Tresfilos Tavares 16 / Jose Luis Facello

Día cuarenta y seis.

Josualdo despertó en medio de la oscuridad de la pieza fría y silenciosa.

Encendió un cigarrillo y al expulsar el humo hacia el techo imaginó un cielo nublado de nicotina.

Después tosió, a sabiendas que la convulsión se prolongaría dos o tres minutos como ocurría cada mañana al despertar y con los primeros mates calientes lo reconfortarían como a un hombre nuevo.

Apartir del trabajo acuerdado con el detective Tavares podía establecer prioridades, en primer lugar saldar los tres meses de deuda con doña Pili, la dueña de la pensión.

La gallega era una mujer de buena madera y mantenían el mutuo respeto y la estima entre personas que la vida les jugó en contra desde temprana edad.

Sólo con él, ella disimulaba el atraso en los pagos y le aconsejaba cambiar por un oficio más normal, fontanero o pintor de casas, cada vez que le pedía ayuda en las reparaciones de la vieja pensión. Y él agradecía la ayuda de la mujer cuando lo veía al borde de la  azotea, o lo que es decir, del precipicio…

Doña Pili quedó viuda desde que el esposo hizo sin saberlo, corría el año 1986, el último viaje en el taxi del patrón desde Pozuelo del Rey a Madrid.

Felipillo fue por negocios para ser malherido después del atraco a un prestamista. Con el socio, Clásico Pérez, huyeron en el taxi pero su hombre murió en el intento de regresar a casa, y lo encontraron horas después en el vehículo abandonado a la vera de la ruta M 217.

El socio se apersonó en la casa de la joven Pili adelantándose a la guardia civil, y dar a tiempo la trágica novedad. Y entregarle la mitad del botín, según cuenta la mujer, un millón de euros más tres consejos: esconder el dinero, esperar un año sin gastar una peseta y después sacar un boleto a las Américas.

Pozuelo del Rey era un lugar pequeño y se conocían todos.

Cuando Josualdo encendió el segundo cigarrillo, desde la azotea miraba el cerro y las aguas de la bahía recortándose sobre el claror del cielo.

Por otra parte, pensó en gastar algunos pesos en un regalo para su madre, a modo de compensar tantos pesares cuando a falta del compañero, debió criarlos a puro corazón a él y sus hermanos. Dos mujeres y tres varones.

En tercer lugar, esa misma mañana compraría zapatos para desechar los viejos botines de sus días de changarín.

Tenía en una caja los championes para escalar, pero estaban reservados para realizar los encargos especiales, sin importar a que altura debiera trepar.

Era un decir, los años y sus pulmones encendían señales de alarma…

Una hora después mientras caminaba para ablandar los zapatos nuevos, trazó un plan de acción para los próximos días.

Comenzaría por visitar las librerías del viejo Thomson y la de Marguerite, y también la casa de antigüedades y trastos de Tony, la hija del recordado Hilerman.

 

Al anochecer del segundo día, Josualdo se comunicó con el detective y le informó de la marcha de las averiguaciones.

_ ¿Qué novedades tenemos? preguntó Tavares.

_ Para empezar, visité tres lugares de gente amiga y confiable en este tipo de negocios.

_ Lo escucho.

_ A los tres les dije lo mismo, sabiendo que ellos entrecruzarían información con otros comerciantes del ramo, dejando en claro que tenía un cliente interesado en la compra del Portinari descripto en los papeles que usted me entregó.

_ ¿Un cliente interesado?

_ Pensé en usted… dijo Josualdo.

El detective creyó no comprender y guardó silencio al otro lado del teléfono.

_ Para el caso de que tengan noticias del cuadro y su tenedor esté dispuesto a vender, me presenté a nombre de un comprador, anónimo por supuesto, como forma de iniciar las negociaciones…

_ ¿Qué chance tenemos de que Bermúdez pique el anzuelo?

_ Por lógica, dijo Josualdo que en ese momento tosió roncamente, si el tipo está huyendo por el motivo que sea, necesita de efectivo y deshacerse de las cosas de valor que le queden a mano.

_ En línea con lo que decís, Hannah rastrea en internet en los sitios de compra-venta de arte, interesándose por artistas contemporáneos de Brasil.

_ Es lo que hacen los policías… dijo el hombre-gato con sarcasmo.

_ ¿Qué otra cosa esperamos?

_ Unos días que no sé cuántos, una semana, a la espera de abrir una negociación telefónica y si hay acuerdo, una reunión entre los interesados para la transacción. Simular el pago por el cuadro con dólares falsos, más el porcentaje para el intermediario. Sin impuestos, se sobrentiende.

_ Pero a la hora de la operación  ¿cuáles son los riesgos al finiquitar el asunto?

_ Sencillo, en esto no hay papeles ni testigos ni nada. Usted atrapa al tipo y retiene el Portinari que reclama su legítimo dueño.

_ Y fin del asunto, dijo Tavares más distendido al considerarlo en perspectiva.

_ Como es un negocio de riesgo, se concrete o no el negocio, las comisiones del intermediario son sagradas. En plata buena, dijo Josualdo en tono sarcástico.

El hombre que tosía tenía el pálpito de que la celada para recuperar el cuadro estaba tendida, más allá de cualquier otra especulación.

 

En la reunión de T.B.&P. de ese viernes, Hannah fue explícita a la hora de hablar.

_ Señores, estoy harta de ignorar la suerte de Valeria y lo poco que he hecho al respecto de mi parte.

Panzeri y Tavares cruzaron miradas advirtiendo nubes en el horizonte.

Solía pasar en los grupos de trabajo después de un tiempo de magros resultados, incubando reproches velados o criterios contrapuestos que mellaban la fortaleza de trabajar codo a codo.

Hannah no podía con su genio y podría achacársele que se involucraba más de la cuenta en el caso de la muchacha desaparecida. Pero tenía sobradas razones, era la sana reacción al absurdo frente a la mirada resignada de la mayoría…

Panzeri encendió un puro mientras Tavares fue por café.

Pero, ¿quién sería capaz de observar algo sobre lo dicho por Hannah, a sabiendas que en su interpretación mediaban cuestiones sobre los derechos de género y esa infamia llamada femicidio?

Y mucho menos sabiendo la respuesta.

Hannah recurría una vez más a la definición básica: el femicidio es un término homólogo a homicidio que sólo se referiría al asesinato de mujeres. Mientras que el feminicidio, en la acepción de la otra biblioteca, incluiría la variable de impunidad que suele estar detrás de estos crímenes, es decir, la inacción o desprotección estatal frente a la violencia hecha contra la mujer.

Palabras como patriarcado, machismo y crimen pasional sonaban fuerte en los últimos tiempos, en clave de denuncia, pero más como el instinto de sobrevivencia de las mujeres llamando a formar un colectivo, con y más allá de las redes, para defenderse.

No era el momento de preguntas y respuestas, y así lo consideró Hannah continuando con su enfoque de las cosas.

_ En primer lugar, al diablo con el rastreo de Portinari por internet.

El comisario con un movimiento de involuntaria sincronía reubicó el puro de un lado a otro de la boca. Tavares optó por beber su café sin comentarios.

_ A veces es tal mi estado de confusión, confesó la mujer, que reparé tardíamente en algunos comentarios de los botijas de altos de Malvín.

Esperó el efecto de sus palabras en las caras de Panzeri y Tavares pero lo consideró inútil. Los dos hombres se debatían entre los razonamientos por momentos rígidos, propios de la academia y los procedimientos atados a reducir las mafias.

No supo cuánto tiempo se observaron indistintamente sin pronunciar una palabra.

Y a ella, le resultó imposible no invocar a los ajedrecistas, concentrados en las piezas diseminadas después de complejos cálculos y genial magia, en las sesenta y cuatro casillas blancas y negras.

_ Observando las fotografías satelitales y exteriores del complejo habitacional, caí en cuenta por lo que decían los niños, que detrás de las líneas arquitectónicas propias de una mente desquiciada, se disimulaban entre los espacios públicos y los apartamentos propiamente dichos, una zona incómoda e infecta que podríamos llamar, las entrañas de las torres…

En un sucucho entre cientos, Valeria Piriz podría estar cautiva…

Tavares fue por más café, preocupado que su compañera hubiese sido engatusada por la vieja Merlina o seducida por la oscuridad gótica propia de estos tiempos. Con otras personas podría haber ocurrido, pensaba el detective, pero no con Hannah.

_ Los botijas, continuó la mujer,  no dan precisiones cuando describen alguna de sus  incursiones nocturnas o lo que se transmite de voz en voz, inocentes influidos por las historias de cuchilleros y los sueños calientes de los adolescentes.

_ ¿No quedamos que tus auxiliares son unos pícaros? indagó el comisario sin disimular el sarcasmo.

_ Pero no son niños los guías de mis auxiliares, retrucó ella ignorando a Panzeri.

_ ¿Qué me perdí? preguntó Tavares sumido en sus propias reflexiones.

_ Al avanzar la noche sobre las torres, en las sombras se movilizan los pintores de graffitis reafirmando su espacio, sus paredes y murales. Algunos niños aprendices los secundan.

Son pintores jóvenes, ágiles y decididos. Muchos de ellos han estudiado arte y otros se hicieron solos a pura copia e ingenio, van mochila al hombro con el aerosol a mano.

No aceptaron hablar conmigo por mi condición de vieja…

Pintan y escapan con intrepidez nocturna. Ellos mejor que nadie conocen el barrio, ignorando las nomenclaturas, torre AD-35, o calle oeste, o pasaje 17, conciben el barrio como lo que son sus paredes, abiertas a las miradas francas o en lugares inaccesibles.

Ellos son los arqueólogos y cuenteros de leyendas de un barrio al que muchos temen, por obra y gracia de la Jessica Buendía, pero que pocos conocemos.

_ El espíritu de los Urrutia y la Escuelita del crimen, dijo el comisario con nostalgia de otros carnavales.

Hannah y Tavares trataron de descifrar el comentario explícito sino encriptado, pero nada preguntaron.

_ La propuesta de los pintores nocturnos trasmitida por los niños, es que están dispuestos a guiarnos para develar los secretos de la urbanización, de las torres y sus pobladores, a cambio…

_ ¿A cambio…? la pregunta de Panzeri flotó en el aire viciado de la oficina.

_ A cambio de mil aerosoles de primera marca, quinientos de ellos flúo.

_ ¡Son delincuentes! gritó el comisario. Hay que meterlos a todos presos, y a los niños también.

_ Desde un rincón, Malevo y Chase gruñeron su disconformidad.

 

***

 

Los rigores del otoño se encarnizaban sobre la flaca muchacha, apenas vestidita para un cumpleaños y con las puntas de los dedos doloridos de palpar las paredes invisibles. El olor del lugar y de ella misma era repugnante, el ciclo menstrual se había alterado hasta hacerle perder la cuenta de los días y solo percibir, en la noche sin fin, el olor de la sangre.

Como tantas veces, intentó inútilmente hablar con el carcelero al momento fugaz de entreabrir la puerta para pasar la comida; ser del que sólo suponía como rasgos humanos, el fregar de los pasos por la escalera y el sucio jadeo de su boca.

¿Sería sordomudo o se hacía?

No tenía nada para perder, así que le pidió otra frazada.

¿O busca que muera de frío? preguntó con un hilo de voz.

Engulló sin distinguir como no fuese por la ayuda del paladar y la lengua, los fideos con el sabor asqueroso del aceite de soja y una manzana.

La sobresaltó escuchar nuevamente los pasos en la escalera, el giro de la llave en el candado y el ruido seco contra el piso, de lo que resultó una colcha hecha un envoltorio.

La había escuchado y salvado de morir de frío.

¡Gracias! Gracias señor, dijo esperando una humana respuesta.

¡Por favor señor, hábleme! Pidió sollozando sin comprender por qué el otro la torturaba con su silencio.

¿Sería en verdad un pobre mudo?

Se durmió sintiendo en la piel la tibieza de la colcha seca.

En sueños, la calidez de su cuerpo cedió a la calentura que a poco fue apropiándose de cada una de sus células, hasta el momento sublime que apareció en el vano de la puerta uno de los Gadea vestido de sábado.

Más tarde, al despertar, ella sonrió en la oscuridad gozosa por el encuentro sexual con uno de los mellizos.

Tuvo un pensamiento sucio al recordar a Beti y al otro de los mellizos…

¿Cuál de ellos?

¿Quién sería Dalmiro y quién Palmiro? Se preguntó como tantas veces lo hicieron con las chicas.

Cuál de ellos se habría animado a iluminar su pobre corazón.

Y fue entonces cuando se le ocurrió, como un destello de su mente acorralada, caracterizar a cada uno de ellos por los mínimos detalles recordables, uno a uno, empezando por nombrarlos: mellizo uno y mellizo dos.

 

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