TRESFILOS TAVARES / JOSÉ LUIS FACELLO


Día catorce.
La claridad de la media mañana se filtraba entre las cortinas del dormitorio, donde los amantes vencidos por el ansia y el erotismo dormían abrazados.
El patio de la panadería dispersaba los sonidos callejeros, filtrados entre helechos, claveles del aire  y las caprichosas plantas de palán-palán enraizadas en los muros de ladrillos.
Pasado el mediodía Andy y Tresfilos salieron en dirección a la rambla.
Caminaron a sus anchas, abrazados, parando para recibir de pleno la brisa, de a ratos discernir sobre la misteriosa desaparición de Valeria, sino, observando el curvilíneo horizonte e imaginando el misterio a enfrentar por los antiguos navegantes que bajaban por los grandes ríos hasta estas playas.
_ ¿Cómo fue la reunión con la compañera del liceo? preguntó la maestra rural.
Tavares sorbió la bombilla con fruición como un acto placentero que a no dudar atribuía a la compañía de Andy. Permanecía imbuido por el gozoso reencuentro y la apasionada noche después tantísimas dilaciones y postergación.
A veces no les resultaba tan sencillo allanar distancias o compatibilizar días libres de obligaciones. Él con sus asuntos en T.B.&P. Ella peregrinando de escuela en escuela, Cerro Colorado, Santa Clara, Juanico al sur de Canelones, además de considerar que algunas de ellas resultaban de difícil acceso a causa de las lluvias y las crecidas.
No era de extrañar, que las maestras se alojaran en las escuelas rurales más aisladas, durante semanas a la espera del estado del tiempo que hacía de los caminos rurales un acceso posible o un bañado en las hondonadas.
Muchas veces, Andy Vallejos pensó comprar una motocicleta todoterreno, pero hizo cuentas y calculó que con su sueldo las cuotas se convertirían en un vía crucis más que en una solución. 
_ La muchacha nos sorprendió a todos, advirtió el detective. 
Reticente a hablar, a poco de reunirnos fue soltándose al sentirse segura como para confiar algo que asumió como una impostergable confesión.
No la encontramos en el teléfono, pero suponemos que Ana tuvo algo que ver para que Shaira decidiera acercarse a nosotros.
Hannah, para entonces había logrado conversar con una profesora del liceo, charlado con alguna de las amigas de Valeria Piriz y eso allanó los temores de la muchacha.
_ No imagino como la chiquilina pudo soportar una situación tan dolorosa, dijo Andy, a partir de la noche que desaparecen de una, el padre y la amiga.
Una cosa de locos, porque Shaira o cualquiera de las chicas pudo haber ocupado el lugar de Vale. ¿O existió algo en particular que presupone un plan para secuestrarla?
Y el colmo al paso de los días, es carecer de una sola noticia que permita develar algo inimaginable.
¿Qué hace la policía? se preguntó la mujer sin entusiasmo.
Tresfilos propuso hacer un alto e invitarla a sentarse en el murete frente al mar, pero sin atinar a responder a los interrogantes de su compañera.
Andy preparó el mate y el termo, una tradición gaucha guardada en la termera.
_ Los casos a veces toman ribetes imprevistos, dijo el hombre, y algo de eso ocurrió. A poco de que la muchacha se despachara sobre las actividades de su padre, como una de las razones que perturbaban tanto a su madre como a ella. Nahitan, el hermano, no fue nombrado en ningún momento.
Andy lo miró sin comprender.
El detective encendió dos cigarrillos y convidó.
_ La muchacha confirmó algunas pistas sueltas que seguíamos Panzeri y yo, pero a decir verdad, poco confiables porque las fuentes eran tipos de la peor calaña, soplones de poca monta que al primer apremio dicen cualquier cosa, sino la inventan…
El padre de Shaira se mueve en una camionetita del negocio en la compra y reventa de quesos de Colonia, que según consta en el sitio web distribuye a los clientes y negocios montevideanos y en la Costa de Oro. Pero detrás de la fachada legal del comerciante de quesos, Lalo tiene otra actividad esta vez ilícita, porque el tipo es conocido por vender drogas al menudeo en las inmediaciones del parque Durando y la iglesia de La Cruz.
Por lo poco que sabe la muchacha al respecto y por las infidencias de su hermano, los padres son adictos a la marihuana. Una costumbre en la que se iniciaron durante su estadía en la campiña francesa y el trato con los inmigrantes africanos.
_ ¿Entonces?
_ Entonces lo más probable es que esté escondido en algún lugar a causa de una deuda, peor si se trata de una mejicaneada, sino vaya uno a saber qué. O…
_ ¿O? preguntó la mujer frunciendo el ceño.
_ O lo mataron…
Pero es poco probable, por lo que sabemos el tipo es un narco de poca monta.
_ A veces dudo de que importe algo a la hora de matar, retrucó la maestra.
Tavares supuso que el oscuro caso de la Fuente de los sedientos y otros más recientes, impactasen de manera tal, como para extender la desconfianza y el miedo entre las mujeres que vivían en estado de nebulosa indefensión, en parte por culpa de la Buendía.
_ No entiendo nada, dijo ella.
_ Tarde o temprano tendremos noticias de él, vivo o muerto. 
(espacio)
Al anochecer, Tresfilos y Andy llegaron a la casa de los Cardozo.
Apenas se abrió la puerta reja, Hannah, vestida de vaqueros, una blusa ceñida al cuerpo y un chaleco artesanal de tejido rústico, los recibió en el jardín.
Entrada invadida por el olor a pasto recientemente cortado al que las luces daban matices de verdes artificiales.
Se saludaron amistosamente e intercambiaron palabras de ocasión.
_ Bienvenida Andy, dijo la anfitriona tomándola del brazo.
Tresfilos, tú ya conoces la casa.
El detective que traía un atado de leña y una caja de vino Tannat encaminó sus pasos hacia el quincho. Esa noche sería el encargado de hacer el asado.
Panzeri y Margarita avisaron que vendrían en un rato.
Heber Cardozo, el esposo de Hannah, envió un mensaje avisando que venía en camino, había pasado el Solís Grande y llegaría en no más de una hora.
Las dos mujeres convinieron beber cerveza roja a modo de disfrutar el encuentro, como amenguar el calor que el viento norte traía con pronósticos de lluvia.
A poco, las mujeres se enfrascaron en una conversación sobre sus actividades, los temas de género, o recordar las inclaudicables manifestaciones públicas, que permitían augurar el nacimiento de tiempos nuevos. Aunque como todo alumbramiento, no exento de dolor.
A una pregunta de Andy, Hannah respondió que el caso de la liceal desaparecida la había sacudido íntimamente, porque por primera vez se situaba en un ámbito donde las investigaciones en T.B.&P. eran un asunto doloroso. Y eso, para ella era totalmente nuevo, rondar e indagar en cada lugar con el afán de obtener un dato… razonable.
Conversar con las compañeras de Vale, dijo Hannah, le había resultado vivificante como retornar a su propia  adolescencia y a cierto estado de gracia, pero ahora en un contexto extraño, donde predominaban el absurdo y la solapada violencia.
Así, conversaron con mirada crítica sobre las instituciones de enseñanza o la seguridad, con objetivos a veces disociadas de su misión. A veces, hasta llegar a promover una andanada de dimes y diretes en Medios & Medios, o girando a toda hora con el vértigo de los tornados en las redes sociales.
A la segunda cerveza los temas abordados por las dos mujeres fueron de naturaleza intimista. Para Hannah la relación entre Tresfilos, Andy y Candy, la bailarina estrella del Karim´s Club, no era un descubrimiento pero sí motivo de curiosidad.
Andy dijo saber por boca de Tresfilos, que Candy-Ñambi, el nombre artístico que no eclipsaba y menos negaba la identidad de su origen migrante y campesino, era una muchacha de la que estaba enamorado perdidamente.
Muy de Tresfilos, pensó Hannah pero nada dijo.
Una Ñambi muy jovencita, había encontrado en Montevideo dos cosas que amalgamaron los afectos, el amor y los proyectos. Como toda mujer inmigrante Ñambi hizo de todo, dijo Andy tomando respetuosa distancia.
Ñambi trabajó como vendedora ambulante, promotora callejera de un circo familiar y vendedora en un McDonald's de Buenos Aires. Al frecuentar ambos, Tresfilos y ella El submarino amarillo, un lugar donde la música retro, los tragos y la prostitución eran la oferta de cada noche, se cruzaron con miradas furtivas como ajenas a los códigos de la noche.
La bellísima muchacha guaraní, dijo observar al detective solitario y ensimismado frente al vaso de whisky como en el cine negro norteamericano, y con eso bastó para que el enamoramiento dejase de ser un juego nocturno para transformarse en una relación tan apasionada como duradera.
Algo diferente sino extravagante… dijo Hannah con tono intimista.
Ambas mujeres rieron con complicidad, mientras por el rabillo del ojo miraban a Tresfilos, abstraído en los quehaceres del asador.

***

     Pensé que enloquecería al saberme una cautiva.
En todo este tiempo, sumida en la penumbra y la angustiante confusión no ocurría absolutamente nada a mí alrededor, ni siquiera para alimentar la espera.
¿Qué sería de mi pobre madre? Eso me pregunté, después de deambular por mundos imaginarios, desconocidos y plagados de seres que acechaban desde las sombras.
Durante todo este tiempo del que perdí la noción de cuánto, he recorrido el lugar de paredes frías y una rejilla en el piso por baño, escuchado el zumbido que llega como el vuelo de las abejas, supongo de motores, y el persistente goteo de una canilla que encharca un rincón. Lugar sin ventana, la puerta con una rendija al ras para espiar la escalera cuando la luz se enciende.
Ese es el nuevo mundo que me está enloqueciendo. Nunca lo hubiese imaginado.
Una vez al día escuchaba los pasos de alguien en la escalera, detenerse como para auscultar detrás de la puerta para constatar que yo seguía con vida.
Al principio le grité cosas con toda la fuerza de mi voz, le rogué, lo putié y maldije pero él, lo supuse un hombre desalmado, no se dignó pronunciar una palabra. Aprendí a esperarlo con la oreja contra la puerta, a escuchar su jadeo que imaginé de un monstruo y largarme a llorar cuando lo escuchaba andar por la escalera.
La puerta se entreabría una vez al día para dejar en el piso un tapper con cosas para comer. Pan y fiambre la mayoría de las veces, en otras una milanesa bañada en salsa kechup, o fideos con sabores horribles salidos de los restos de una vianda.
Extrañaba a mi mamá y sus comidas. Lloraba por mis compañeras del liceo.
¿Ellas habrían corrido parecida desgracia a la mía?

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