Dibujo hallado en el placard de un hostel en la playa Real de San Carlos. Por José Luis Facello


Podía ser de día o también una noche del verano de dos mil diecisiete o de fines del siglo XVII cuando ocurrieron de modo simultaneo aunque desconocido para los involucrados, personajes involuntarios actuando a cielo abierto como en el teatro griego, reseñado a gruesos trazos en el dibujo atemporal o esquema en cuestión, aunque ello implique una contradicción indisoluble. Aunque ninguno de los que atestiguan haberlo visto el mensaje se atreve a dudar del simbolismo que guarda, anticipatorio como anómalo.

D.F.S. oriental itinerante con domicilio allende el Río de la Plata comenzó el ritual en honor del dios Dionisio con la juntada de leña, encender un fuego y secundado por J.F.G. también oriental trashumante vecino del primero, bien dispuestos a esperar extraviaban la mirada en los azulinos montes…
En tanto, las palabras de ambos sujetos fluían hurgando en las brumas del pasado, imaginando a los aventureros del imperio lusitano cuando plantaban las primeras piedras y piques de la Nova Colônia do Santísimo Sacramento, primer asentamiento ultramarino en estas playas y enclave operativo de contrabandistas de distinta laya…
Un acto anticipatorio de otras calamidades futuras, pero esta vez las imposiciones contaron con la absurda aprobación mayoritaria del Parlamento, justificando por caso las zonas francas, el régimen de inversiones extranjeras y el eufemismo del progreso global…

Por su parte, don Funes, coloniense y ex trabajador de la fábrica textil hasta el abandono, parado en el año 2000, despedido y posteriormente jubilado, empeñado en recuperar la memoria camina por la playa junto a sus galgos. En cambio, sí recuerda cuando era un botija y recorría la orilla del río en compañía de sus hermanos, seis hermanos, aunque sólo los menores disponían del tiempo para soñar y buscar restos valiosos de los naufragios arrastrados por las corrientes. Los tres mayores trabajaban con su padre en la fábrica textil, un acontecimiento de impacto inexplicable en la sociedad coloniense tanto como el hongo atómico en Hiroshima y Nagasaki, tan exótico e inexplicable como es en la actualidad la planta finlandesa de celulosa instalada, al norte no muy lejos, a la vera del Río Negro.

Dos figuras casi imperceptibles en el dibujo, aisladas frente a la vastedad del río, amarronado y portador de leyendas y relatos que sólo los locos se atreverían a contar, relatos como el filo de los machetes helados y calientes como la sangre, historias antiquísimas de las misiones orientales hasta que dejaron de serlo, desde el día que fueron un asentamiento más de los bandeirantes paulistas.
El detective privado Tresfilos Tavares, montevideano, gozaba de la excursión de pesca con su hijo Dieguito, cavilando cada uno por su lado que estaría haciendo Doris, madre del niño y ex del investigador. El recuerdo presente no era caprichoso, en el horizonte se perfilaba apenas el puerto de Buenos Aires, lugar de residencia temporaria de la mujer añorada. 
Esta compleja situación no podría desprenderse de la simple observación de un esquemático dibujo, ni  de la mente afiebrada de quien esto escribe, pero podrá ser interpretado en su debido momento.

El anciano se apeó del alazán y sin titubear se dirigió donde aguardaban los dos hombres.
Saludó a la vieja usanza y pidió de favor un poco de agua fresca. Dio las gracias y sentenció el espíritu de las instrucciones, ser tan agradecidos como memoriosos.
El viejo soldado, más conocido como el General Celeste sobrellevaba a duras penas su condición de inmortal, la gloria épica cual Aquiles y la pesadez más que por el gasto de la experiencia, por las traiciones.
Los dos hombres que aguardaban su llegada de las tierras calientes de Curuguaty, (el mismo Curuguaty que le dio asilo tras la derrota con los brasileros y los unitarios, y el lugar ahora recordado por la Masacre de 2012 o de Marina Kue), acomodaron el fuego y brasas que asaban sin apuro el cuarto de borrego. El pan y el vino, como consta en el dibujo hallado en un placard, completarían la ingesta de los congregados a instancias del viejo soldado. Y subyacente lo simbólico, compartir el pan y el vino.
El encuentro fue fraternal y lo conversado quedó encriptado por la brisa que soplaba del río, las Instrucciones del general Celeste fueron aceptadas por los dos nómades con el convencimiento que provoca toda causa justa, juramentándose a no claudicar al primer viento. Instrucciones que probablemente serían tergiversadas por la testarudez de los dogmáticos o de la promiscua prensa libre, para ser tenidas en cuenta cuando ya fuese demasiado tarde…
Después conversaron de mujeres e hijos, del país de las cuchillas y los exilios, de ganarse el pan en tiempos difíciles, y rieron al advertir el parecido tenor a la aguda crítica del viejo escritor Charles Dickens.
Con las primeras luces del alba, hicieron un brindis por la causa federal y por la Patria Grande. Después despidieron con la certeza de que la cosa, sean de mortales o inmortales, vale la pena de ser vivida.

Comentarios

Entradas populares