¿Se equivoca Graciela? Por Enrique Ortega Salinas./ CARAS Y CARETAS


¿Se equivoca Graciela Villar?
“Hay que ser muy mala leche y/o burro para decir que la próxima elección es entre oligarquía o pueblo. ¿O sea que medio país es oligarca y sólo los del FA son pueblo? Se ve que no se enteró que sólo un 28% de los uruguayos se identifica como de izquierda. Patético”. Ignacio Álvarez
La derecha internacional y sus operadores mediáticos han tenido un éxito formidable en lograr que términos como “oligarcas” o “cipayos” sean poco recomendables para el discurso de un candidato que no desee espantar a los votantes del centro del espectro político. Cuando Graciela Villar sacudió a su auditorio al decir que se comprometía a “salir barrio a barrio, pueblo a pueblo, a defender lo logrado, a pelear esta batalla, que será la madre de las batallas entre oligarquía y pueblo”, los voceros de la derecha salieron a manifestar su espanto, acusándola de “panfletaria”, “usar cucos”, “querer dividir a los uruguayos” y (fumate esta) “binaria”.
El término “oligarquía” (del griego oligos, “pocos”, y arko, comandar) se refiere a una forma de gobierno en la cual el poder es ejercido por un grupo minoritario o a favor de un grupo reducido en perjuicio de la mayoría. Cuando un país como Paraguay tiene una clase gobernante rica y la inmensa mayoría de la población pobre, se entiende que está en manos de oligarcas.
                                                                                     
Cipayos
El término “cipayo” proviene de una voz persa que significa soldado y hace alusión al soldado indio que estaba al servicio de intereses extranjeros (Francia, Portugal y Gran Bretaña) durante los siglos XVIII y XIX. La Real Academia Española también lo recoge como un término despectivo o en referencia a un secuaz a sueldo. Los soldados mencionados no tenían problemas en reprimir a sus propios compatriotas con tal de preservar los privilegios que los extranjeros tenían en su país. De ahí que cuando un gobernante prioriza los intereses de potencias extranjeras por encima de los nacionales, se le considera cipayo. Los actuales presidentes de Colombia, Perú, Ecuador y Brasil, que actúan en función de los objetivos norteamericanos, son un claro ejemplo de ello.
La oligarquía tiene entre sus méritos haber logrado, en casi todos los países del mundo, que los humildes policías y militares salieran a dar palos para defenderla. En Chile, Argentina y Brasil hemos visto recientemente el odio visceral de los uniformados hacia todo el de abajo que reclama derechos que el de arriba le niega.
En estos últimos 15 años, los militares uruguayos de bajo rango vieron multiplicado su salario 70% en términos reales, o sea, sin contar lo que se come la inflación. Los colorados y blancos jamás hicieron algo así; sin embargo, increíblemente, la derecha nunca dejó de obrar en esas cabecitas y la mayoría de los uniformados la vota. Con la nueva Ley Orgánica Militar, los concursos tendrán mayor transparencia y se les reconocerá el derecho a la licencia paternal-maternal o por estudio, todo ello resistido por la derecha, con Manini Ríos a la cabeza. Es más: se elimina el engendro de la obediencia debida y ya ningún militar tendrá que obedecer una orden improcedente que implique un delito como, por ejemplo, tortura o desaparición. Por eso se opone la derecha.
El término cipayo no ha sido utilizado por Graciela Villar; pero también forma parte de la lista negra de la oratoria políticamente correcta, cosa que también sucede con los términos “izquierda” y “derecha”.

Izquierda y derecha
Tras la toma de la Bastilla (14 de julio de 1789) se conformó la Asamblea Nacional Constituyente en Francia. Los representantes se agruparon en tres zonas de acuerdo a su ideología: a la derecha del presidente se sentaron los Girondinos (Grupo de la Gironda), a la izquierda los Jacobinos (Grupo de la Montaña) y en el centro los diputados que aún no tenían una posición tomada. A este grupo se le conocía como la Marisma o el Llano. Los derechistas (apoyados por nobles, burgueses y propietarios) pugnaban por una monarquía parlamentaria y la negación del voto a las clases no propietarias. Los izquierdistas querían una república con sufragio universal y eran apoyados por las clases populares. De ahí en adelante, a quienes buscan mantener los privilegios de las clases encumbradas se les considera conservadores o derechistas; mientras a los progresistas se les considera izquierdistas.
No todos los gobiernos de derecha son iguales entre sí ni todos los de izquierda lo son entre ellos, sino que hay innumerables matices tanto hacia la ultraderecha como hacia la ultraizquierda. Los gobiernos de Cuba, Bolivia, Venezuela y Uruguay forman parte del arco izquierdista; pero tienen muchísimas diferencias debido a sus diversas realidades geopolíticas. El petróleo de Venezuela, por ejemplo, la convierte en un botín más apetecible para un imperio que cualquier otra república de la región.

Lucha de clases
La lucha de clases (otra expresión prohibida) alude al conflicto eterno entre los que producen y los dueños de los medios de producción en cuanto se enriquecen explotando a los trabajadores. Amos y esclavos, patricios y plebeyos, burgueses y proletarios, terratenientes y campesinos… diversos nombres en diversas épocas para los mismos contendientes: la clase opresora y la clase oprimida.
Hablar de ello hará que nos acusen de panfletarios; pero considerando los estudios realizados sobre la concentración de la riqueza mundial en 2019 y que 26 personas tienen más riqueza que los 3.800 millones más pobres, a la vez que los directores ejecutivos de 200 compañías estadounidenses tienen un sueldo promedio de 18,6 millones de dólares al año, mientras que la mitad de las personas del planeta viven con menos de dos dólares diarios, quien niegue la lucha de clases (caso de Mirtha Legrand) es porque no quiere que los siervos despierten.
Que la riqueza de los multimillonarios aumentara a un ritmo de 2.500 millones por día, mientras que los ingresos de la mitad más pobre del mundo cayeron un 11% en el último año, no habla tan mal de ellos como de sus títeres políticos en gobiernos y parlamentos, ya que a nivel mundial los más ricos se benefician de los impuestos más bajos. De cada dólar de impuesto a los ingresos, sólo cuatro centavos provienen del impuesto a la riqueza, a la vez que los más ricos son los que evaden impuestos en mayor volumen y con más facilidad, justamente por la complicidad política. El problema no es que Jeff Bezos, dueño de Amazon, alcanzara en 2018 una fortuna de 112.000 millones de dólares, sino que el presupuesto de Salud de Etiopía equivalga sólo al 1% de la misma, según la ONG Oxfam.
La clase alta (y sus cipayos de clase media enquistados en medios masivos de desinformación) tratará de todas las formas posibles que esta guerra continúe siendo invisible; pero los estragos están a la vista y los triunfadores también. Lo realmente patético es ver en países como España a gente humilde leer revistas para ver cómo viven los ricos.

“La brecha”
El Partido Nacional viene -ante su falta de ideas y propuestas- copiando desde hace meses el discurso de los macristas argentinos. El senador Álvaro Delgado acusó a Graciela Villar de “profundizar la brecha y dividir más a los uruguayos”. Los derechistas argentinos llevan años acusando al kirchnerismo de abrir una brecha para dividir al país y fomentar el odio.
A ver si se entiende: ¿antes todos éramos iguales y nos amábamos profundamente? ¿No estábamos divididos entre ricos y pobres, explotadores y explotados? Vamos… Sin embargo, viene bien recordar lo que explicaba el mismísimo comandante Hugo Chávez: no todo rico es un oligarca. Hay gente que ha hecho dinero porque tuvo una idea brillante, ahorró, invirtió legítimamente, se sacrificó, etcétera. Ojalá todos fuéramos millonarios de esa manera. Nuestros enemigos son los que hacen fortuna explotando a otros.
La brecha la profundizan políticos como Luis Lacalle Pou, que no comprende por qué la gente vive en zonas inundables y no en La Tahona, como cualquier persona de bien. El político de derecha defiende sus intereses de clase disciplinadamente y el resto parecemos no apreciarlo. Nos escandaliza la frase de Graciela más que la oposición de Lacalle Pou a la ley de ocho horas para los trabajadores rurales. Nos preocupa si Graciela cena en un restaurante y no que los partidos tradicionales jamás pensaran en dar una jubilación o salario mínimo a las empleadas domésticas.
Sólo el FA ha logrado que durante 15 años las jubilaciones y pensiones crecieran ininterrumpidamente y por encima de la inflación. Los derechistas siempre consideraron que el de abajo puede subsistir con poco, lo suficiente para no morir de hambre; sin derecho a tener una vivienda y jubilación dignas, viajar o ahorrar.
Por eso es que el planteo neoliberal de Talvi y Lacalle (confesado sin pudor por el primero y con más disimulo por el segundo) pasa por congelar salarios, no convocar más a los Consejos de Salarios (ya hicieron esto cuando Lacalle padre fue presidente), eliminar el auxilio a los sectores más vulnerables (para ellos son todos vagos), aumentar la edad para jubilarse, bajar impuestos a las poderosas familias del sector agroindustrial y endeudarse nuevamente con el FMI (propuesta de Luis ‘sinapellido’) para poder imponer sus recetas harvardianas sin asco.
No es casual que en sus discursos insistan en tratar de convencer a los trabajadores de que los gremios y sindicatos son un problema para el país. Los sindicalistas son sus enemigos porque luchan para mejorar las condiciones laborales y salarios. Si no fuera por los sindicatos, todavía estaríamos trabajando 16 horas por día y sin cobrar horas extras, ni licencias, ni aguinaldos ni otros derechos. Si fuera por la derecha, Uruguay se parecería más a Paraguay y bajo ningún concepto tendría el Salario Mínimo Nacional más alto de América Latina y el Caribe.

No todos los derechistas son oligarcas, pero todos los oligarcas son derechistas
Hay algunos que creen, con toda sinceridad, que la mano invisible del mercado puede solucionar todos nuestros problemas, algo que la realidad ha refutado con crudeza a través de los siglos. Hay otros que han sucumbido ante la propaganda derechista y creen que con la izquierda se vive peor, aun cuando no sea cierto. Hay otros que, directamente, son chupamedias de los poderosos o venden su voto por la promesa de un puestito. Luego están los periodistas como Nacho Álvarez o Gerardo Sotelo, cuyos trabajos dependen de defender los intereses de las familias más poderosas del país y combatir todo sistema político que hable de fraternidad o solidaridad. Ellos te dirán muy poco de lo que sucede en Paraguay o Argentina porque no querrán dejar al desnudo las fallas de modelos neoliberales; pero gastarán toda su tinta y saliva para arremeter contra gobiernos de izquierda. Están ahí para eso y por eso.
El discurso de Graciela Villar espanta porque nuestros propios líderes frenteamplistas fueron autocensurándose y palabras como “socialismo”, “oligarquía”, “izquierda” o “explotación” se hicieron poco comunes en sus discursos. Espanta porque hicimos poco y nada en la formación política de nuestro pueblo, mientras la derecha lo hizo todo, a cada instante, por todos los medios. Nos dimos una sobredosis de corrección política para caer simpáticos a “la Marisma”. Graciela espanta porque lo que dice es la cruda realidad y la plantea sin anestesia.
La podrán acusar de todo lo que quieran; pero será difícil que argumenten en su contra. Cuando ella exige al FA salir a combatir (con los logros de estos 15 años como armas) a la derecha y a “un brutal proyecto neoliberal que empieza con Lacalle y tiene su frontera en Manini Ríos” puede encender hogueras dormidas; pero no está fantaseando en lo mínimo.
Bienvenidos al mundo real. Nadie nos prometió un jardín de rosas. ¿O acaso alguien creyó que la derecha iba a entregar su poder sin defender con uñas y dientes sus privilegios?
Graciela no va a lograr que ningún derechista (cualquiera sea su grado de afección ideológica) se entusiasme con votar al Frente; pero sí logrará devolver la esperanza a miles (¡y miles!) de izquierdistas que están en la casa con pocas ganas de participar en la campaña y con muchas de votar en blanco.
Puede que el discurso de Graciela no sea conveniente; pero para medias tintas ya tenemos a otros.
Quizá a demasiados.

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