Tresfilos Tavares : HOMICIDIOS, CONFUSIONES, Y CONFESIONES / José Luis Facello

SESENTA Y CUATRO
En el hall del piso cuatro se arremolinaba un grupo dispar de personas, como si el nerviosismo que cada uno ameritaba en particular, pudiese conjurarse exactamente a las doce y treinta.
A esa hora, las doce y media, unos pugnaban por higienizarse las manos y calzarse una cofia descartable que los habilitaba a visitar al paciente en terapia intensiva; otros aguardaban el informe del médico de turno dominados por la ansiedad o el hastío, que por lo general, no agregaba ni quitaba nada salvo mayor congoja, dada la inestable situación de los pacientes en estado gravísimo o en coma farmacológico.
A medida que Tavares avanzaba por el pasillo con un brazo inmovilizado por la férula y el otro enlazado por el brazo de Candy, sintió la perturbadora sensación que amalgama sentirse reconfortado en tiempos violentos. Sus ex camaradas de Inteligencia Paralela lo observaban con el entrañable recuerdo de los viejos tiempos, para de inmediato deslizar por lo bajo comentarios procaces ante el paso de la super estrella del Karim´s Club.  
Tavares y Ñambi tuvieron el privilegio de ser los primeros en ingresar al CTI y por unos pocos minutos observar al comisario Panzeri en la cama, sometido a los controles de rigor para un hombre adulto que con una mueca en la boca resumía estar con vida y distinguido con tres tiros en el tórax.
El comisario estaba consciente, sedado y saturado por el perturbador sonido de los equipos biomédicos. Respondió al silencio de su compadre y la asustada chica con un leve movimiento de los dedos en la mano libre de vendajes.
Al retirarse, saludaron a Margarita que iba acompañada por uno de sus hijos. Las mínimas palabras de la viuda daban cuenta del dolor y un beso afectuoso la alegría de contarlos entre los vivos.
Tavares saludó con un apretón de manos, uno por uno, a sus ex camaradas de I.P.
(espacio)
Ñambi quedó paralizada por la incertidumbre hasta el momento de recibir el mensaje e ir al encuentro de Tresfilos en la entrada del sanatorio.
Jessica Buendía en horas de la madrugada había dado cuenta brevemente en un flash informativo del intenso tiroteo registrado en la Ciudad Vieja, con el saldo provisorio dijo en tono profesional, de dos personas muertas y varios heridos, así como un número indeterminado de ancianos que debieron ser evacuados en estado de pánico de un edificio en la calle Florida.
La policía declaró el estado de alerta Nivel 1 y por la emergencia vedó la circulación de vehículos y personas en los barrios adyacentes a la Ciudad Vieja.
Un número impreciso de la banda armada se dieron a la fuga en dos vehículos, según el testimonio brindado por el vigilador del supermercado lindante al lugar de los hechos, y en estos momentos son intensamente buscados por la policía, dijo la periodista.
¡El edificio donde vive Tresfilos! gritó la muchacha mientras apretaba entre sus manos temblorosas la medalla de la virgencita de Caacupé. La angustiosa espera se extendió infinitamente hasta que recibió el mensaje del detective dando cuenta que estaba bien y lo peor ya había pasado. Rato más tarde acordaron encontrarse en el sanatorio.
El comisario Panzeri estaba gravemente herido.
Para ellos la mañana había pasado de modo intenso, sacudidos todavía por lo ocurrido  sentían emociones encontradas, que de alguna manera los remitía al estado enajenado típico de los ancianos, al extrañamiento del solitario en el bar del Karim´s, sino a la maestra a bordo de un ómnibus suburbano buceando por los márgenes de la otra realidad.
De vuelta al apartamento, Ñambi ofreció un café al detective.
Él absorto, sopesando el tránsito de continuar con vida, angustiado y feliz de volver a estar con Dieguito, con Ñambi y Andy, cuando en un momento de la refriega creyó haberlo perdido todo.
No había llegado su hora, la de un hombre reducido a despojos en la mesa de la morgue como un tributo más a los dioses de la violencia.
Ella tan feliz como decepcionada, acostumbrada a los vaivenes que los caprichos humanos por egoísmo o hipocresía terminaban deshonrando la vida. No se podía quejar de su situación personal, para los días que corren tenía un buen empleo, un amor compartido y así descubierto una buena amiga…
Porque el inconsciente colectivo, como dice Raúl, remite a una forma de relación diferente desde que los varones fueron prácticamente exterminados durante la invasión a su tierra guaraní. La libre navegación de los ríos era un asunto secundario, lo principal según el vigilador, era la supremacía racial y el escarmiento genocida, que perdura como las heladas sobre el campo en el corazón de las pobres gentes.
A poco, hablando lo mínimo y necesario fueron encontrando las palabras tibias y sentidas hacia la persona del comisario. Ella secretamente pidió por él a los dioses buenos.
Después durmieron abrazados y rendidos de cansancio, sin poder evitar la congoja  como en un poema tanguero, en medio de sueños escurridizos a la terrible realidad.
Cuando despertaron, Andy recién llegada de Canelones preparaba fideos con salsa de tomate.
Las agujas de su reloj marcaban las siete y media.
La maestra, al escuchar a Jessica Buendía en el televisor del hotel, dudó como otras veces acerca de la veracidad o no de la noticia, pero esta vez, presa de la alarma subió al primer ómnibus con destino a Montevideo.
Ella como tantos, hacía mucho que desconfiaba de M&M, que esa misma mañana después del cruento episodio en la calle Florida, titulaba en grandes caracteres: “GUERRA ENTRE DELINCUENTES A PASOS DEL PALACIO ESTÉVEZ”, “INDIGNANTE: UN COMISARIO MUERTO EN EL ENFRENTAMIENTO”, “NARCOTRAFICANTES COLOMBIANOS CONTROLAN EL SUR DE LA CIUDAD”
Al mirar la tapa del diario, la cólera ensombreció la cara del detective con el profundo e íntimo deseó de asesinar a Pedro Prado Perdriel, el magnate de los medios que se movía de modo ostentoso en el despacho del ministro. No le sorprendería que el principal hubiese tenido relaciones o trato con sus victimarios…
El detective, refunfuñó de modo inentendible para las dos mujeres, atribuyendo la queja al dolor del brazo inmovilizado.
Andy espantó como a las moscas el estado de desánimo, agradeciendo al alumno que le regaló los tomates de la quintita de su casa.
¡Miren el sabor y color de esta salsa!, exclamó al servir tres platos mientras tarareaba la letra de una vieja canción a la que a veces recurría una tía vieja: que culpa tiene el tomate…
A la sobremesa y sobrevolando los pesares, las mujeres dieron rienda suelta a la curiosidad y al asombro cada vez que el detective relataba, con ficticio aplomo, lo ocurrido aquella madrugada trágica. Evitó mencionar nada por respecto a su compadre, porque sabía que por sobre las razones las dos mujeres sentían una visceral desconfianza por el comisario Panzeri. No era el momento. Tampoco dijo una palabra acerca de los titulares de M&M.
En cambio, a una pregunta de Andy, Tavares se detuvo en relatar con profusión de detalles lo que para él era el esclarecimiento del crimen de Candela Maizani… pero no la resolución del asunto principal.
Ñambi fue por tres copas y una botella de caña Aristócrata.
Andy armó un cigarrito con la ritualidad de las maestras rurales, acercó la llama del encendedor y dio una profunda pitada, después convidó restableciendo la normalidad del simple estar.
Tavares dijo, que con sensaciones encontradas aceptó las sugerencias de Andy para conversar con los adolescentes sin desfallecer en el intento; tuvo tres encuentros civilizados con Cristian Saldivia, el hijo de Saldaña, el niño rubio de dieciséis.
Desde la primera aproximación el muchacho ya dejó entrever la capacidad de dar respuestas medidas e inteligentes, dominar los silencios calculados y esa actitud repetida en las dos conversaciones posteriores. Mejoró la actitud hacia mí y recién entonces pudimos entablar un diálogo, por ponerle un nombre, entre un botija de dieciséis y un detective hijo de puta, dicho a modo de ilustrar el abismo generacional.
Andy Vallejos sonrió maliciosamente al escuchar la descripción de Tresfilos y sin decirlo reconoció el mérito, el gran desafío que supuso para el ex policía contener el fastidio y la ira a modo de no transgredir el límite que lo impulsara a agredir físicamente al muchacho.
No existe el boxeador retirado, el ímpetu se lleva en la sangre… pero conociendo íntimamente a Tresfilos hombre, se le podría achacar la media de machismo pero ni en sueños asociarlo a un golpeador sin escrúpulos.
Después, el relato del niño rubio fue derivando más que de los hechos en sí, en una confesión de vida, donde el desencanto mellaba las mejores intenciones de un joven jaqueado prematuramente por la infelicidad familiar y por la incomprensión generalizada que los jóvenes despiertan ni bien asoman la nariz a las calles.
Así y todo Cristian podría ser un ejemplo de muchacho para estos tiempos. Ayudaba al padre ocasionalmente por unos pesos, quería ser chef y estudiaba para serlo algún día, como también lo tentaba ser un formal empleado de la corporación M&M.
A su manera amaba la familia dividida que él no eligió. Tenía novia.
Y también era un maestro del engaño y la mentira, que el detective reconoció en un lapso de sinceridad del otro, como necesidades de época para sobrevivir, artilugios que no se podían comparar con lo gravoso de la hipocresía generalizada.
En resumen, fui descubriendo que las motivaciones del muchacho permitían otra lectura de algunos episodios como de las personas, que sino involucradas estaban de cierta manera relacionadas con el crimen de la bella Candela.
Tavares observó fugazmente a Ñambi comprendiendo tardíamente que la muchacha de pensar cristalino había participado de los juegos sexuales en el chalet de Carrasco hasta poco antes de la muerte de la Maizani. No lo había pensado antes porque para él, un pobre romántico enamorado de Ñambi como de Andy, no podían ser siquiera rozadas por una sucia sospecha, menos juzgadas.
Le constaba que las dos mujeres eran íntegras y fieles a sí mismas como celosas de su género y de los suyos, que defendían poniendo el cuerpo en situaciones adversas y contextos diferentes, como comentaría Raúl el amigo de Facebook…
El detective herido reaccionó a tiempo y continuó con su relato.
Por lo pronto, de las conversaciones con Cristian se fueron despejando cuestiones inciertas, como quién y para qué el sujeto del video se había tomado el trabajo de mover el cadáver de la secretaria, o episodios marginales pero no menos sorprendentes, como el vaso con sus huellas plantado en el apartamento de la Maizani.
En pocas palabras, el muchacho quería proteger a su padre al que la policía sindicaba como un sospechoso entre el entorno del magnate; así como distanciarlo de la mujer viva o muerta, del enredo sentimental y la posibilidad de perder el empleo. Creyendo que lo ayudaría alterando la escena del crimen y sembrando pistas falsas.
Cautivo entre el sentir y el pensar el muchacho se comportó como un loco.
Fue lo primero que Cristian reconoció, el tipo borroso del video era él.
Lo del vaso con sus huellas, dijo Tavares, fue un ardid para despistar a la policía llevándolos a direccionar las averiguaciones sobre su persona y que de no ser por el comisario, estaría  metido en un gran lío con la justicia.
A Panzeri le debía una, dijo sin tapujos.
Pero, el maldito muchacho había recurrido a estas mentiras para ocultar una mentira aún mayor y que involucraba a Eleonora Zabala, la mujer de Perdriel.
A su pedido, Candy encendió un cigarrillo y lo puso entre sus labios.
Las dos mujeres no habían pronunciado palabra, reelaborando la situación por su cuenta, asociando a su propia experiencia el relato dramático de un joven en problemas, y que Tresfilos en su versión despiadada insinuaba como la corporal materialización del cuarto hombre.
El primer crimen del niño rubio fue aceptar el trato propuesto por Eleonora, cuyo objetivo no era otro que asesinar a su esposo Pedro Prado Perdiel.
Fue en la confesión final que Cristian reconoció ser seducido e inducido por la mujer, como para aceptar el tremendo encargo de matar a sangre fría a cambio de unos pesos. Un crimen sutil y sin gota de sangre, la astucia de matar con el sabor de las almendras…
Le creí cuando me dijo que él era una persona de naturaleza pacífica y amigable, aunque reconocía ser algo calculador cuando lo había dicho para despistarme. Si había un momento donde Cristian se expresaba con libertad creativa como ajeno al mundanal ruido, eso se producía a la hora de cocinar. No aspiraba, me dijo sin tapujos, lograr reconocimiento y fama ni dinero en demasía, pero si pretender trabajar en la cocina de un gran crucero, navegar los cinco mares y aunque más no fuera, conocer el mundo mirando por un ojo de buey.
Andy no pudo contener que una lágrima rodase por su mejilla.
A esta altura de la confesión, continuó Tresfilos, alcancé a imaginar que el maldito muchacho dominado por las emociones encontradas, al momento de recibir de manos de Eleonora el fajo de billetes, la jeringa y el frasco con el veneno advirtió la posibilidad de concebir otro plan.
El segundo crimen del niño rubio fue inocular el cianuro en el bombón de pasta de almendras, uno de los sabores preferidos de Candela, y ofrecérselo cínicamente con la mejor sonrisa.
La mujer merecía morir, confesó finalmente, desde el momento que sus caprichos habían llevado estúpidamente a su padre a la condición de un personaje sumiso, a caer en el laberinto de un amor imposible. Faceta insospechada de una persona que ejercía un trabajo rudo y peligroso, guardaespaldas del señor Perdriel y que a sus espaldas se prestó para el engaño con la secretaria de modo artero.
Quiero a mi padre y a mi madre como son, había dicho entre el bullicio del salón, pero no pude soportar las pequeñas actitudes denigrantes que día a día transformaban a mi padre en un desconocido.
Esto último era cierto, el muchacho intuía más de lo que conocía acerca del lado oscuro de Silvio Saldaña, aunque conviviesen los últimos cuatro años en el apartamento de la calle Hernandarias y en ocasiones, algunas horas en la torre 4 del Buceo.

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