Tresfilos Tavares / 23 / José Luis Facello


 Día cincuenta y ocho. 

La música de Lalo Schifrin alternándose con la de Shostakovich invadía el dormitorio con furia de tempestades o avivando plácidos sueños, a intervalos se encendían las pasiones deslizándose en murmullos sucios o gritos de gozo que llegaba a inquietar a los perros. 

Andy y Tresfilos no buscaban entre las sábanas el imposible de recuperar el tiempo perdido, sino recrear a un tiempo, la permanencia en el mero placer. 

_ Estamos condenados, dijo Andy recordando la niñez guiada por el estrecho conservadorismo y la moral de los tres años en la escuela de las monjas.  

Allí conoció a la madre Carmiña y las lecciones sobre las normas que deben guardar las niñas, so pena de condenarse eternamente.  

No hubo un cuarto año porque Andy, la gurisa de los Vallejo, había enflaquecido tanto que el médico del pueblo la diagnosticó enferma de melancolía. Cuando habló con la madre de Andy le sugirió cambiar de ambiente, caminar al atardecer (que es la peor hora del día para los melancólicos) y anotarla en la escuela del pueblo vecino. Media hora de viaje le haría tan bien como tomar remedios. El doctor conocía bien a todos los del pueblo y a los vecinos en cinco leguas a la redonda; los que él no curaba morían en las casas o en el hospital de Treinta y Tres.  

La mamá agradeció las muestras del tónico y cumplió a pie juntillas las indicaciones del médico. A partir de entonces, todos los días de clase viajaba en ómnibus a la otra escuela, bajo la protección del chofer, mientras en la parada de Tupambaé la esperaba la señorita Pamela con un beso y dos galletitas dulces.  

_ Estamos condenados a la felicidad… rio Tresfilos sentado al borde de la cama.  

_ Amor te espero, sugirió Andy con voz cautivante. 

_ Preparo unos mates y regreso, propuso él. 

Dio inicio a la rutina del solitario, puso la caldera con agua en la hornalla, bebió un vaso de agua helada y encendió la computadora mientras fue al baño. 

Cinco minutos después, cargó el termo con agua caliente y vertió un chorro de agua de la canilla sobre la yerba, dando cumplimiento más que a la costumbre, al ritual de la mateada mañanera. 

Buscó la prensa virtual y leyó en voz alta los titulares. 

“KOBE BRYANT FALLECIÓ EN UN ACCIDENTE AÉREO; CHINA EN ALERTA POR EL CORONAVIRUS; DÓLARES FALSOS EN PUNTA DEL ESTE” 

_ Un mate caliente de buenos días y una propuesta… dijo el detective. 

Andy al mensaje de Tresfilos le sumó la somnolencia. 

_ ¿Amorcito, cómo estás de tu hombro? preguntó punzante, porque nunca se sabe que en qué andan los hombres… 

_ Surgió algo que puede ser importante. 

_ Lo único importante es la vida. ¿Quién murió?  

_ Eh… murió Kobe Briant, atinó a decir sabiéndose al borde del precipicio, porque con mujeres como Andy, nunca se sabe.   

_ No sé de qué estás hablando, dijo ella con cara de no saber. 

_ Bueno, es… ha sido un gran basquetbolista de la NBA… estrella de Los Ángeles Lakers. 

_ ¡Ah!  

_ Una tragedia… 

_ Amorcito hablemos de lo nuestro, dijo ella punzándolo. 

El hombre sirvió un mate ganando tiempo, lo sorbió lentamente y habló. 

_ Te invito a tomar mate mientras viajamos, propuso Tresfilos con una sonrisa de galancete de tevé.  

_ ¿Qué ocurre esta vez? inquirió Andy con larvada inquietud.  

_ Si te parece bien en media hora salimos, te cuento en el camino a Punta del Este. 

 

Tomó en dirección a la Avenida Italia y en el cruce con la calle Bolivia, hicieron una parada en la estación de Petrobras y un rato después aceleraban por la Ruta Interbalnearia. Un trazado en línea recta que comunicaba Montevideo con Punta del Este y los balnearios intermedios, con parecida disposición a las cuentas de un collar.  

Dos horas después y a poco de dejar atrás Punta Ballena, se detuvieron a mirar el mar y la isla Gorriti, saturados de verdes agrisados; hacia el este, los edificios verticales y soberbios parecían emular a la Miami Beach que muestran en la tele. 

En otoño, las playas desoladas se imponían a la mirada. 

Mientras Andy viajaba por un mundo mágico y paralelo, contrastante, entre las agrestes cuchillas y el trazado modernista del balneario, Tresfilos rememoraba el último paseo a la península hacía no más de dos años. 

Fue el verano que viajaron los tres, Dieguito, Ñambi y él disfrutando como si fueran niños, el recorrido por la costa atlántica hasta el Lago Merín.  

Para Tresfilos, era recuperar los recuerdos de la adolescencia. Recorrer bajo el sol o la luna un mundo de pinares y dunas, cazón salado al sol y  fortalezas de frontera… Aquello resultó el viaje iniciático que para los espíritus inquietos nunca termina. 

Algunos pocos, por cualquier medio emprenderían el viaje soñado a través de los cinco grandes mares. Los más, se atreverían a incursionar por mundos tan reales como fantásticos a la vuelta de cada página de una lectura infinita. 

Alguien sabio había escrito: el mundo es ancho y ajeno. 

Al llegar a la Parada 16 doblaron a la izquierda, en dirección a la Intendencia. 

Esta vez, tenía un pálpito que bien podría llevarlo a encontrar la pista del hijo de puta de Bermúdez, y así se lo dijo a su compañera. 

_ Dólares falsos hay por todo el mundo, incluyendo las bóvedas de los bancos, dijo Andy saliendo de sí misma. 

_ Es cierto, pero no queda otra que empezar por dónde surgieron las denuncias. 

Según las noticias de anoche, algunos empleados dieron aviso al notar tardíamente que recibieron billetes falsos, ¿dónde?, en un restaurant y en una agencia de viajes. 

A poco de recorrer unas cuadras, encontraron el barrio El vigía y dar en el G.P.S. con la cantina de dos estrellas que buscaban.  

Tresfilos se identificó con la credencial que fuera de sus días en I.P. y pidió a la moza hablar con la persona a cargo.  

_ El dueño enseguida está con ustedes, respondió con velada desconfianza. 

Esperaron en el salón vacío a esa hora de la mañana, mientras la moza a la vez que los espiaba continúo preparando el servicio del desayuno. 

Un hombre de unos cincuenta años, estatura media y corte de cabello como un infante de marina, los saludó formalmente. 

_ En qué puedo servirles, dijo detrás del mostrador de madera laqueada. 

_ Estamos por la denuncia del pago con dólares falsos, dijo el detective, quisiéramos escucharlo de la persona que atendió al cliente. 

_ No hay problema. Yo observé al sujeto desde la caja a poco de emitir el ticket del consumo, por lo que pidió del menú se notaba que era una persona común. Parecía cansado o enfermo… y se dedicó a comer con avidez. 

Un apurado o un mal educado, pensé mientras cobraba y le entregaba la factura y el vuelto a Peña, el mozo de la noche. 

_ ¿Podría describirlo? 

_ ¡Sí claro! Delgado, ropa sport y campera con logo del Benfica, lentes de aumento, pelo y barba recortada al uso de los jugadores de fútbol. 

_ ¿Edad? 

_ Unos cuarenta años… 

_ Disculpe por su tiempo, pero ¿recuerda que pidió de comer? 

_ No hay problema, dijo el hombre del mostrador. 

¡Por supuesto que recuerdo! Tira de asado con fritas. Acompañado con una botella chica de tannat, sin postre ni café.  

_ Entiendo… dijo Tavares. 

El dueño de la cantina observó con descaro a Andy y recibió de ella una sonrisa por respuesta. 

_ ¿Tiene alguno de los billetes falsos? preguntó el detective. 

_ Seguro. El hombre fue hasta la caja y regresó con dos billetes de veinte dólares apretados con un clip. 

_ Permiso, dijo Tavares y procedió a anotar la serie y numeración de cada uno. 

Mientras escribía pispió que el tipo desnudaba a Andy con la mirada. 

_ Gracias y ándese con cuidado.  

El otro lo miró sorprendido. 

_ Son tiempos difíciles, dijo el detective dejando ver la S&W corta debajo del pullover. 

A unas diez cuadras encontraron la agencia de viajes donde denunciaron que habían pagado con dólares falsos. 

La empleada con la cortesía exquisita reservada a los turistas, no tuvo inconveniente en responder aunque ya lo hiciera ante la radio y la policía local. 

La jovencita, rubia con un mechón verdeazulado, fue directo al asunto.  

Como a las cinco de la tarde, el señor de aspecto vulgar… pensé en un albañil. Después del informe sobre horarios y servicios, sacó un pasaje en el bus-ejecutivo de las nueve de la noche, con destino a San Pablo sin escalas. Pagó en efectivo, preguntando antes si aceptaban dólares. Una obviedad… que no me hizo sospechar nada, hasta que la dueña vino como acostumbra a cerrar la caja a las diez en punto. La hora del cierre. 

En la tarde de ayer algunos turistas pagaron con dólares además de tarjetas, se entiende, y no pude dormir en toda la noche pensando en quién me había engañado. No tanto por el estafador sino porque la dueña me lo repitió tres veces, que me lo descontará de las comisiones. 

Andy insistió en dejar el automóvil y caminar un rato.  

El móvil, despejarnos un rato en un lugar paradisíaco y visitar al paso las galerías de arte. ¿Para qué? para preguntar sobre la pintura de Tarsila do Amaral, la otra obra en poder de Bermúdez y de interés para Antonina Creuza. 

Tresfilos la esperaba afuera fumando un cigarrillo, mientras Andy versada en las generalidades de óleos y acrílicos, indagaba en el arte contemporáneo de Brasil. En cierto sentido los grandes o exclusivos lugares turísticos son más permeables a una comunidad abierta y diversa, multirracial, donde una maestra rural puede confundirse con una nueva millonaria y un detective privado con un buen candidato a invertir en viene inmuebles. 

De las tres galerías visitadas, Andy obtuvo tres direcciones de contacto. Y el compromiso de un galerista de que si la Tarsila estaba en Punta, ellos tarde o temprano lo sabrían y le avisarían.  

Sería inútil conversar sobre los detalles y el valor, lo conversarían oportunamente… le dijeron al despedirse amablemente. 

Si no hubiese sido por los dólares falsos, Bermúdez habría pasado sin dejar rastro de sombra durante su paso por el balneario.  

_ No conseguimos mucho, dijo Andy insuflando buena onda. 

_ Más de lo que imaginás, respondió Tresfilos de buen humor. 

Ella miró la hora en el tablero del automóvil, las 15:03 p.m. 

Él la invitó a comer pasta con mariscos en Piriápolis. 

 

*** 

 

No eran una multitud, pero a simple vista, los peatones que caminaban por la 8 de Octubre quedaban impresionados al ver las ropas que usaban. Todos los jóvenes vestían de blanco. Camisas, pantalones, chaquetas o pullover lucían con desusada blancura bajo los árboles despojados de hojas.  

A esa hora de la mañana el silencio se imponía con impronta otoñal.  

En las mochilas guardaban la ropa común. Sin carpetas ni libros. Ese viernes no asistían a clases porque no era un día cualquiera. 

La primera designada para hablar fue Rita Mayorano, la bedel vestía un impecable guardapolvo blanco y había trepado a un contenedor de la basura para hacerse oír. 

Sorprendió a los jóvenes que la tenían por rara, diciendo que hacía sesenta días que Valeria Piriz se había ausentado del liceo, sin aviso, como advirtiéndonos a todos que algo anda mal en esta querida ciudad. Porque bastó un corte de electricidad, para que todo se trastocara opacando nuestra mente y dolidos corazones.  

Cuando Rita bajó del improvisado proscenio los pañuelos blancos se agitaron a modo de congraciarse con la bedel.  

A continuación, con un salto simiesco la profesora de educación física, Flora Aguirre, subió al contenedor. Con dulce voz describió la humanidad que encarna nuestra Valeria, y que la ausencia no sería tal, si asumíamos entre todos que los estudiantes son una comunidad que alimenta los sueños de vivir en paz.  

A no dudar, Vale volverá a esta plaza y a nuestro querido liceo diecinueve. 

Otra vez los pañuelos en movimiento semejaban las olas del mar. 

Las palabras de Nahuel, el hermano de Beti, fueron por demás escuetas.  

Vengo a pedido de mi hermana… el cumpleaños de Betina fue un antes y un después en nuestras vidas… en las de ustedes también, porque no conocíamos el olor al miedo que cada día se hace más y más insoportable… 

Lo ayudaron a bajar dominado por la angustia y el llanto. Se tranquilizó al escuchar el agitar de los pañuelos con el poder ilusionista de los magos. 

Pasaron unos minutos en que la plaza cobraba visos de una mágica realidad tan blanca como las nubes a la deriva. Algunos ancianos se aferraron a la reja, mirando todo aquello con el espíritu tardío de querer saber de algo que habían olvidado hacía mucho tiempo… 

Un murmullo precedió a Cintia Vázquez cuando trepó de una al contenedor. Agradeció a todos por estar allí a sesenta días de la desaparición de Valeria, dijo que no era formando comisiones de urgencia, ni pegando recomendaciones en las carteleras del liceo que encontrarían a Vale, se trata de que entre todos rodeemos a nuestra compañera y no la abandonemos… 

Esta vez el silencio alcanzó un frío espectral. 

Hay indicios de que Valeria resiste en su cautiverio. En el mayor de los aislamientos, no olvidemos que su teléfono celular enmudeció con ella la noche del apagón. 

Debemos redoblar esfuerzos en las redes sociales relacionándonos con las personas que conocieron y trataron a nuestra compañera, para poder entender los pasos de Vale, en la vida cotidiana hasta la desgraciada noche.  

Sin apelar a la violencia debemos husmear como los ratones, en cada lugar de las torres de las alturas de Malvín, en cada oscuro recoveco hasta dar con ella y traerla de vuelta a la vida. 

Los sábados y domingos estaremos presentes en el barrio, hablando con los vecinos, diciendo nuestra verdad de quién es Valeria Piriz, una estudiante como tantas.  

La hija de Eva, una madre desesperada que ahora está entre nosotros…  

Los pañuelos blancos se agitaron como la espuma del oleaje y muchos desde las ventanillas de los ómnibus creyeron ver el revuelo de las palomas. 

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