Tresfilos Tavares 24 / JOSÉ LUIS FACELLO


 Veinticuatro  

Día sesenta y uno. 

A las nueve de la noche, los hijos de Margarita llegaron a la casa con el cansancio y la alegría pintada en la cara. Habían competido en un octogonal juvenil de básquet en la cancha del Club Aguada y estaban satisfechos del resultado. Las anotaciones de Augusto fueron notables dijo entusiasmado Washington, el hermano menor, enfatizando además que habían logrado un glorioso segundo lugar detrás de Miramar.  

Cosas del juego, dijo Washington insatisfecho, se puede creer que los verde-rojos perdimos ¡por un doble! 

La madre comentó del álbum de los recuerdos queridos, que Milton los había motivado desde pequeños y a partir de los seis años fueron al club tres veces por semana. 

Panzeri felicitó a los chicos con cierto amargor. La vida le dio un gran amor pero no hijos. 

Los chicos dejaron los bolsos en el lavadero y se despidieron como habían venido, avisando que se reunían en la casa de Juancito Centurión. El padre había invitado a todo el equipo, más allá de los resultados, a comer pizzas a la parrilla. 

El viejo de Juan es de los tipos fanáticos en defender el juego más que los puntos, dijo uno de ellos al despedirse. 

_ Quedamos solos. ¿Te parece si también hago pizza? propuso Margarita. 

_ O la pedimos al delivery y te evitas el trabajo de amasar, sugirió Panzeri. 

_ ¡Faltaba más! En la heladera hay cervezas, dijo la mujer, mientras aumentaba dos rayitas el volumen de TV Ciudad para escuchar mejor a Malena Muyala. 

A las once, Margarita y Jacinto miraban en Neflix una serie del policial coreano con giros absurdos y después de dos capítulos optaron por acostarse. 

Ninguno de los dos se preguntaba nada, esperanzados en un nuevo amanecer a veces no encontraban las palabras y se dejaban llevar en un juego, que amalgamaba sin pudor otros amores que perduraban en la memoria de ambos enamorados.  

A las doce y treinta, Panzeri escuchó el zumbido del teléfono.  

Mensaje del comisario Cartagena:  

<Crio. J.P. urge vernos mañ a las 8 am enel chicago> 

A las ocho menos diez Panzeri entró a la galería. Los locales estaban cerrados y una mujer trapeaba con olor a agua Jane el pasillo a media luz. 

Panzeri observó que el lugar estaba desierto. Al pasar ignoró a la mujer de la limpieza y se dirigió al bar en penumbras. 

_ Buenos días, dijo al mismo sujeto de pelo abrillantado y saco negro. 

_ Buen día señor, respondió entre dientes el otro, al reconocer al policía. 

_ Un café, pidió. 

_ Tiene que esperar, acabo de encender la máquina. 

_ No hay problema, respondió.  

Jacinto Panzeri se resignó a sacar un puro que hizo juguetear entre los dedos, olerlo a veces o llevárselo a la boca en un acto reflejo que mitigaba el ansia de fumar. 

El cartel era terminante, <PROHIBIDO FUMAR> y provocador considerando que, en el infecto lugar, a toda hora, se mercadeaba con marihuana, hachís o cocaína. 

Quince minutos después hizo su aparición el comisario Cartagena. 

A medias oculto por la máquina exprés, el hombre preguntó. 

_ ¿Qué les sirvo?  

_ Un café, pidió Cartagena. 

_ Lo mismo, dijo Panzeri. 

Se miraron como preámbulo a una conversación urgente de parte del comisario Cartagena y durante el tiempo que estuvieron en el bar, la conversación, casi resultó un monólogo apenas audible. El tipo del mostrador trató de escuchar a los policías, pero pronto desistió y optó por sintonizar la Sport 890. 

_ Lo pongo al tanto de alguna información reciente, como para que se haga una idea del asunto y a dónde quiero llegar…                     

En el caso del cadáver aparecido entre las rocas, puedo confirmarle que fue asesinato. 

El forense considera el tajo en el cuello como causa de la muerte. El occiso presenta hematomas e incisiones superficiales e indagan sí podrían ser fruto del ataque. 

Los análisis químicos detectaron la ingesta de drogas, cocaína. 

Indagamos un club náutico en Guanabara, vía Interpol, y a partir de un tatuaje y lainscripción en la medalla conseguimos identificarlo como el ciudadano brasileño, Adáo Benjamim Veiga, socio del club Nº 1907.  

A la costa llegó cadáver y el hermano que viajó exprofeso, lo reconoció de inmediato. 

En definitiva, lo mataron en otro lugar. 

Sabemos que se embarcó con un timonel amigo y una mujer, también identificados en el puerto de partida y todo hace suponer que emprendieron una travesía sin otro motivo que el placer de navegar. 

_ No está nada mal… dijo Panzeri considerando la presencia de una mujer a bordo. 

El velero de mediano porte está registrado con el nombre de “Ilha de Madeira”  

Descartamos que fuesen parte de una regata atlántica, porque hacia las aguas del Rio de la Plata, los de meteorología pronosticaron rigores climáticos que desaconsejaban cualquier tipo de deporte en aguas abiertas, y de esto hace más de un mes. 

Considerando que el cuerpo de Veiga apareció en Montevideo, imaginamos la posible deriva marítima y empezamos a tentar suerte por las cercanías al Buceo. Negativa fue la búsqueda en el puertito, en Piriápolis, Punta del Este y en La paloma.  

Pero a la búsqueda inicial, vía telefax y pasadas veinticuatro horas, Prefectura Punta del Este nos envió la localización de la embarcación a su paso por la isla Gorriti con rumbo oeste. Adujeron la demora en responder a causa de la tormenta de esos días y las interferencias en la comunicación satelital. 

Al fin, Piriápolis confirmó el amarre del yate “Ilha de Madeira” con un tripulante a bordo.  

Cardozo observó la reacción de Panzeri. 

_ ¿Me está diciendo que embarcaron tres personas y a Piriápolis llegó una? 

_ Eso todavía no lo sabemos.  

La víctima y la mujer bien pudieron desembarcar sin ser vistos por los de prefectura. 

_ De ser así, la escena del crimen puede estar en el yate o en cualquier otro lugar. 

_ Considerando la investigación en desarrollo, dijo Cartagena, demoramos al timonel del velero a permanecer a bordo, salvo solicitud de expresa necesidad para bajar a tierra.  

Panzeri ataba cabos de un asunto que no le competía a T.B.&P. y se preguntaba donde radicaba la urgencia de Cartagena. 

_ No hay peligro de fuga…  

La embarcación está valuada en un millón y medio de euros. Usted me entiende… 

_ Lo entiendo, dijo Panzeri y pidió más café.  

_ A la diligencia en el yate surto en Piriápolis me acompañó el sargento Filiberto Sosa que usted bien conoce. Teníamos muchas preguntas por hacer. 

El timonel, Sebastiào Manoel de Abreu, persona de contextura atlética, un metro ochenta y cinco, cabello corto y rubio, nos recibió a bordo con formal cortesía y gestos amanerados apenas perceptibles, en palabras del observador sargento.  

Al preguntar por sus acompañantes, respondió que ellos habían desembarcado en Punta del Este, pero Nina no había regresado.  

A Filiberto y a mí nos pareció un comportamiento extraño el de sus amigos y se lo preguntamos. Al rubio no le pareció llamativo, porque en Punta nunca se sabe el mañana… dijo con cadencia juvenil.  

Abreu daba unos cuarenta de edad, correcto y educado. 

¿Y entonces? insistimos ante la ambigüedad del timonel a la hora de hablar. 

Lo habían conversado entre ellos, dijo Abreu, y quedaron en que, si no abordaban en dos días, se encontrarían en el puerto de… Piriápolis. Eso había dicho el sujeto ojeando la carta náutica.  

Y sin más noticias a partir de allí… sugerí yo tratando de sonsacar algo de su parte, porque hasta ahora teníamos sin explicación valedera dos personas, una muerta y otra desaparecida, aunque no constara la denuncia. El tipo algo escondía.  

¿Noticias durante las dos noches orgiásticas en Punta? ¡Já! Tudu bem… policía.  

Recuerdo que nos miramos con el sargento. Yo temiendo que Sosa sacado de las casillas hiciese una macana, y con un gesto le ordené callar y esperar. Le cuento una anécdota que lo explica todo.  

_ La mano pesada de Sosa era famosa y usted Panzeri recordará cuando en los torneos de verano del 2015, intercambiaron puños con su socio Tavares en pelea a tres rounds. 

_ ¡Cómo olvidarlo! El jurado, astutamente y por la unidad de la familia policial dio un empate, apuntó Panzeri. Recordó pero no lo dijo, que esa vez hubo mucha plata en las apuestas porque Sosa y Tavares se exhibían como los mejores púgiles amateur entre decenas de aspirantes a integrar las filas de I.P. 

_ Para terminar, dijo Cartagena bajando la voz, di un largo rodeo hasta preguntar al timonel por las amistades y en particular, dónde se habían conocido con el muerto.  

A lo que el tipo frescamente respondió, que con Adào, Adào Benjamim Veiga, se conocían desde niños porque juntos se habían iniciado en natación y al año siguiente en remo. Sus familias vivían a tres cuadras por medio y a otras tantas del Palacio Quitandinha. Juntos participaban de una escola do samba desde que tenían la edad de siete años, bajo la mirada cómplice de sus primas adolescentes. Nueve primas cercanas, precisó.   

El maquillaje y las máscaras sacan lo mejor de uno, había dicho el tipo al pasar. 

¿La mujer? Nina es la estampa de la mujer carioca, espontánea y ardiente, fue la respuesta de Abreu acerca de la amiga. Fiel amiga dijo, o sea nada. 

Después Cartagena describió al “Ilha de Madeira” como una embarcación mediana pero lujosa, no sólo por el diseño y la factura del astillero sino por la abundancia de madera en la cubierta e interiores, los bronces lustrados y los estrafalarios artefactos para la navegación. Contaba con algunos libros, televisión satelital, aire acondicionado, espejos y un mini bar.  

El “Ilha de Madeira” surto en el puerto de Guanabara, ilustraba el tipo, recibía la atención de un marinero de confianza que oficiaba de mecánico y otro que mantenía la nave en óptimas condiciones. Así mismo se jactaba de echarse a la mar seis meses al año y a veces más, como cuando hicieron con Adào Benjamim la travesía al golfo de México.  

_ Dispone en el yate del confort que no tengo en casa, dijo Cartagena como un himno a las desigualdades de este mundo.  

_ Hacia allá vamos… confirmó Panzeri preso del escepticismo, y de la curiosidad, porque Cartagena no había develado nada que mereciera el rótulo de urgente, como para citarlo al Bar Chicago del modo perentorio que lo hizo. 

A las nueve y diez de la mañana el comisario Cartagena pidió dos cervezas sin decir agua va, como se estilaba en las ciudades del renacimiento. 

_ Lo noto decepcionado y lo comprendo Panzeri, pero le anticipé la necesidad de dar el contexto del asunto en torno al caso del “ahogado”. Usted me entiende. 

Le pedimos al timonel el teléfono celular para mapear lugares y sus relaciones. 

Cuando le informamos que Adào Veiga había aparecido sin vida en la costa montevideana el tipo no se inmutó, salvo porque sus ojos se abrillantaron en demasía. 

Cuando el timonel preguntó cómo había muerto, Sosa respondió que aparentemente ahogado. Y entonces, el tipo no pudo evitar una mueca siniestra en sus labios. 

_ ¿Y qué encontraron en el teléfono? preguntó el comisario retirado. 

Cartagena clavó la mirada en el rostro de Panzeri. 

_ En el archivo de fotografías y en Facebook encontramos abundante material que los técnicos de I.P. están peritando. 

Entre otras, encontramos las fotografías típicas de un de viaje de placer, posando junto al timón o brindando con buenas cervezas, acostados en cubierta mostrando la desnudez de los tripulantes, ¿se entiende?, entre ellos la de Nina, la mujer con el cuerpo de una diosa pagana. 

Nina, Antonina Creuza. 

Experta en arte contemporáneo ¿La conoce? 

_ Me temo que no, mintió Jacinto Panzeri. 

 

*** 

      

<las espero en casa> 

<a las 5 ¿ok?> 

<nos vmos, besos> 

La casa de Vale era modesta como el alquiler que pagaban.  

Eva las recibió feliz después de no verse desde la incursión nocturna a las torres. 

Preparó mate mientras Shaira y Cintia observaban en derredor, era la primera vez que entraban a la casa y sentían una extraña sensación, porque acompañar a Vale a la casa significaba, llegar a la puerta verde en la calle Coruña y despedirse.  

Eva tenía esa idea y la inculcó a su única hija.  

A los quince las amigas se reúnen en las plazas, van a la playa juntas o al shopping, se cuidan unas a otras pero solas en la casa, no.  

¿Por qué? insistía la hija en preguntar.  

Las razones quedaban ocultas y Vale manifestaba el desacuerdo con su madre.  

¿Qué mejor lugar que una casa para reunirse tranquilas y seguras con las amigas?  

Ahora todo se había trastocado y un cumpleaños de quince, una reunión familiar con las amigas de Beti se convirtió repentinamente en un acontecimiento aterrador, el tránsito violento de lo festivo a la desaparición de una de las chicas.  

 A medida que transcurrían los días, evocando lo sucedido le dijeron a Eva que fueron comprendiendo que si no había una razón para que Vale fuese elegida como una víctima de algo inexplicable o escabroso, entonces, cualquiera de ellas podía haber ocupado su lugar o peor, ser la próxima candidata a manos de un sicópata que caminaba libremente por las calles. 

Eso es entrar en pánico, dijo Eva con actitud disuasiva, si eso pasa estamos perdidas. 

La yerba mate y los aditivos artificiales realzaban el perfume y sabor a hierbas selváticas y frutos del bosque. Brebaje diet y antiácido apropiado para restablecer el ánimo de las tres mujeres. 

Eva las puso al tanto de la última incursión a una de las torres, la GH-54.  

Andy había dicho que la confundían los edificios gemelos, multiplicados como en un mal sueño y la permanente duda de no saber si estaban frente a un lugar inexplorado o reincidían en la misma búsqueda. En fin, sin caer en cuenta dónde estaba realmente.  

Lo único seguro, decía aliviada, era la intuición de los grafiteros y las equis marcando los pisos y las torres revisadas. 

La etiqueta, #60díasinValeria, permitió visibilizar en las redes el drama de Vale y de otras tantas gurisas como ella. Según cuentan, ya son muchos los que la buscan estableciendo puentes en todas direcciones, que aporten algo como para romper la incertidumbre y el miedo.  

El próximo viernes le toca caminar a nuestro grupo, dijo Eva. Recuerden llevar pilas nuevas en las linternas y otras de repuesto en los bolsillos. 

El amor al final vence, dijo la madre insuflando coraje. 

Shaira y Cintia algo habían conversado sobre los amores trágicos. 

¿Fue fruto del inocente amor por las aves lo que llevó a la chica holandesa a morir en el basural? ¿A confiar en un desconocido y a la postre su asesino? 

Detrás del cuerpo arrojado por el mar a las rocas, ¿quedaban los rastros del amor y los celos? ¿El perfume de los cuerpos, la dulzura de los besos? 

 

¿Y matar por matar? es asunto de estos días y no más que otro desenlace fatal…  

Y tres minutos de la crónica diaria, en la voz de Jessica Buendía.  

 

O amar es cosa de otros tiempos. 

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