Tresfilos Tavares 14/ Jose Luis Facello

Día cuarenta y cuatro.

Miró la esquina inferior de la pantalla y la indicación 7:05 a.m.

Preparó unos mates y buscó en la alacena algo para comer, galletitas, pan o lo que fuere. Nada, igual en la heladera.

Se calzó la ropa de trotar y los championes gastados, miró al tipo del espejo en estado lamentable y procedió a lavarse los dientes.

Al ver la correa, Malevo festejó a Tresfilos.

Apenas salir a la calle, el hombre caminó hasta la rambla dispuesto a distender su mente, aspiró a sus anchas la brisa fría y encendió el primer cigarrillo de la mañana.

Regresó a la casa cuando cayó en cuenta que eran las ocho menos cinco.

Quince minutos después llegó Hannah como había prometido.

Mientras tomaban mate decidieron a instancias de ella,  hacer una segunda mirada por los lugares ya recorridos con los botijas de alturas de Malvín.

Coincidieron en soslayar los desagües del Camino Carrasco porque al decir de la mujer, habían sido reconstruidos y no guardaban sorpresas ni parecido a la antigua obra, como constaba en los viejos planos de la intendencia o en los relevamientos de los Tupamaros, allá por los sesenta. Ilustrando en detalle los canales subterráneos y precisa cuenta de los vertederos a las playas o las cañadas que atravesaban esa parte de la ciudad.

Decidieron en cambio, planear el recorrido comenzando por el lago del parque Rivera. Dejarían estacionado el auto en las inmediaciones del Estadio Charrúa y a partir de allí caminar bordeando el arroyo, a la búsqueda de indicios que aportaran algún dato en torno a la muchacha y el padre de Shaira. 

Por los dichos de Shaira en la oficina, le recordó Hannah al detective, al padre no lo quiere en razón que la crio la abuela, pero ahora teme que la desaparición de Lalo acarree más tristeza e incertidumbre a la madre. En cambio de los sentimientos del hermano sólo la madre sabe, porque Nahitan se ha encerrado en su cuarto abrumado por la situación.

En el automóvil de Hannah tomaron por 8 de Octubre hasta doblar por Veracierto y topar con Camino Carrasco, desviar a la izquierda en la iglesia de la Cruz y por fin llegar al parque.

Ingresaron por un acceso al estadio y estacionaron a media cuadra del lago. A simple vista, los raleados peatones los confundirían con una pareja que pasea plácidamente entre el pinar.

Recorrieron la cañada del Molino, un tramo bajando por los terrenos y la otra sumergida en los ductos bajo un manto de césped y la arboleda que ocultaba las casas de techos rojos.

_ ¿Qué estamos buscando? preguntó el hombre.

_ No lo sé con certeza… pero recuerdo haber visto una casita con el jardín descuidado y el cartel <SE ALQUILA>

_ No es mucho, dijo Tavares.

_ Los gurises que me acompañaron acostumbran a venir a estos lugares en sus escapadas en bicicleta. Uno de ellos fue el que comentó que en la casita en alquiler, habían visto entrar a una persona de dudosa figura, un pichicome dijeron, y en otra ocasión observaron que esa misma persona los observaba por una ventana.

Caminaron seis o siete cuadras de suave pendiente hasta que ella le apretó el brazo.

_ Aquella es la casa, advirtió un poco antes.

Tavares la reconoció de inmediato por la descripción de su compañera. En efecto, detrás de un muro bajo y el jardín abandonado, atado al tronco de un ciprés se destacaba el cartel de la inmobiliaria. En cambio, constató que las persianas de abajo y del piso alto estaban cerradas, que el portoncito tenía un simple pasador y que no había vecinos ni cámaras de seguridad a la vista.

_ Entremos, dijo al modo sin opciones.

Hannah titubeó y lo siguió un paso más atrás. Pensó que debía estar loca para hacer lo que estaba haciendo, seguirlo a Tresfilos que en ese momento bordeaba la fachada y avanzaba hacia los fondos de la casa.

Miró sin entender bien de que se trataba, al notar que su compañero sacaba entre las ropas un revólver que a ella se le ocurrió intimidante.

El otoño había teñido de pardos y tostados el pastizal del fondo y de un frondoso paraíso se desprendía una llovizna de hojas a impulso de la brisa.

El detective se detuvo al observar la reja de la puerta trasera atada con un alambre, hizo una seña de espera a Hannah, abrió la reja y al tercer intento entreabrió la otra puerta. Un perro ladró en las cercanías.

Quitó el seguro de la Bersa Thunder .380 y asomó con las precauciones del caso. La casa al vacío sumaba las señales del abandono, la invasión de las termitas y vidrios rotos como el piso del baño encharcado.

Con el índice sobre los labios pidió silencio y con otras señas indicó que él subiría la escalera al piso alto, no sin antes encomendarle que vigilara por las rendijas de las persianas, cualquier imprevisto. Hannah no sabía lo que hacía y hubiese abandonado todo si no fuese por esclarecer la suerte de Valeria lo que motivaba tanta locura. Respondió a su compañero con el pulgar en alto y el okey de haberlo comprendido.

Tresfilos subió sigilosamente dispuesto a registrar la parte alta de la casa.

Por experiencia sabía que un sujeto que huía, que se sentía acorralado, podía tener las reacciones más descabelladas que puedan imaginarse.

Se detuvo frente a una puerta cerrada, de las cuatro habitaciones había revisado tres sin resultado alguno que no fuera más mugre acumulada, el empapelado de las paredes caído o roído por los ratones y las telas de arañas invisibles en la penumbra. La instalación eléctrica estaba dañada o desconectada y presupuso que por alguna razón que ignoraba, la casa no encontraba a nadie dispuesta a alquilarla.

Malpensó en las casas habitadas por fantasmas…

Tomó el picaporte y lo movió lentamente.

Lo que tendría que enfrentar eran las cosas de manual.

Un sujeto enloquecido que apenas abrir la puerta lo recibiría a los tiros, o preso de la desesperación intentase escapar saltando por la ventana, sino sabiéndose derrotado se descerrajaría un tiro en la cabeza.

Su compañera era Hannah y eso lo tranquilizaba, esta vez nadie le dispararía por la espalda…

Entrevió la soledad y el abandono del lugar en estado puro, abrió apenas la persiana como para distinguir algunas cosas. Entonces llamó a Hannah.

Tavares guardó la pistola, encendió dos cigarrillos y convidó, después fumaron en silencio a modo de atenuar la tensión e interpretar el estado de cosas.

Unos cartones y los restos de lo que fuera una frazada en un rincón daba a suponer en un campamento abandonado. Hallaron trozos de velas en un estante y un jabón junto a ¡sorpresa! una caja vacía de municiones.

El detective fue una vez más detrás de la persiana y observó la calle vacía.

Hannah por su parte, advertida por un leve ruido encontró en un hueco de la pared restos de pan y queso mientras un roedor de ojos anaranjados la observaba parapetado en su escondrijo. Volvió a concentrase en la búsqueda porque el miedo alojado en la boca del estómago asomaba pidiéndole que saliera de ese horrible lugar.

Escuchó la puteada de Tresfilos en el pasillo y se sobresaltó al punto de no poder articular una palabra.

Su compañero la tranquilizó y dio lugar en la puerta para ver más allá. El cuadro era más que desagradable y perturbador, un enorme gato negro yacía muerto en la bañera y otro colgando de un gancho.

¿Estaban ante un desequilibrado mental… o el tipo comía gatos?

Decidieron marcharse presagiando el comienzo de algo pesadillesco.

Tavares y Hannah ya se retiraban cuando el detective observó una cajilla de cigarrillos hecha un bollo, la levantó por curiosidad, debajo del celofán se leía la idiota frase: LA ADICCIÓN COMIENZA CON LOS PRIMEROS CIGARRILLOS, pero en eso estaba cuando encontró un papelito y al desdoblarlo, descubrió anotado un número de teléfono. 

Camino de regreso, convinieron en que un desconocido estuvo en la casa no hacía mucho tiempo, pero descartaron de plano que ese alguien estuviese acompañado.

Recién entonces notaron las fotocopias pegadas a las columnas del alumbrado:

 

SE BUSCA

COCKER SPANIER INGLÉS

COLOR BEIGE DORADO

RESPONDE AL NOMBRE DE <CHASE>

15.4099.2037.2155

GRATIFICACIÓN 100 DOLARES

 

Cien dólares por la devolución de un perro perdido…

¿Y si el pichicome que vieron los botijas pudiese ser el ladrón que estaban buscando?

Con el hallazgo de la caja de balas eliminaron la existencia de un pichicome, porque el afán por encontrar restos de comida y algo de alcohol no cuadra con un arma de fuego.

El detective pensó que apremiaba averiguar a dónde conducía el número de teléfono adherido a la caja de cigarrillos.

_ Si te parece, pasemos por el molino de Pérez, sugirió Hannah.

La cañada llevaba al antiguo molino de trigo y fuente del movimiento industrioso.

_ Vamos, respondió el hombre.

¿Viste algo que llamara tu atención?

_ Ver no vi nada, dijo Hannah, salvo una puerta forzada que no me animé a cruzar.

Pero en la visión de Merlina…

_ ¿Visitaste otra vez a la bruja? se escuchó a Tavares decir decepcionado.

Ella lo ignoró.

_ En la visión de Merlina aparecía Valeria en un lugar en penumbras, encharcado y húmedo. En la casa abandonada pudimos verificar esas condiciones y es probable que la situación en el molino sea parecido a lo que Merlina interpretó en las cartas.

_ ¿Tú sugieres que acaso Valeria escapa con un desconocido…? preguntó él.

Siguieron el cauce de la cañada y las pocas cuadras aparecieron retazos de mar sobre los techos y un poco después, a pasos de la rambla, el viejo molino de Pérez.

Hannah ensimismada en una posibilidad absurda no pronunció palabra alguna en todo el trayecto recorrido hasta el molino de Pérez. Al llegar, la mujer lo condujo hasta una pequeña puerta lateral, disimulada junto a un tosco contrafuerte de piedra.

Tresfilos no tomó demasiadas precauciones por tratarse de un paseo público a dos pasos de la rambla. Dio un empujón a la puerta y entró sin más, para ser sorprendido por un escenario que conjugaba las noches de los placeres marginales. Una improvisada amueblada, pero sin muebles, y que en el claroscuro de la media mañana dejaba ver botellas vacías, cartones tirados por el piso y condones dispersos por doquier.

Al salir del pestilente lugar notaron la presencia del perro.

_ ¿Chase? dijo Hannah en cuclillas.

El cocker beige ladró y los siguió dispuesto a la aventura.

 

***

 

Caminaban por la atiborrada feria de la calle Serrato, cada una en lo suyo, cuando de improviso y en medio del gentío, quedaron frente a frente para sorpresa de ambas.

_ ¡Cintia! exclamó Loli.

_ ¡Hola amiga! respondió la otra.

Un mes atrás fueron compañeras de clase en el Liceo Nº 19, pero dejaron de verse cuando ocurrió lo que ocurrió y desde entonces ya nada fue lo mismo.

Por lo pronto, Loli había abandonado el liceo semanas después de la desaparición de Vale y cuando fue citada por la directora Campo Dónico, debió apersonarse la madre porque ella se negó de forma tajante. La ausencia de la amiga era tan insoportable que lo intentó tres veces pero en ninguna consiguió traspasar el portón del liceo.

Su respuesta fue categórica, no le importaba estudiar.

Y a su madre esto la afectó mucho. De firmes convicciones místicas le pareció que por primera vez el mundo giraba alocadamente, primero por la tozuda actitud de su esposo y la negativa, también tajante, de acompañarla a las reuniones con el pastor Jeremías Dos Santos y su esposa Rosa. Y ahora esto, su niña asustada se negaba sin comprenderlo cabalmente a aceptar La Palabra y el mensaje de salvación. Por primera vez,  Celina que sentía fortalecer su espíritu junto a cientos de hermanos en las reuniones de los sábados, ahora temía sentirse sola… y a merced de las artimañas del maligno.

Fue a partir de allí, que su inspirado espíritu le aconsejó dejar la radio encendida bajo la almohada, para sentirse protegida por el susurro vivificante de los guardianes nocturnos, Jeremías y Rosa.

Para madre e hija ya nada sería igual a lo que fuera…

_ ¡Cuánto hacía que no nos veíamos! dijo Cintia con mirada cristalina.

_ Sí… ¿Cómo están las chicas? preguntó Loli mordiéndose el labio, porque una de ellas faltaba en el grupo de amigas. 

_ Loli estamos todas bien… dijo Cintia con ternura, y tan destrozadas como tú.

Fue el momento del abrazo y las lágrimas, un solo cuerpo rozado por el rezongo de algunos peatones.

Caminaron hasta la plaza de la Restauración tomadas del brazo para luego sentarse al amparo de los jacarandás en flor.

La conversación giró en los temas triviales, en tratar de descifrar por que se entrometían en sus vidas a partir del cumpleaños de Beti.

_ A medida que pasan los días la falta de Valeria se hace insoportable, dijo Cintia pretendiendo dar el marco a una situación tan dolorosa como incierta.

_ Sin darnos cuenta, todas hemos caído en el pozo de las desgracias… reflexionó la otra.

_ Loli, deberíamos comprender que las desgracias son acompañantes inseparables de los días felices, ¿no te parece? Por supuesto, exceptuando el ninguneo y atropello a los derechos de género, dijo Cintia reafirmando sus convicciones.

_ Si también lo decís por Beti y por Shaira estás en lo cierto, coincidió la otra que observaba el suelo tapizado de flores.

_ El pozo, como tú dijiste, es más grande de lo que suponemos. Somos muchas…

A los de Beti y Shaira deberíamos considerar los nombres, en primer lugar el de Eva, el del padre de Shaira y también a la madre de Beti que la está pasando mal…

_ Y a los hermanos, apuntó con pesimismo Loli.

¿Sabés lo que piensa mi madre? disparó angustiada.

Cintia miró a la otra con prevención, porque las madres en situaciones imprevistas son capaces de todo. Lo registraba por experiencia, como la hija que convive con el padre y su nueva pareja, en tanto la madre se mudó a la casa de la mujer que ama. Esas cosas pasan, me pasa a mí y todavía no comprendo cómo todo pudo ocurrir a mis espaldas y sin darme cuenta.

_ ¿Y qué piensa tu madre?

_ Ella ve lo que otras no.

Mi mamá me confesó que el padre de Shaira y Vale bien pudieron escaparse juntos… atrapados por un amor prohibido o víctimas de las artimañas del diablo.

Comentarios

Entradas populares