Estado ausente: Exhortadores, liberales y nuevos normalizados / CARAS & CARETAS


Exhortación ha sido, desde que se declaró la emergencia sanitaria, la palabra que más han repetido las autoridades del gobierno; concepto que define una actitud pregonada hasta el cansancio, que filosóficamente apuesta a la responsabilidad de los uruguayos y a un Estado que tenga el mínimo rol interventor. Un espíritu liberal, que nada tiene que ver con la libertad.

Por Ricardo Pose

Debo conceder a Lacalle Pou y a los miembros del Partido Nacional en su gobierno, en particular a su secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, y a su ministro de Interior, Jorge Larrañaga, la contundencia y firmeza conceptual de sus planteos políticos.
Y está muy bien, porque eso es lo que uno espera de gente que integra partidos políticos.
Desde sus primeros tiempos, los blancos se han sentido defensores de las leyes y rebeldes contra el Estado; es una definición política “amasada” por una colectividad que por casi un siglo ha estado en la oposición, y ser parte del poder ha sido para los grupos que representaban a los intereses económicos del agro.
Por  un buen tiempo, aquella consigna de “cielo libre y carne gorda” generó una mística libertaria. No había mucho tiempo para reflexionar si ese razonamiento salía de los labios de un estanciero latifundista alzado en armas.
El Estado regulador e interventor de José Batlle, el alambrador de campos y el organizador de pequeños productores rurales contra el latifundio, era el enemigo natural contra el cielo libre y carne gorda; para peor, ateo e impulsor del divorcio.
No era raro que en las huestes coloradas, derramando sangre junto al ejército que representaba la opresión estatal, anduvieran entreverados el socialista Frugoni y algunos elementos del anarcosindicalismo.
Cuando el neoliberalismo llegó, encontró terreno fértil en aquel partido en que el herrerismo se hacía fuerte; cero intervención del Estado en la economía, libertad de mercado, desregulación laboral, mínima incidencia de lo público en el ámbito privado, “cielo libre y carne gorda”.

Libertad, libertad, libertad
Para esta doctrina filosófica y política, uno debe ser libre y, además, estar en consonancia con los preceptos cristianos del catolicismo, acto de fe, que le dará todo el sustento espiritual cuando sienta que Dios anda distraído.
Es fácil demostrar que ejercer el derecho a la libertad, en una sociedad desigual, es solo para algunos privilegiados.
Finalmente termina siendo una trapisonda, porque mi libertad de poder elegir libremente qué productos de la canasta de alimentos puedo adquirir está condicionada por quien tiene el poder de determinar los precios; quien determina el valor económico de las cosas, lo que se ajusta a la ley y lo que queda fuera de ella, lo que moralmente es correcto o no, ellos son los que ejercen realmente la libertad, su peculiar concepto de la libertad.
Hasta fines del siglo pasado, la libertad de una sociedad era medida por el funcionamiento del Estado de derecho. Se entendía que una sociedad no era libre,cuando gobernaban regímenes autoritarios o de facto.
El derecho al sufragio era y es, para nuestra democracia republicana y representativa, el éxtasis de la libertad.
Con todo este respaldo conceptual para sus conciencias, el gobierno viene a exhortar a la ciudadanía para enfrentar esta pandemia.
La confianza en ser exhortado claramente no viene de filas nacionalistas, ya que, empezando por José Carlos Cardoso y otros dirigentes blancos, la exhortación a no conducir alcoholizados no produjo mucho efecto.
Y por supuesto, si yo te exhorto a tomar tal medida, a dejar a tu juicio la responsabilidad de llevarla adelante o no, me libera a mí de cierta responsabilidad.
Los liberales exhortan, dan la tranquilidad de que el Estado no intervendrá en los asuntos personales, aunque se corra cierto riesgo de tener consecuencias colectivas.
El grueso de la población piensa que la medida apunta a la boca y a las manos; ir sin guantes y tapabocas y no cumplir cierto distanciamiento social puede resultar hasta intrépido, aunque por ahora el gobierno no expresa que tomará medidas represivas.
Pero el mensaje es por elevación; los empresarios pueden estar tranquilos y mandar gente al seguro de desempleo, total o parcial, mientras el Banco de Previsión Social tenga espalda; también pueden despedir gente.
En todo caso, el gobierno pondrá cara de asombro ante los 900 envíos a seguro de paro en la salud y los despidos en otras ramas laborales. “Nosotros exhortábamos”, justificará.
Seguramente exhortará, que es una buena manera de no decir ni hacer nada, a que cuando termine la emergencia, los empleadores retomen a sus empleados.
Paren las rotativas; no exhortará. Ha nacido el concepto de la “nueva normalidad”.
Si estás en el seguro de desempleo, estarás esperando que se levante la emergencia sanitaria para darte el abrazo de reencuentro con tu empleador, tal cual aconsejaba el hoy canciller Ernesto Talvi a Óscar Andrade, en famoso debate.
Pueden esperarte dos escenarios; tu empleador te dirá que a partir de la pandemia, descubrió que con el personal que quedó trabajando su empresa se sobra, y por lo tanto te exhorta a seguir gozando del seguro de desempleo.
En ese escenario, tu fe católica debe desearle larga vida a las arcas del Banco de Previsión Social.
En el otro escenario, tu empleador te retoma para tus actividades habituales, pero la condición es un ajustecito salarial, porque esta crisis nos afectó a todos.
No es momento de entrar en pánico.
Eres protagonista de la nueva normalidad; no eres ni desempleado ni un parado laboral. Eres, en términos del nuevo liberalismo, un nuevo normalizado.
Y, como con la emergencia sanitaria, compartes el uso de tapabocas y angustias con el resto de la sociedad.
Lo positivo es que tendrás más tiempo libre para estar con tus niños, ese que el distanciamiento social, salvo que vivas en el campo, has empezado a valorar desde la suspensión de las clases.
El gobierno liberal exhortará a los comercios a no aumentar los precios para recuperar lo poco perdido en ventas durante la emergencia, pero, recuerda, es una exhortación.
Los que comen de las ollas populares seguirán acudiendo por un buen tiempo a ellas; forma parte de la nueva normalización.
¿A que no adivinas, en una nueva crisis, quiénes serán los sectores no normalizados?
Eureka; efectivamente, los privilegiados de siempre, los exhortadores y liberales.

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