Tresfilos Tavares / Cap. 4 Por José Luis facello


Día siete.
A sus años, Panzeri vivía ese tiempo predecible pero anticipado a partir del retiro efectivo de Inteligencia Paralela, desde que sufriera su propio cuerpo la metralla por la refriega en la oficina de T&C. La junta médica se había expedido de modo tajante, la capacidad motriz mermada en un treinta y tres por ciento y la presión arterial que superaba los niveles aceptables para la O.M.S. lo dejaban sin remedio, afuera del servicio activo.
Desde hacía añares la calle era su ambiente preferido y no pensaba morir entre el papeleo de un escritorio. Prefirió retirarse a convertirse en un burócrata de I.P.
Pero el ex comisario vivía en el tercer piso de un pequeño apartamento, al que un arquitecto había remodelado, a su gusto y capricho. Desde el momento que sacó partido del lugar de estar y el balcón para convertirlo en un híbrido, entre sala multiuso y un jardín de invierno.
Mucho antes, había imaginado que no tardarían en llegar las horas pasivas de un funcionario jubilado, entonces se lo dijo al joven arquitecto al plantearle lo que quería: un lugar luminoso y aireado para sus pájaros, un lugar tranquilo para escuchar a Gershwin y a la orquesta de Matos Rodríguez, en tanto, planeaba desarrollar los compendios y apuntes sueltos de las crónicas salvajes, memoria referida a cuarenta años de indagar en la mente y los métodos del crimen organizado.
El inconsciente le había dictado que a poco se convertiría en un viejo lobo solitario, sin otro vínculo familiar, bueno y cordial, que el que mantenía con Tavares y Doris, los padres de Dieguito, su ahijado. Sentía que ellos eran su única familia.
Conocía a Tresfilos y Doris desde que egresaron de la escuela de policía, ella con medalla de oro.
Ahora, Panzeri creyó llegada la hora de confesar a Tresfilos, que la relación con Margarita sobrepasaba la mutua dedicación al titánico trabajo emprendido por el comisario Milton Martínez, ascendido pos mortem.
Sin proponérselo, fueron tejiendo una relación que sobrepasaba holgadamente el análisis y trabajo que guardaban los cuadernos de Milton, para redescubrir a su vez, el bienestar de las horas compartidas y la recóndita pasión que temía llamar, un amor otoñal. 
En esa situación de afectos y trabajo común, Panzeri puso al tanto a Margarita del caso de Valeria, la niña desaparecida. Después de conversarlo con sus socios de T.B.&P., decidieron averiguar juntos el paradero de Lalo, el padre de Shaira, una de las chicas amigas de Valeria.
Era muy extraño. El tipo permanecía sin dar señales de vida.
Hannah por su parte, intuyendo un lugar interesante en la vida de la adolescente dirigió sus pasos al liceo donde estudiaban Valeria y sus amigas. 
En primer lugar, un bedel le allanó el camino hacia el despacho de la directora, el hombre nada preguntó pero quedó sobreentendido que la razón de la visita giraba en torno a Valeria.
A continuación, una mujer de mediana edad la atendió con buen talante en la Oficina de la Dirección. Ella presentó su credencial y matrícula de licenciada en Psicología Social a modo de allanar una conversación entre iguales.
_ Quedo a su disposición, dijo Isabel Campo Dónico.
_ Como usted comprenderá, la esperanza de la madre pende de las investigaciones de oficio que realiza Inteligencia Paralela, pero el tiempo apremia y ha pedido nuestros servicios, dijo Hannah mientras le entregaba una tarjeta de T.B.&P. Miró a la otra y subrayó que es un asunto que se presenta por demás complejo y requiere sin dilaciones de la ayuda de todas…
¿Podrá usted autorizarme hablar con alguna profesora que nos permita saber más sobre la personalidad de la alumna?
La persuasión y el sutil apremio de Hannah, de inmediato dio el resultado esperado.
_ Déjeme ver, dijo Isabel Campo Dónico, tomando el teléfono.
Por favor Rita cubra unos minutos a la profesora Aguirre y trasmítale que la espero en la sala de profesores.
_ …
_ Es urgente.
_ …
_ Gracias Rita.
_ Si alguien puede ser de ayuda es la profesora Aguirre, de educación física, porque ella mantiene una fluida relación con los estudiantes.
Por favor, ¿me acompaña?
Hannah agradeció y caminó junto a la señora Campo Dónico ante las miradas signadas por la curiosidad o la intriga de los pocos alumnos que advirtieron el paso de la directora y la mujer desconocida.
La profesora Aguirre conjugaba el arquetipo de la atleta, joven, delgada y la herencia  morena de sus antepasados. La amalgama étnica alcanzaba a sus aguados y enigmáticos ojos verdes.
Buscaron el calor del anafe mientras calentaban agua para un hacer un té.
En tanto hablaron de asuntos variopintos a modo de tender puentes de mutua confianza, entre una profesora de educación física y una investigadora psicosocial.
_ Nosotros estamos colaborando en la búsqueda a pedido de la mamá de Valeria. Imaginarás que es todo muy extraño, van cuatro días sin noticias, los teléfonos enmudecidos y sin encontrar una explicación razonable.
Es poco probable una disfunción orgánica…
_ Comprendemos la situación, porque a toda la comunidad del liceo nos mantiene en vilo sin lograr maestros y alumnado, a concentrarnos en otra cosa que pensar en Valeria.
_ ¿Qué podés contarme para que conozcamos mejor a Valeria? indagó Hannah.
Las amigas, un novio, la relación con sus padres… cualquier cosa en este momento puede ser de mucha ayuda.
Aguirre en silencio sirvió el té y después se sentaron alejadas de la puerta.
_ Valeria es una muchacha comunicativa entre su tribu, usted sabrá lo que es la diversidad entre el alumnado… de un alumnado que promedia las características de cualquier liceo público montevideano. Son chicos que no dan mayores problemas, están en las búsquedas propias de su edad… madurando sueños.
_ ¿Experimentando con drogas?
_ No sabría decirte… no creo que sobrepasen compartir un cigarrito de cannabis.
Supongo que Valeria pertenece a esa media de comportamiento. Con los otros profesores coincidimos en valorarla como una buena alumna, de mente abierta y receptiva.
_ Entiendo… dio Hannah jugando con el tiempo.
_ Eva, la madre, continuó la profesora, participa de las convocatorias que en ocasiones ameritan la presencia de los padres. Y esto es así, porque nuestra directora pone mucho énfasis en la prevención de tensiones más que en los correctivos y sanciones.
Lo que no dijo la señorita Aguirre, es que estaban en una búsqueda a tientas que permitiese vislumbrar una salida a las dificultades endémicas de la enseñanza.
_ Tú sabes, son chicas enamoradas de la vida… de tener novio en el liceo lo sabríamos de tan sólo observarlos.
_ ¿Y el padre? preguntó Hannah, cayendo en cuenta que Eva no había mencionado nada al respecto.
_ De mi parte nunca escuché nada sobre la existencia o no del padre de Valeria, pero podemos averiguarlo.
_ Gracias por el té y tu tiempo, se despidió Hannah con un beso.
Tavares desempolvó el viejo disfraz. Pantalones de trabajo, un saco grande que disimulara la Bersa Thunder .380 en la sobaquera y un gorro gastado calado hasta los ojos. Después subió al automóvil, un Wolsvagen gol de 2009, por quién profesaba el apego que se debe a las cosas que merecen recordarse, máxime considerando los riesgos que conlleva la vida de un detective empecinado en poner las cosas en su lugar.
Las calles montevideanas suelen confundir al más avispado…
Encendió un cigarrillo y giró el volante en dirección a las torres de las alturas de Malvín.

***

_ Síganme chicas, dijo Beti después de soportar los abrazos, besos y felicitaciones de cumpleaños, no cualquiera en el imaginario de muchas mujeres, los quince.
Las chicas guardaron para más tarde sorprenderla con el regalo.
Tenemos que usar las escaleras, indicó Beti, porque el ascensor está roto.
Las otras se miraron y rieron con la confianza que da contar con una buena guía en territorio desconocido.
Cintia, había observado mientras caminaban a la torre GH-57 las semejanzas que guardaba con su barrio, la repetición hasta el cansancio del hall con luz difusa y los grises insustanciales de la mampostería disputados por el colorinche vivificante de los grafitis, eran comunes a las viviendas de la cooperativa. Así como diferente, por la sucesión de pisos encimados elevándose, sin otro motivo que ventanas idénticas y alineadas, sin balcones ni escaleras a la vista, sin ropa secándose al sol. Su barrio no sobrepasaba los dos pisos y la altura no alcanzaba la copa de los árboles.
Una colmena, diría su padre, con cientos de apartamentos idénticos guardando para sus moradores un tipo de privacidad que poco difería del enclaustramiento, pero invadido por el vocerío y la música allende a las delgadas paredes. Lo que el zumbido de la colmena al amanecer, insistiría su padre, con el gusto desmedido por las comparaciones y las metáforas.
Mi padre, albañil y ateo, me dijo una vez que dios no existe,  porque todas las cosas de este mundo fueron hechas por los albañiles.
Entre todas ellas, murmuró Cintia mirando en derredor, las gigantescas torres apiñadas en las alturas de Malvín, monumentales como una señal a futuro…
La subida por las escaleras hasta el séptimo piso detentaba la atmósfera de los que pretendían con palabras explicar las virtudes y miserias del vecindario.
Los jóvenes  también habían ganado las paredes interiores con grafitis, como otrora invocaran a los espíritus los pobladores de las cavernas con sus artes mágicas.
Las sopas y los guisados se extendían con aromas invisibles…
Arribar al descanso de la escalera del piso superior, implicaba escuchar en penumbras palabras inentendibles al uso de los marineros, el llanto persistente de los niños o los susurros cadenciosos de los amantes. Observar no sin temor, los simétricos y oscuros pasillos sin final, de los que sólo podía adivinarse la existencia de otra escalera, e imaginar la presencia del subir y bajar de vecinos maldiciendo al arquitecto que diseñó al monstruo. Pero los pasillos eran también el lugar apropiado para ofrecer un teléfono robado o comprar drogas o pagar por sexo rápido. De modo simultáneo y sin interferencias, las madres llevaban a los pequeños al jardín de infantes, otros salían por sus quehaceres y otros más, se internaban por los pasillos con la ansiedad de llegar sanos y salvos a su apartamento. Equivocar el número de piso o deambular por un pasillo desconocido podía convertirse para muchos en una verdadera pesadilla.
Nada diferente al mundo exterior.
Cuando llegaron, la madre de Beti las esperaba en la puerta del apartamento 712 irradiando felicidad por el cumple quince de su hija. Una reunión entre los chicas del liceo, los amigos y la infaltable tía Romina con un paquete y una de sus exclusivas tortas de fiestas, una reunión cálida como modesta porque era todo lo que se podía hacer en un apartamento de tres ambientes. 
La música de No te va a gustar, la de la banda de los hermanos Láser y El cuarteto de nos, saturaron de buenas ondas el setecientos doce, los apartamentos linderos y el pasillo.
Un cotillón de snack, mini pizzas y nachos más un surtido de bebidas sin alcohol daban el marco para la algarabía, las miradas furtivas, el mohín sugerente o las lenguas asomando con resabios punk conformando un collage con la impronta de los jóvenes. La música atronaba y los vidrios vibraban como el eco instantáneo de la batería, las tumbadoras y la caja peruana, tanto como para comprimir si cabe, las dimensiones estrechas del apartamento. Aun así, hubo momentos para zafar a un rincón y enredarse entre besos apasionados y promesas de estudiantes. Uno de los Gadea juró eterno amor a la excitadísima Beti que no paraba de reír y lagrimear al unísono. La madre y la tía especularon que la mayonesa de marca desconocida fuese la causa del trastorno de la niña, ignorando la ingesta previa de latas de energizante de primera marca…
La tía Romina abrió la puerta de entrada para renovar el aire viciado mientras fumaba un cigarrillo en el pasillo. La música, las risas y los gritos extendían por todos lados el aire de la felicidad compartida.
En eso se produjo el gran apagón de luz en la torre GH-57, en las alturas de Malvín y aunque nadie lo sabía, extendido mucho más allá de la región rioplatense.
Un anómalo corte de energía seguido del silencio más temible que persona alguna pueda imaginar…

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