Tresfilos Tavares 14 / José Luis Facello

Día cuarenta y cinco.

Había pasado una mala noche, por una ventana abierta se colaron los primeros rigores de mayo y eso bastó para no poder conciliar el sueño perdido.

Preparó el agua para el mate, dispuesto de mal humor  a tomar un baño que mitigara el desgano propio del mal dormir. Cinco minutos de agua caliente fueron suficientes.

Sorbió el brebaje amargo mientras no atinaba a concentrarse en nada.

El reloj del monitor señalaba las 5:28 y a esa hora el amanecer era sólo una promesa.

Seleccionó un tango de Canaro y se dejó llevar…

Guardó en la riñonera el S&W 60, de cañón corto, y a las 6:01, en plena noche encaminó sus pasos dispuesto a trotarpor la rambla.

Unos pasos adelante los malditos perros avanzaban a mejor ritmo que el amo.

En los primeros minutos el aire gélido le perforó la garganta y los pulmones, pero reaccionó respirando acompasadamente, como el boxeador que en el último round resiste la flojera de sus piernas a sabiendas que está un punto arriba del rival.

Pensó sino sería hora de visitarlo a don Carlos y reincorporarse como sparring, semipesado. Lo pensaría mejor, entrenar un par de horas a la semana.

Por qué no decirlo, extrañaba las noches en el boxing club.

No supo cuánto tiempo había trotado pero al volver notó el claror del alba sobre sus espaldas. Abrió la puerta del patio y fue directo por otro baño, esta vez de agua fría.

Acomodó la yerba y calentó más agua, en tanto se detuvo a observar las anotaciones del block, hasta ubicar el número de teléfono encontrado en la casa abandonada.

Dudó en hacer el llamado por lo temprano del horario, pero pudo más el ansia.

Escuchó dos veces el ring de la llamada y a la tercera la voz del otro lado.

_ Hotel de los virreyes, buenos días.

¿En qué podemos servirle?

_ Disculpe confundí el número, dijo Tavares de una y cortó.

Salió al patio dispuesto a disfrutar de la cebadura hasta el final, rodeado por la algarabía y festejo de los perros que tanto como los humanos detestan la soledad.

El número de un hotel encubría a alguien… ¿Pero quién estaba detrás?

Después de algunos cabildeos consigo mismo llamó a Panzeri.

Al cuarto o quinto ring escuchó la voz inconfundible del comisario.

_ ¿Se puede saber qué carajo pasa para joder a esta hora de la mañana?

_ Disculpe, habla su compadre…

_ ¡Qué compadre ni ocho cuartos!

_ Está todo bien, lo llamo más tarde ¿le parece bien?

_ Decí de una vez lo que tengas para decir.

Tavares dudó si era una buena idea.

_ Tengo el teléfono de un hotel al que considero oportuno visitar.

Con discreción se entiende, pensé en usted y Margarita.

De inmediato previendo la reacción del otro, el detective lo puso al tanto de la incursión con Hannah por la cañada y el molino de Pérez. De los hallazgos, los supuestos y la pista para llegar al Hotel de los virreyes, pero no al misterioso contacto entre, por ahora, dos desconocidos.

_ Entendí perfectamente, respondió el comisario. Dalo por hecho.

Cinco minutos después el detective llamó al teléfono móvil de Raúl, el vigilador del super de la calle Florida.

(espacio)

Raúl cubría el turno noche y como tantas veces acordaron tomar unas cervezas a resguardo del Portón 6 y bajo la copa del añoso paraíso, a unos pasos de la vieja oficina de T&C.

Hasta aquel atardecer donde la violencia había campeado sin miramientos. Raúl algo sabía pero era más lo que ignoraba, porque en algunas profesiones lo mejor era no saber demasiado.

Pero aquella, vez el vigilador vio desde la garita lo suficiente para anticipar el peligro a tiempo y avisar a Tresfilos, de que seis o siete tipos con armas largas se disponían a entrar al edificio.

Aquella vez, Raúl Márquez se jugó con entereza aún a riesgo de su propia vida, y sin proponérselo, sellar más allá de las palabras una férrea amistad con el detective.

_ Bienvenido de vuelta al viejo barrio, dijo Raúl a modo de saludo.

_ ¡Amigo! Tavares abrazó al otro sin preámbulos.

_ Josualdo avisó que ya viene para acá.

A Josualdo Márquez, el hermano de Raúl, lo había conocido durante la investigación del asesinato de Candela Maizani, la secretaria y amante de Pedro Prado Perdriel, el magnate de Medios & Medios.

Josualdo, a su pedido había oficiado en algunas tareas delicadas, como espiar en el apartamento de  la mujer e hijas de Perdriel, buscando pruebas que ayudaran a dilucidar quién fue el asesino y los móviles del enigmático crimen, ocurrido en el piso trece de las torres del Buceo.

Demostró ser un tipo ducho, recordó Tavares, veterano en el diario vivir sorteando la escasez y los rigores.

Raúl en cierta oportunidad contó que el padre había muerto en la enfermería del penal; de los hermanos poco más que niños, el que no fue a parar a un instituto terminó trabajando en la playa de cargas de los grandes supermercados.

Josualdo tuvo una mujer que amó pero se casó con la soledad y eso quizá explique, que desde siempre vivió en pensiones de mala muerte.

El hombre entra en trance cuando cuenta que escaló ocho pisos de balcón en balcón escuchando la sinfonía del mar, hasta el momento que el viento choca contra las torres enclavadas en la península esteña entablando un lenguaje entre diferentes, entre los ricos y ladrones. Y el viejo dilema por saber quién es quién…

Josualdo es de esas personas que trabaja para sobrevivir modestamente, sin lujos ni vanidades. Lo ha dicho en rondas de cervezas, goza del ocio y gusta del arte, cuadros que caben en la mochila o pequeños objetos, soberbios como un choker de diamantes en el cuello de una mujer y en las antípodas de la insinuante cinta negra que lucía Olimpia en el cuadro de Manet. La profesión exige hurgar en la historia del arte…

Tavares nunca llegaría a comprender como Josualdo continuaba con vida.

Conocía la jerga de los encarcelados porque estuvo, según cuenta, dos años en canadá… Entonces era muy joven, dice a modo de justificación, intento de robo a un restaurante. La mala suerte de ser reconocido por un agente de Delitos Globales y la fuga hasta ser interceptados, el otro manejaba la moto, en las canteras del parque Rodó.

_ Un gusto saludarlo detective, dijo Josualdo con el cigarrillo en la comisura de los labios.

_ ¿Cómo anda amigo? dijo Tavares estrechando la mano del otro.

Raúl trajo unas latas de cerveza mexicana, rezagos de un lote vencido, para dar inicio a la conversación.

_ ¿Estás trabajando? preguntó el detective, aunque ya Raúl le había anticipado que los negocios estaban flojos.

_ Usted sabe cómo son las cosas… trabajo cuando hay trabajo.

Tavares le entregó copias de las fotografías y antecedentes delictivos de Lalo Bermúdez, último domicilio conocido y los datos de la camioneta abandonada. Prefirió dejar a la familia al margen porque ya tenían bastantes problemas.

Lo cierto, dijo el detective, es que al tipo lo busca nuestra clienta, una mujer al servicio de un coleccionista de arte, un hombre de negocios brasileño. Sospechan que el sujeto tiene dos obras valiosas, supuestamente perdidas en un viaje del aeropuerto de San Pablo a Carrasco.

No lo tengo claro, pero al parecer Bermúdez intermedia en el tráfico de arte, de contrabando y sin importar el origen, provee de mercadería a clientes exclusivos…

Tavares, le entregó a Josualdo dos hojas con las características de los cuadros en cuestión, nombre del autor, dimensiones, valor de mercado entre otros datos.

Está desaparecido hace más de un mes, desde el día del gran apagón.

_ Entiendo, afirmó el otro.

_ Esto va a cuenta, dijo el detective entregándole un sobre.

_ Deme cuarenta y ocho horas, dijo un Josualdo enfrascado en sus pensamientos.

Entonces Raúl sonrió y fue por más cervezas…

(espacio)

Al anochecer Tavares recibió un llamado de Panzeri.

El comisario se adelantó a la reunión del viernes, y dio un apretado informe sobre la visita al Hotel de los virreyes.

_ Aprovechamos con Margarita, dijo el viejo policía, para registrarnos en una habitación doble con vista al palacio Salvo. Bajamos a la hora de cenar y bebimos un vino dulce a la sobremesa. A esa hora no había demasiado movimiento, menos considerando la noche lluviosa que desalentaba cualquier salida nocturna.

Le di charla al conserje, el padre había sido policía en Soriano dijo el muchacho, y yo aproveché a recordar algunas anécdotas durante mi permanencia en la I.P. de la ciudad de Dolores. Una hora después lo invite con un café y coñac, a pasos de la recepción en un mini bar adosado a la pared, con espejos y una pequeña barra que el mismo atendía.

Margarita se disculpó alegando que estaba cansada, tomó la llave de manos del conserje y antes de llegar al ascensor retiró el libro de huéspedes. No tardó en revisar el libro, hasta encontrar el registro de Antonina Creuza durante dos días y una noche, además de anotar el número de pasaporte. Dejó el libro en su lugar y mientras hablábamos de vientos y catástrofes climáticas, escuché el siseo de la puerta automática del ascensor…

_ Conclusión dijo Tavares, para nosotros no quedan dudas de la relación entre Antonina Creuza y un desconocido, que podría ser Lalo Bermúdez.

_ En tanto la brasileña pide los servicios de T.B.&P., dijo Panzeri. ¿Muy raro? no…

 

***

 

El próximo mes cumpliría treinta y tres años y Eva Piriz sentía parecido agobio al de la anciana que cuidaba, desde la temprana hora del desayuno hasta después del almuerzo, cuando la suplantaba la hija a vuelta del trabajo.

Insumía seis horas a full por poco dinero, pero era lo que había. La pensión de la anciana y los ingresos de la hija apenas daban para una digna subsistencia de las dos mujeres. La muerte del señor, a quién no conoció, las encontró en una casa sin lujos pero bien puesta y el naufragio latente en la pintura agrisada por el moho o el goteo de las canillas.

Había conocido las situaciones complicadas de otras mujeres, madres solteras como ella y enamoradas de un cobarde, repudiadas secretamente por la familia hasta que era cosa del pasado aunque las heridas perdurasen y doliesen cada tanto.

No es fácil asimilar en el cuerpo el cóctel del amor y sentirse abandonada, del embarazo en soledad y los velados reproches. A poco del nacimiento de Valeria, consiguió el amparo de un hogar que cuidaban a los niños mientras sus madres salían a trabajar.  

Pero de aquello hasta ahora nunca pasó por su cabeza que iba a ocurrir lo que ocurrió, que su niña adquiriera al paso de los días una presencia invisible, que rondaba en la desolada casa. No quería enloquecer pero cada objeto de Vale, el perfume en la almohada, la música silenciada o los championes tirados debajo de la cama, parecían manifestarse secretamente recordándole el misterio de la ausencia.

Fue a partir de la noche del apagón, cuando la policía y los sicólogos sociales se retiraron dejando el eco de teorías descabelladas, que decidí cerrar con llave la puerta del cuarto de Vale a modo de conjurar mayores dolores…

¿Qué cosa nos enseñaron para resignarse a aceptar la realidad tal cuál?

Será la repuesta, la mirada mansa de la anciana de noventa años que acompaño, mientras aguarda la hora de emprender el misterioso viaje… o el impulso vibrante de mi niña  con la esperanza prendida a unos cabellos meciéndose al impulso del viento.

La espera por la espera misma ¿esa es la cosa?

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