Tresfilos Tavares 10 / José Luis Facello


Día veintidós.
Toda la noche Tavares fue acosado por pesadillas y a cada vez que despertaba se sentía destrozado, como si lo hubiese atropellado un camión Mack Titán, a los que había referido Heber Cardozo.
Mientras preparaba un café buscó el blíster de Ibuprofeno 700 perdido entre otras cosas en el cajón de los cubiertos. En eso recibió un mensaje. Era Hannah.
Hannan: <3filos hoy doy 1 vuelta x malvín. Corre rumor raro según noe, la mad de beti. +tde llamo y te cuento. 8:21>
Tavares: <buen día, espero novedades, cuidate. 8:23>
Bebió a pequeños sorbos el café. En tanto observaba por la ventana el estrecho patio de la panadería, como un puente entre el antes y el ahora de ese barrio de la ciudad.
Esta vez sonó el teléfono de T.B.&P.
Miró el reloj de pared, las agujas marcaban las ocho y treinta.
¿Quién podría ser a esa hora de la mañana? se preguntó.
_ Tavares, Bamber… dijo antes de ser interrumpido.
_ Habla Panzeri ¿me escuchas bien?
_ Lo escucho señor comisario, respondió por costumbre a su ex jefe de Inteligencia Paralela.
_ Hablé con Hernández, lo recordarás, el de antiexplosivos.
_ Sí, un experto en el tema y un gran tipo.
_ El dato sobresaliente de lo conversado, es que los sabuesos de I.P. encontraron una camioneta con las características de las que utilizaba el tipo desaparecido, el padre de la muchacha esa…
_ ¿Y qué tiene de sobresaliente, si se puede saber? preguntó el detective.
_ A eso iba, por falta de personal no van a poder intervenir al menos por un día o dos.
El vehículo está estacionado en Carreras Nacionales cruzando la avenida general Flores, a tres cuadras. ¿Anotaste?
_ Gracias por el dato. Ya mismo me doy una vuelta anticipándome a que otros metan mano, dijo dando por sobreentendido a los amigos de lo ajeno.
Antes de salir Tavares apeló al mameluco de mecánico como disfraz, guardó la Bersa .380 en la sobaquera y pensó con aplomo que la investigación se había enredado en el seguimiento de pistas y especulaciones que no conducían a nada.
¿Qué podría sacar en limpio después de hurgar en la camioneta del padre de Shaira?
En treinta minutos recorrió el trayecto entre la oficina de T.B.&P. y el barrio de casas bajas. Barrio sencillo y aledaño al hipódromo, que todavía conservaba buena parte de la añeja arboleda. En otoño, los fresnos poblaban de ocres las veredas y los plátanos el aire con las insidiosas y volátiles pelusas de sus flores.
Barrio conservado en la memoria de un niño.
Por un momento se detuvieron, de la mano de su padre, junto a la baranda y la pista de carreras mojada por la lluvia de la noche. A su espalda el rumor del público se hacía escuchar desde las tribunas, alentando fervorosamente al caballo favorito pero al cruzar el disco, la mayoría rabiaba rompiendo los boletos de las apuestas. Por unos segundos, me aferraba fuerte a su mano al mirar frente a mi nariz el galope de los pura sangre y a los jockeys, con sus camisas de seda multicolores, las gafas embarradas y los cuerpos de niños encorvados apoyados apenas sobre los estribos. Aquellos domingos inolvidables de las carreras de caballos comprábamos pizza a un vendedor callejero.
Esta vez, se detuvo en el semáforo de general Flores y encendió el primer cigarrillo del día, luz verde y avanzó dos cuadras a baja velocidad por Carreras Nacionales, hasta que a poco divisó el vehículo abandonado como apuntara Panzeri.
Observó los alrededores, a esa hora silente y bañada de sol, una mujer como si fuese el último acto de la especie humana, barría la vereda. Pasó al lado de la Fiorino roja y estacionó a continuación, miró hacia adelante sin notar nada desusado, miró el espejo retrovisor y percibió la misma calma. La calle olía a desolación por donde se mirase.
Cuando bajó del coche con la caja de herramientas, escuchó abrirse una puerta y salir  un animal de orejas largas con el cuello y lomo arrugados, detrás asomó un anciano en pijamas tan ridículo como el perro.
_ ¡Ya era hora! dijo secamente a modo de saludo.
_ Buen día, respondí.
_ Llamamos hace dos días al 911 y la voz sonó temerosa.
Sin responder, levanté el capot.
_ ¿Usted es de la policía o el dueño? habló el desconfiado hombre desde el umbral.
_ Soy el mecánico, dije dando por terminada la charla mientras tomaba una llave francesa.
Dos horas después y ya recuperado el vestir formal, entré al Bristol donde sentado en la mesa de siempre esperaba Panzeri.  
_ Buenos días licenciado, dijo el mozo con la cordialidad habitual.
_ Buenos días Fraga, ¿cómo anda?
_ Muy bien, gracias.
¿Qué van a pedir? consultó mientras fugazmente observaba las mesas ocupadas.
_ Un café negro, pidió el policía jubilado.
_ Lo de siempre, un café cortado en vaso, dijo Tavares mientras ojeaba los titulares del diario: “CHILE EN LLAMAS”; “LULA LIBRE”; “ASONADA EN BOLIVIA”
Ambos hombres se tomaron unos minutos observando la plaza y la postal de otoño, ancianos afincados en los bancos como su lugar en el mundo, y las palomas por doquier mendigando unas migas de pan.
_ ¿Cómo te fue? interrogó el comisario.
Tavares se refirió a la pesquisa de esa mañana, aventajara sin contratiempos a los muchachos de I.P., como para revisar todo y dar con un curioso hallazgo.
_ ¿De qué se trata concretamente?
_ No sé si conduce a algo… pero encontré algo debajo de unos cajones con tufo a queso y cartones aceitados.
El tipo guardaba en la guantera los talonarios de facturas y remitos, un cuaderno de direcciones y pedidos con fechas anteriores a la noche del apagón, pero lo interesante era lo otro. Entre los cartones sucios encontré pedazos de cinta para embalaje y entre los papeles un pedazo autoadhesivo con las letras R y A.
_ ¿R y A, qué te sugiere? preguntó Panzeri.
_ Las letras pueden sugerir muchas cosas… pero los quesos de tambo, para fraccionar y vender al menudeo, en un pequeño utilitario se cargan uno a uno porque pesan lo suyo.
_ No menos de cuatro a diez o veinte kilos, opinó el otro.
_ ¿Entonces, que hacían los restos de papel para embalajes y los pedazos de cinta?
_ Estaban fuera de lugar… o el tipo carga otras cosas, dijo Panzeri en tono de duda.
_ Eso voy a averiguarlo, porque lo que sea no son quesos de Colonia.
_ Coincido con vos, porque en ese tipo algo no encaja. Se esfuma la misma noche que desaparece la muchacha del edificio y eso ya es una llamativa coincidencia.
El negocio de los quesos podría ser una fachada para encubrir otras actividades ilícitas, como el tráfico de drogas. Hay que recordar que vivieron un tiempo en Francia.
_ Y si lo que dice Shaira es cierto, puertas adentro, las relaciones familiares son al parecer un verdadero embrollo y el padre un malparido.
Llamaron al mozo y pidieron más café.
Con su compadre, cambiaron miradas y puntos de vista ante la proximidad de las elecciones presidenciales. Con filosofía de boliche, evaluaron el panorama de nuestra realidad en particular, y comenzaron afirmando que las palabras impresas o los discursos en boca de los políticos carecían del peso de antaño. Los líderes se notaban débiles frente a los asuntos globales o los del diario vivir, como si la realidad y los significados que cada cual atribuía como válidos e irrefutables, anduviesen a las trompadas.
Concluyeron que en estos tiempos, entre las palabras y un pan mediara un abismo…
Para nada exagerado, afirmó Jacinto Panzeri, gran parte de nuestra sociedad se mueve con el andar cansino de los ancianos y eso, para muchos, resulta exasperante en un mundo de realidades virtuales y noticias en tiempo real. Así se comportaron durante décadas al otro lado de la cordillera, haciéndonos creer a todos que gracias a un plan genial alcanzaron la modernidad, hasta que a los crédulos todo les explotó en las manos.
Sorbió a intervalos el café, extendiendo si cabe la placentera sensación.
_ Como antiguamente, prosiguió, hicieron los Adelantados, obsequiosos con sus cuentas de vidrio, propagando el libro sagrado y la sífilis, mientras que el oscuro arte en las iglesias de la colonia exhibía a la mirada atónita de los indios, los infiernos del Dante.
Es lo que queda a un costado al paso de los aventureros, dijo de modo enigmático.
Lo miré preso de la incredulidad porque desconocía los saberes del comisario.
_ ¿De dónde sacó todo eso compadre? pregunté intrigado.
_ Margarita tiene una biblioteca, herencia de su madre, y abreva entre otros temas en las cuestiones históricas.
A mí, ella también me sorprendió gratamente, concluyó Panzeri con una dosis de picardía al despedirse.
A última hora de esa tarde Tavares recibió un llamado de Hannah.
Mientras escuchaba a su compañera percibió que ese sería un día inusual.
Los pequeños hallazgos en la camioneta del padre de Shaira y la conversación con Panzeri, alentaba hacia nuevas perspectivas, que bien podrían convertirse en las líneas investigativas en un caso con dos desapariciones. Vinculadas, había dicho el comisario.
Hannah aportó lo suyo cuando se avecinaba la noche en la oficina de T.B.&P.
_ Te cuento dijo, aunque es tan extraño que no sé qué pensar.
_ Te escucho.
_ Primero me comuniqué como lo hago casi todos los días con Eva. Noté que hablaba de modo desacostumbrado, enajenado y eso bastó para preocuparme aún más por ella.
¿Tú alcanzas a comprender la presión y angustia que soporta la pobre madre de Vale?
No entendí a dónde quería llegar Hannah con tanto sentimentalismo.
_ El caso de Vale permanece en el misterio, nadie se ha contactado con Eva, está descartado un pedido de rescate porque no tienen un peso y el sólo silencio y la espera se ha tornado en algo desesperante. Hasta ahora…
_ ¿Cuáles son las novedades? preguntó intuyendo que Hannah algo sabía.
_ Empecé por pagar la factura de luz en Abitab y comprar enjuague bucal en la farmacia de altos de Malvín y cuando ya estaba cansada y a punto abandonar todo dando por perdidas las dos horas que dediqué al asunto…
_ ¿Qué asunto? dijo Tavares ávido por escuchar algo concreto.
_ A las conversaciones ajenas, haciéndome la distraída en la fila de espera, con la atención y sigilo propio de los cazadores.
Cuando una mujer habló con otra, y el rumor era la aparición de unos cabellos anudados como una obra del diablo o las babas de los drogadictos que caían de las ventanas, en un segundo quedé pasmada.
De inmediato llamé a Eva para que me acompañara mientras pensábamos en algo.
El detective que tenía una alta estima por Hannah quedó dubitativo ante algo que podía interpretarse de fantástico o sobrenatural, una materia en las antípodas de la formación académica de la mujer. La escuchó con larvada preocupación.
_ Los cabellos anudados como un quipu incaico, continuó inmutable la antropóloga social, llamaron la atención de la anciana que los encontró enredados en una retama en flor, tanto como para atribuirle un poderoso significado. Merlina tal el nombre, es una vieja vecina conocida en el vecindario por su afición a las cartas y la práctica de Tarot.
Atiende en un piso ocho justificando que desde allí ve la playa del Buceo y el mar.
¿Por qué? te preguntarás, porque Merlina para los celtas significa: cerca del mar.
_ La verdad…
_ A la verdad pude acercarme después de visitar a la mujer que interpreta los setenta y ocho jeroglíficos, cuyo poder se atribuye a los dioses egipcios, griegos y hebreos.
Fuimos a consultarla con Eva. A partir del contacto de los cabellos anudados en sus huesudas manos, Merlina vio en las cartas a una muchacha asustada…
No lo dijo expresamente, pero dio a entender que Valeria Piriz esta con vida.
_ ¿Es para creer en eso?
Tú en particular, ¡crees lo que dice una adivina! inquirió el detective.
Hannah emitió un profundo suspiro.
_ Lo mejor que logramos es que Merlina confió en la ternura desesperada de la madre de Valeria y su pedido de ayuda.
Tavares miró a Hannah sin dar crédito a lo que escuchaba.
_ Me dio en custodia, envueltos en papel con flores de lavanda y romero los cabellos anudados, bajo juramento de que los restituya una vez terminados los análisis de ADN.
_ Me resisto a emparejar la realidad y la fantasía en el mismo renglón, dijo él.
_ Quizá nunca estuvieron tan separadas como nos hicieron creer… deslizó la mujer.

***

El otoño arreciaba con el viento marino de cara a la ciudad, capaz de desalentar cualquier iniciativa por gozosa que fuera o tan solo elucubrar un pensamiento venturoso. Pero ellas, desdeñando los pronósticos adversos  habían decidido encontrarse, a las tres de la tarde de ese sábado, en la plaza cercana al liceo Nº 19.
Munidas del equipo de mate, galletitas y obviamente el añadido de teléfonos celulares y mochilas, se reunieron en el banco que acostumbraban ocupar.
La vida continuaba aunque la pesadumbre se manifestaba de a rato en los gestos o decires de las muchachas, sin poder soslayar que una de ellas no estaba ni se sabía de su destino, quizá la mayor de las angustias para quienes eran sus amigas. Con el temor o vaya a saber qué, de recordarla a toda hora pero sin atreverse a nombrarla, como una forma de conjuro invocando secretamente a los buenos espíritus y el retorno de la compañera misteriosamente desaparecida.
Shaira la más lastimada de todas, sabía que lo que ocurría con Lalo no era menos raro pero daba a pensar cualquiera cosa, aunque lejos de tener una mirada inocente para con su padre acostumbrado a una moral ambigua que lo conducía a meterse en líos.
La muchacha se sintió íntimamente mortificada, porque ahora que Lalo no estaba lo evocaba como al padre que no tuvo.
Las otras lo sabían y la abrazaban con afecto.
Después dirigieron la atención a Cintia y a la extemporánea pregunta.
_  Chicas, ¿alguna vio anoche a la Buendía con el policía en la tele?

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