Tresfilos Tavares 21/ José Luis Facello

 Día cincuenta y cinco.  

Minutos antes de las nueve de la noche, Tavares entró con el Portinari en el maletín negro al amplio y luminoso hall del Hotel de los virreyes. Dirigió sus pasos al ver al recepcionista detrás de un pequeño lugar con un mostrador semicircular, una mini cafetería y barcito acorde a las tendencias hoteleras que se renovaban al compás de las nuevas necesidades.  

¿Para qué perder un precioso espacio destinado a la recepción de los viajeros? cuando todo se reservaba por internet, los pagos se hacían con tarjetas; o diferido en el tiempo y los criterios personales de cada uno, acomodaban las tarifas y precios en dólares, euros o yenes al pago extendido en incontables cuotas. Hasta reiniciar el ciclo de la libreta de almacenero, el cliente compra, el turco anota y en los días posteriores el cliente paga.  

El conserje se comunicó con la señorita Antonina Creuza por la presencia de un  marchand de T.B.&P.  

Tenía una cita previa, puntualizó Tavares ante la mirada escrutadora del otro que retardaba sus movimientos. El detective sabía que no encajaba con un marchand, por sus doscientas libras de peso ni por presentarse vistiendo traje oscuro y la camisa sin corbata.  

Al verla la contempló con placer, la Creuza lucía espléndida, el pelo azabache, la piel morena y el cuerpo insinuado debajo de un vestido blanco y transparente, con delicados bordados. Cuando sonrió irradió en plenitud el don de la belleza con el beso en la mejilla, la fragancia de los perfumes intimistas.  

_ Se la ve muy bien, Antonina.  

¿A vuelta de las vacaciones? preguntó a modo de distender los bemoles de cualquier negocio turbio.    

Ella era ella por lo que demostraba ser, pero además su personalidad descollaba como representante del millonario paulista, Ademar Marcio Archanjo.  

_ Gracias, dijo la mujer. Pasé unos días en Punta del Este con unos amigos.  

Aquello es todo muy bello… y fastuoso.  

_ Sí lo es, respondió el detective con la mirada enturbiada al convivir con situaciones que eran el revés del Uruguay “for tourist”. Todavía le dolía el hombro y el resonar en los oídos de los estampidos de la pistola, aunque no pasara de una peripecia con final feliz y un testimonio más del otro país…  

_ ¿Tiene algo para mí? preguntó la Creuza mirándolos a los dos, a él y al portafolio.  

La curadora de arte durante unos minutos, interminables para el detective, posó la mirada en el cuadro recuperado, observando detalles que para otros son inexistentes, como la clavadura de la tela o el dorso de la pintura, además de las certificaciones pertinentes.  

Decía que como las personas, cada obra de arte tiene una historia donde está presente una madre o un padre artistas. La verdadera identidad, más que por la firma se detecta por rastros casi invisibles… una pincelada, supongo lo que una huella dactilar para la policía.  

Tavares reconoció íntimamente que la Creuza tenía oficio y la miel de las palabras, y que por momentos, resultaba embriagante escucharla. Gratamente embriagante…  

_ Esto es para usted, dijo ella sacando un sobre de la pequeña cartera Saint Laurent.  

_ Gracias, dijo el detective y guardó el dinero sin contarlo en el bolsillo del saco.  

_ ¿Puedes contarme cómo ocurrieron las cosas? preguntó ella en tono intimista.  

Se sentaron en los sillones de la recepción y ella pidió café.  

Tavares hizo una escueta descripción y sin mayores detalles, acerca del cuadro recuperado, de la violencia criminal de Bermúdez y la fuga precipitada. Nada dijo de Josualdo ni de Tony Hilerman, de los dólares falsos como del balazo en el hombro.  

_ ¿Por qué llamó cuando llamó? interrogó el hombre dado que no habían pasado veinticuatro horas del asunto y sólo quedaba atribuirlo a la casualidad, o al propósito de reclamar el cuadro que todavía estaba en manos del ladrón.  

Ella lo miró con sonriente desparpajo y a su vez repreguntó.  

_ ¿Por qué no iba a hacerlo más tarde o temprano, si para eso me pagan?  

Hicieron un voto por los buenos negocios y ella transmitió que el señor Ademar le ofrecía el doble de la última entrega, si conseguía información para dar con el paradero del ladrao y la pintura de Tarsila do Amaral.  

_ Del resto se encargaremos nosotros, dijo ella de modo ambiguo pero con la seguridad de quien se sabe parte de algo poderoso.  

_ Me interesa dijo Tavares, lo buscaré porque con Bermúdez tengo un asunto personal, una cuenta pendiente…  

_ Cualquier día te llamo, sino inoportuno… dijo la mujer carioca.  

_ Espero tu llamado, para T.B.&P. los clientes son amigos…  

_ Tengamos un recuerdo juntos, vos, el Portinari y yo, dijo de modo provocador mientras lo abrazaba y tomaba una selfie, y otra y otra más.  

Deseché subir a la suite ejecutiva y la invitación de beber un bourbon y nos despedimos en buenos términos. No soy lo que se dice un tipo duro y me arrepentí ni bien salir del hotel.  

 

_ ¡Comisario! escuchó Panzeri y se detuvo en la escalinata del Banco República.  

_ ¡Comisario Cartagena! ¿Cómo está usted?  

_ Bien, respondió el otro. Si no está muy ocupado lo invito con un café.  

Cinco minutos después entraban a una galería comercial, donde al fondo se ubicaba una  cafetería al paso.  

Todo aquello era un lugar de tránsito y Panzeri, transcurridos unos pocos años casi no lo reconocía. Vio al pasar una pequeña agencia de viajes, un cambio de moneda, una tabaquería, un sex shop, una agencia de empleo polifuncional, un local dedicado a los tattoo  y piercing, y como un inclasificable lugar, el Bar Chicago.  

El lugar estaba vacío y ocuparon una de las cuatro mesitas sobrevivientes a la liquidación y cierre del viejo Sorocabana. Como muestra emblemática, rayada en una de las mesas se leía una marca de época: el país de la cola de paja MB 1960. Y en otra: la imaginación al poder 68.  

Cartagena pidió al tipo del mostrador dos café, mientras esperaba observó por los espejos de los estantes que la galería recién comenzaba a despertar. Miró la pantalla del teléfono, las 9:18 a.m. Había tomado el turno a las diez de la noche y acusaba cansancio después de indagar en algunos episodios criminales.  

Quiso pagar pero el tipo con mirada cínica, pelo con gel y saco negro, dijo que invitaba la casa…  

_ ¿Cómo anda Tavares? preguntó Cartagena con astucia, porque sospechaba que lo ocurrido en la calle Rincón pudiese relacionarse con el detective y ex I.P.  

Las imágines de la cámara que apuntaba al Cubo Norte, al día siguiente del tiroteo, registraba un grupo de turistas y borrosamente a dos de ellos portando portafolios negros.  

Raro. Y más raro cuando el guía de turismo acreditado como Gilberto Pastrana, dijo que los alemanes son gente rara y por eso no reparó en los dos hombres con portafolio.  

_ El muchacho es fuerte y se recupera de a poco, contestó Panzeri.  

_ Es información confidencial pero creo que usted tiene que saberlo.  

Jacinto Panzeri sorbió el café dispuesto a escuchar.  

_ Del crecimiento exponencial del delito no le voy a contar porque usted lo sabe bien.  

La mente de Panzeri se obnubilo al recordar el enterramiento de Milton Martínez, un día lluvioso y aciago. Una semana antes, un sicario del mundo FIFA le había descerrajado varios tiros en la desierta avenida Aparicio Saravia.  

_ Le cuento lo que podría ser una nueva interpretación de algunos hechos recientes.  

Enumerando, dijo Cartagena. Primero desaparecen Bermúdez y la botija Píriz la noche del apagón; tres semanas después un maquinista da aviso del cadáver de Lieke Haank, la mujer asesinada en el basural de Oncativo y en las últimas horas aparece otro cadáver en la costa rocosa del Buceo.  

_ Descartemos a Bermúdez, dijo Panzeri, porque ya apareció.  

_ ¿Cómo que apareció? preguntó sorprendido el otro.  

_ Es el sujeto que encargaron a la agencia, buscar después de robar objetos de valor a un millonario brasileño.  

_ ¿Y Bermúdez es ajeno a lo ocurrido en la Ciudad Vieja?  

_ Francamente no lo sé, mintió Panzeri.  

_ Bien, dijo Cartagena con un asomo de duda.  

La causa de muerte, continuó imperturbable, de la holandesa y del supuesto ahogado en el mar reúne características similares, personas jóvenes, extranjeros, con cortes superficiales en diferentes partes del cuerpo y una herida mortal en el cuello. Espero que no… pero si la botija Píriz aparece muerta, surge la elemental hipótesis de un asesino serial.  

_ Le digo lo que pienso, Jacinto Panzeri habló con escepticismo, sospecho que esa muchacha que nosotros también buscamos afanosamente, no aparecerá jamás.  

_ Dígame una razón valedera, pidió Cartagena.  

Panzeri rezongó porque el café se había enfriado.  

_ Le doy mi opinión que no sé si es del todo razonable.  

Veo tres escenarios posibles: uno, si fue atrapada por las redes de la trata es muy difícil que la encontremos; dos, planeó todo con anticipación y se fue a Brasil o Argentina con alguna propuesta engañosa de amor o un empleo, da igual… Y en tercer lugar lo que no deseo, la muchacha ya descansa en paz…   

Cartagena fue por más café, dio las gracias al tipo y dejó sobre el mostrador el importe.  

_ Si se fue por su propia iniciativa, ¿qué le impide llamar a su madre?  

_ No lo imagino, puede estar asustada, haber perdido la memoria, o esperar para poder dar una buena noticia a su madre, como estar ganando dinero en buena ley.  

O está disfrutando con su amante en un hotel cinco estrellas ¡Qué sé yo!  

Tenga en cuenta que vivían solas, ella con su madre. Sin hombres en sus vidas.  

_ Como sea Panzeri, me atengo a los hechos, como para buscar en los archivos S.R., sin resolver, otros casos similares que perfilen a un asesino serial.  

Tendríamos más oportunidades de rastrear similitudes, comportamientos, elección de las víctimas y el motivo para matar. Podríamos anticiparnos hasta el momento que el asesino cometa un error y así echarle mano.  

_ Le deseo suerte comisario, cuente conmigo y mi gente.  

 

***  

 

_ <no doy mas-mañ falto a clas> escribió Shaira poco antes de dormir.  

_ <ok ¿nos vemos? respondió Cintia.  

_ <dale ala taarde ¿si?>  

_ <¿a las 5 en el mac de Comercio?  

_ <a las 5 ok> Shaira con esto dio fin a la comunicación.  

_<¡ dulces sueños!> deseó su amiga.  

A esa hora el Macdonals era un hervidero de gente, el salón principal con el típico ir y venir a ningún lado, filas de gente en la caja y en el mostrador, arremolinadas esperas en el baño de mujeres, y el bullicio de los niños abandonados en el pelotero del salón al subir la escalera.  

_ ¿Entramos? preguntó Shaira a la amiga.  

_ Ahora que lo veo fue mala idea… comentó la otra.  

_ Caminemos por 8 de Octubre. ¿Te parece?, propuso Shaira.  

_ Vamos, dijo Cintia tomándola del brazo.  

Caminaban sin apuro, impresionadas por los mortecinos lugares que habían visto, pero sin perder la ilusión de encontrar a Valeria. Los cabellos volando al viento eran un canto a la vida y ellas la sabían viva. No podían aceptar que fuera de otra manera.  

A veces se detenían frente a una vidriera a mirar ropa, o championes de marca, o productos de belleza. Mirar vidrieras producía una sensación de bienestar gracias a la “tarjeta joven” y una APP que te guía en la red de los servicios y el consumo.  

Como todo en el mundo moderno, la desigualdad estaba presente al momento de elegir, pero aun así, resultaba estimulante sentirse parte de la fantasía global…  

En una parte de la caminata hablaron de la expedición a las torres.  

Superado el miedo inicial y sin saber lo que podría ocurrir a partir de ese atardecer, se habían decidido sin dar más vueltas al asunto a poner el cuerpo porque era la mejor forma de acompañar a Vale. A como diese lugar y más allá de las incógnitas.  

Josualdo, el ducho escalador, llevaba un arma bajo el buzo y Eva por intuitiva lo secundaba, detrás de Figari, intercambiando algún breve parecer, acotado a la interpretación del lenguaje de las paredes, de los carteles de <PROHIBIDO PASAR> o <PELIGRO ALTA TENSIÓN>  

Se sentían interpelados por la diversidad de grafitis, por el silbido del viento en las rejas oxidadas o las cadenas con candados que bloqueaban el paso.  

Nicandro encabezaba al grupo y el otro grafitero lo cerraba a pocos pasos, recordando los lugares ya transitados, las datas y señales pintadas por ellos; el otro registraba hacia atrás lo que después sería la guía para el regreso. La desorientación conducía a una desaparición segura, y eso no sería la primera vez…  

Shaira que era un hincha pelotas con los libros, sorprendió a todos cuando dijo, que si el Dante viviera se inspiraría en ese horrible lugar para describir el infierno.  

Josualdo pudo hacer un comentario, pero no lo hizo en memoria de su padre y los internados en canadá… entre tantos otros botijas, tres de sus sobrinos, una mujer.  

Después de tres o cuatro horas de búsqueda infructuosa, la luz de la linterna de Cintia titiló, pero al rato se repitió el guiño con la linterna de uno de los grafiteros que se detuvo de inmediato. Nicandro sugirió volver al otro día.  

Eva no lo aceptó y se lo dijo a Josualdo.  

El grafitero dijo que no quedaba otra, morirían perdidos en el laberinto de la torre porque sin linternas, la noche o el día daban igual.  

Eva aulló como un animal herido y el abrazo de una de las chicas la sostuvo como para seguir.   

De pronto el aire se tornó ácido y maloliente.  

Fue entonces cuando el viejo Josualdo tosió una y otra vez, para después sin cabida al parlamento, decir de modo imperioso.  

¡Bajemos!  

 


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