus rodillas no le impediría aguantar en pie hasta el campanazo del final.
Bajó las escaleras y repitió el desafío de caminar a como diera lugar. Esta vez, en dirección al bodegón de Yiye, el sitio preferido por los changarines a la espera de un contratista para ser reclutados. Saludó, miró las carnes asándose y pidió entraña al pan y media botella de vino de la casa.
Durmió toda la tarde soñando con el hombre invisible…
Despertó asfixiado por el aire fétido que planeaba sobre las azoteas, por la sirena de una ambulancia y el imperceptible dolor royendo la rodilla.
Si se apuraba y con un poco de suerte, alcanzaría a encontrar a Cristian a la salida de la escuela de gastronomía. Por ahora prefería no involucrar a Saldaña en los erráticos pasos de su hijo, primero porque no sería de mucha ayuda y segundo para no interferir innecesariamente en una relación a todas luces compleja.
¿Cómo sería el vínculo con Dieguito a los dieciséis?
No atinaba a imaginarlo, quién sino un visionario hubiera podido cincuenta años atrás explorar nuestro presente, bastaba remitirse al futuro de ellos para advertir la secuencia ininterrumpida de cambios que conducían a la nada, salvo que la existencia se materializarse en poseer un nuevo plasma, cambiar el teléfono o a poco sumirse en la incomunicación y el aislamiento colectivo.
Podría suponerse, había dicho Raúl, que el edificio y el super de la calle Florida son una partícula del mundo, y para nos los mortales, caminantes desconfiados, no daba lo mismo el relato sesgado del ministro que a poco desdibujaba arteramente los contornos de la otra realidad. La nuestra.
Poco antes de las ocho aguardaba en las proximidades de la escuela, cuando las luces del alumbrado callejero se encienden y los criminales y los enamorados, indistintamente buscan refugio en placitas miserables, lugares urbanizados que propenden a diluir historias de trabajo forzado, sudor y sangre donde antes se erguía un conventillo o una fábrica de otro siglo.
Bastaron quince minutos de espera, el cabildeo inicial en la vereda para después dirigirse al patio de comidas de un shopping, la mejor garantía de estar bajo la lente de la cámara… el testigo invisible de una conversación sobre un crimen, entre un detective privado y el niño rubio.
_ Es bueno trabajar, dijo Cristian  mientras bebía Coca Cola, yo aspiro a un empleo bien remunerado en M&M, pero lo bueno a veces no lo es tanto y muchos terminan por desentenderse de lo que los rodea. De modo imperceptible se sacrifica a la familia en nombre del trabajo.
Hombres y mujeres indistintamente.
Mi padre, por ejemplo.
Ellos muchas veces son víctimas de sueños absurdos o libremente esclavizados por alcanzar las metas que demanda pertenecer al status medio, hasta que un día cualquiera ¡zas! se rompe como los cordones viejos de los championes.
Arracimados junto al ataúd los parientes en un paso del duelo maldicen al muerto en voz baja, porque ¿quién de ellos va a enfrentar los gastos? ¿Y las deudas? Algunos sospechan que el hombre los engañó suicidándose aún a falta de una carta del final, porque posiblemente el tipo era consciente que moriría en cualquier momento, sin la  vanagloria previa como en las leyendas, sino al morir en el heroico acto del albañil que cae del andamio, o del actor con la mano sobre el pecho que se desploma inerte frente al público, o el diabético que dormita hasta que estrella su automóvil en el juego perverso de matar al azar y morir… o no.
Se sintieron engañados desde el momento que el muerto en vida, respondía como es habitual: está todo bien. Pero ellos sabían, que al escuchar y repetir la muletilla, se engañaban a sí mismos cada vez que no dudaban en afirmar ligeramente que estaba todo bien…
Cuando la afirmación de estar bien implicaba, detrás de la pátina de progreso, ocultar las deudas en tanto reiniciaban el papeleo en pos una nueva refinanciación, de otro crédito salvador que les quitaría el sueño. O de otro sueño, como marchar al extranjero y así retroalimentar el éxodo perpetuo de la especie humana.
_ Vamos al grano, dijo Tavares dominado por el hastío.
Cristian se demoró buscando las palabras, un poeta había dicho que del laberinto se sale por arriba, encontrar las palabras adecuadas para que el detective le creyese.
_ Créame que esa mujer es una víbora, dijo abruptamente el muchacho.
El detective interpretó sus palabras más que escucharlas, palabras arruinadas por la bulla de los niños jugando en el pelotero o la banda sonora de la última película de Disney resonando en el salón.
Momentos así podían desquiciar el juicio de cualquiera y si la persona está armada, hay un solo paso para desencadenar una tragedia. Jessica Buendía daba cuenta de ello ilustrando con estadísticas fiables, que en los Estados Unidos los lugares elegidos para consumar las matanzas eran las iglesias, las universidades y los shopping centers; hitos desgraciados lamentaba la periodista estrella, que ocurren aún en las sociedades ricas y civilizadas, pero nunca tan desquiciada como la norteamericana.
¡Ha! los norteamericanos…
_ Te escucho, dijo Tavares.
_ Le decía, porque no hubiera podido reconocer mi primer error sin referir a la seductora mujer. Usted sabe, todos hemos sido novios alguna vez, querer a una chica sin límites ni parámetros de lo real, dejándonos llevar por el apasionamiento atropellado o cuasi platónico, pero la mujer de la que hablo es de otro planeta, ella es hermosa, madura y seductora. Un cóctel irresistible para cualquiera, como usted imaginará.
El detective hizo un esfuerzo supremo por no perder palabra ante lo que parecía un embuste más del muchacho o una nueva revelación sentimental relacionada con la Maizani.
_ Al principio me llamó la atención que me diese un trato amistoso cuando con los demás marcaba además de la formal distancia el rasgo de la distinción. La mujer de la que hablo se comportaba con disimulada superioridad acentuando si cabe, al diferente entre los demás. No le voy a decir a usted que me enamoré de la vieja, pero reconozco que fui víctima del deslumbramiento, tanto que no pude decir que no a sus peticiones posteriores. Salvo a una.
Dicho así, me invitó a su apartamento dos o tres veces, fue cariñosa conmigo, se interesaba por mis asuntos, me preguntaba si necesitaba dinero y otras cosas por el estilo. No tardé mucho en darme cuenta que ella padecía lo que mi madre, haber amado sin condiciones para después sentirse abandonada. Esa fue la primera vez que me asusté al oírla, la segunda vez ocurrió no hace tanto…
¿Me cree si le digo que estoy asustado?
Tavares tomó un cigarrillo del paquete, despaciosamente le quitó el filtro y después ante la mirada incrédula de las dos mujeres sentadas en la mesa cercana, se dio a masticar el tabaco, papel incluido. Estuvo a punto de zamarrear al otro y terminar detenido porque a no dudar las horrorizadas mujeres lo acusarían sin miramientos por abusador y conducta antisocial. Mujeres… nuevamente entre el ruido ambiente escuchó el susurro de Andy Vallejos y eso fue como la dosis necesaria de nicotina para serenar su ánimo.
_ Te creo, dijo lacónico.
_ La mujer me confesó el odio que sentía por el padre de sus hijos.
La escuché y recuerdo que le di amparo en un abrazo saturado de humanidad, reconfortante para dos seres conmocionados en las vísperas de cometer una locura.
Ella confiaba en mí, me dijo otro día mientras me entregaba un paquete con el dinero. Repitió que lo odiaba y lo quería ver muerto.
Recién entonces descubrí qué es vivir asustado como para mal soñar y despertar con el cuerpo helado como en una camilla de hospital.
¿Me entiende detective?

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