Tresfilos Tavares 31/ José Luis Facello

   


Día setenta y uno. 

Habían quedado de encontrarse con Shaira a las dos de la tarde y a una cuadra de la puerta de entrada del talud de la Ámsterdam. 

_ Estoy pronto, avisó el detective a Andy que salía en ese momento de la ducha. 

Mientras calzaba la Bersa Thunder .380 en la sobaquera, dejó a mano un cargador sobre la mesa junto a un rollo de billetes. Después encendió un cigarrillo.  

_ ¿Tomamos un café antes de salir? dijo mirando el reloj de pared. Las agujas marcaban la una menos cinco semejando una filosa tijera pendiente sobre nuestras horas.  

La mujer lo abrazó envuelta en el toallón, quizá buscando recuperar los abrazos postergados, en ese ir y venir de trabajo y obligaciones que ralentizaban el sueño de convivir con su gran amor montevideano. 

_ Amorcito ¿es necesario que lleves el arma al estadio? 

El hombre lo tomó como una muestra más de cariño o un intento de conjurar el peligro, porque si algo tenían en claro era que el encuentro con Lalo Bermúdez, el padre de Shaira, implicaba el riesgo de ser sorprendidos por un sujeto desesperado que se sabía perseguido por la policía y que no dudaría en disparar a matar. 

Y al respecto, la idea de Shaira demostraba que siempre existe otra oportunidad. 

_ No te preocupes amor, la llevo para evitar males mayores, respondí. 

Bebieron el café ni bien ella terminó de vestirse. La colorida gorra de lana y la bufanda le daba un toque de las amantes del fútbol. 

El detective recordaba cuando tres días antes, Shaira preguntó por él en la puerta de entrada de T.B.&P. Necesito hablar con el detective Tavares, había dicho con palabras que urgen. 

No estaba asustada, pero algo en ciernes la apuraba. 

Bermúdez había retornado a la casa sigilosamente, como un animal herido, reclamando la ayuda de su mujer la única persona en la que todavía confiaba. Según la muchacha, porque su madre resignadamente enamorada terminaba siempre por creer y confiar en Lalo.  

Él lo sabía y se aprovechaba, se creía con derecho a estar o desaparecer, así de simple, a amarla como a pegarle, a sacarle dinero y culparla de sus desgracias. En una secuencia interminable y dispar que empezó con un gran amor de juventud, y peligraba terminar en desastre. Para su madre la trastocada relación rondaba como una enfermedad que contribuía a que las obsesiones se adueñen de su cabeza. 

Un asunto sucio por donde se lo mire, decía Sheila, porqué a los hijos se les asigna el papel de estúpidos espectadores. O una presencia indeseable como ocurrió con mi nacimiento, confesó con mirada triste. 

Pero la muchacha también tenía pensamientos emborrascados y me tomó con la guardia baja, cuando lanzó en un mismo acto de furia e impotencia la acusación de que yo buscaba venganza. 

Me limité a explicarle que el negocio de mi parte era recuperar dos cuadros y que me pagaban bien por ello. Es nuestro trabajo, abundé. Pero le advertí que otra gente, brasileros, lo buscaban por razones que yo desconocía y no me interesaba saber. Debía comprender que eso era lo que preocupaba a su padre más que la alerta de la interpol.  

Sin embargo, Shaira volvió a sorprenderme al manifestar cual era el motivo principal de su presencia en T.B.&P. Tenía miedo a que algo grave le sucediese a Lalo, y me pedía ayuda antes de que fuese demasiado tarde. Por lo pronto necesitaba algo de dinero. 

Si cae en manos de la policía la va a pasar mal, pero sí tú quieres salvar tu negocio dijo de modo amistoso, él está dispuesto a hacer un trato razonable.  

Fue en ese momento que quedé prendado de los ojos de la muchacha como para decirle de qué estaba hablando. Mire la esquina del techo, al ojo de la cámara como un testigo indiscreto y sentir que la simple relación entre personas era cosa del pasado, a instancia de tolerar la intromisión de un tercero. Un vigilante de la guarda. 

Bermúdez y su mujer irían esa tarde al estadio como en los tiempos felices, a evocar las tardes de pasión compartida, no les importaba que equipos jugaban porque ellos amaban el fútbol a secas. Mirar un partido en el Centenario o en el Stadium del Pesege o en la playa, les daba igual. Eso es pasión… 

El plan era que se encontrasen en el talud, Andy y Serena la madre de Shaira, que oficiarían de portavoces, yendo y viniendo mientras durase la tratativa. Los dos hombres, a prudente distancia uno del otro, pondrían las condiciones de una negociación que duraría no más que el juego, noventa minutos más los quince del descanso.  

A la hora convenida Tavares y Andy se encontraron con la muchacha y cinco minutos después, poco antes de escuchar el silbato de inicio del partido, el único acto de Shaira fue presentar a las dos mujeres, justo detrás del arco y bajo la tibieza auspiciosa del sol. 

Shaira salió del talud para encontrarse en las inmediaciones del estadio, como habían convenido por whatsapp, con Cintia su amiga de correrías.  

 

<EN PZA PARRA DEL RIEGO A LS OITO> rezaba el mensaje de Antonina Creuza. 

Tavares esperaba el llamado, ya estaba convenido que se encontrarían ese día, con el solo motivo de confirmar el lugar y la hora. 

No tenía ni idea de la existencia de la plaza y lo atribuyó a las sorpresas que la Creuza solía desplegar a cada movimiento, calculado pero impredecible. 

Miró la pantalla del teléfono, 18:16 p.m. 

Con Andy, mientras tomaban mate, evaluaban los resultados de la negociación en el talud de la Ámsterdam. Reconstruyendo cada frase de un diálogo sesgado y por momentos sin sentido entre el detective y el padre de Shaira. Riendo del énfasis absurdo que se asignaban a algunas palabras, y el ansia creciente de acordar en términos aceptables para cada uno de los hombres, tanto como para alejar el peligro. 

Andy dijo sentirse agotada de tantas idas y vueltas reteniendo, en medio de los cantos y algarabía de la hincha, cada una de las condiciones que salían de boca de Tavares o de Serena por temor a cometer un error que echara todo a perder.   

La maestra rural deslizó de modo intimista, que estaba feliz de poder echarles una mano, a él tanto como a la chiquilina, aunque por motivos diferentes, se entiende. 

El hombre buscó en internet el mapa y localizó la plaza Juan Parra del Riego de inmediato. Oculta en medio de una calle sinuosa de no más de una cuadra y a metros de la Facultad de Arquitectura, una calle curvilínea y tronchada que subvertía la ordenada cuadrícula de la ciudad.  

Sin otro móvil que la curiosidad, buscó enterarse quién era el tipo en cuestión. 

En segundos la máquina ofreció cientos de ítems que referían al agraciado que dio nombre a la plaza. Parra del Riego resultó un poeta vanguardista, un peruano que vivió gran parte de su vida en nuestro país y había muerto en Montevideo hacía casi un siglo. 

Pensó que lo suyo no era la poesía y menos las vanguardias, minimizó y subió apenas el volumen de la música. Después encendió dos cigarrillos y convidó a Andy. 

Tengo el lugar, dijo el detective, y media para llegar… 

El taxi lo llevó hasta la facultad. 

Miró los alrededores de Bulevar España, una zona residencial y tranquila, con amplios jardines y casonas del siglo diecinueve, asiento de embajadas y sedes de organismos internacionales, custodiados por vigiladores privados, altas rejas y cámaras de video. Una ambulancia cruzó velozmente en dirección al Pereira Rossell dejando a su paso la estela estridente de la sirena. 

Parra del Riego era de esas callecitas donde se percibía cierto romanticismo. 

Cuando se acercaba a la plaza envuelta en el oscurecido atardecer, un Mercedes Benz de alta gama se detuvo a su lado y la Creuza con la soltura que la caracterizaba le indicó que subiera. 

Tomaron por el bulevar hasta la rambla y luego continuaron sin parar hasta llegar al Casino Carrasco.  

Las luces de los buques cerealeros perfilaban en el renegrido mar un horizonte imaginario. Estacionaron en la remozada calle Costa Rica del antiguo balneario donde la cuadrícula era penetrada por diagonales, semicírculos o suaves curvas. 

_ Elegí este lugar por precaución… por si tenemos que marcharnos de prisa, dijo la Creuza, posando la mirada en Tavares al modo entre cándido y diabólico de las actrices coreanas.  

_ Bien pensado, dijo complaciente el detective, sin conocer cuál era la situación que se avecinaba o cuál el peligro acechante.  

La mujer sonrió mientras encendía un cigarrillo y a continuación daba fuego al detective. 

_ Espero que vocè me comprenda, dijo la Crueza.  

No soy una mujer asesina, remarcó con voz grave. 

La Creuza hizo un relato pormenorizado de su larga amistad con Adào Benjamim y Sebastiào Manoel. Se habían conocido con el disfrute compartido por la fotografía artística, sensibilizados por los documentales de Sebastião Salgado o en el capricho costoso de sus amigos navegantes, ambos coleccionistas de pequeñas pinturas marinas.  

Además de la amistad con la pareja, la Creuza dijo que más de una vez habían hecho negocios juntos, inversiones en obras de arte al gusto de ellos. Ella no era una mujer adinerada, pero intermediaba en las galerías de arte de Sao Pablo a favor de sus amigos y con una modesta comisión en su haber. 

Al salir de la fiesta en Punta, dijo la mujer concentrada en cada palabra a pronunciar, Adào estaba muito drogado y lo acompañé hasta el muelle. Lo dejé en manos de un amigo, un guía submarino que lo llevara en el gomón hasta el “Ilha de Madeira”.  

Esa fue la última vez que lo vi. 

Me quedé no sé cuántos días con mis amigos en José Ignacio y regresé a Montevideo. 

Cuando conocí la noticia de la muerte de Adào no lo podía creer. Pero no tardé en comprender que estaba en peligro, yo era una de los tres tripulantes del velero amarrado frente a la isla Gorriti. Para la policía me ajustaba a una sospechosa del crimen, junto a Sebastiào y el circunstancial botero. 

Por la vereda pasó una empleada paseando a dos galgos afganos. 

_ ¿Qué hice después? Me puse en contacto con Cardozo, el representante de Ademar Marcio Archanjo en el negocio agrario de tu país. El mismo día una avioneta de la empresa me llevó al aeropuerto de Pelotas. 

Se entiende, obviamente, sin pasar por la aduana ni migraciones, dijo con la jactancia de ser la empleada de confianza de un hombre poderoso. 

Tavares perdió la mirada en la negritud de la playa y el mar, maldiciendo en su interior por no poder formular las preguntas que tenía en torno al representante del millonario brasileño. Lo distrajeron veladas advertencias sobre el distanciamiento de otro Cardozo, el esposo de Hannah y un amigo.  

_ Necesito aclarar mi situación y tu ayuda para presentarme a la policía, pero para ello necesito la garantía de que voy a ser tratada de forma civilizada… 

Me dijeron que está a cargo un comisario de apellido Cartagena. ¿Cuento con vos? 

_ Quiero creerte, dijo dubitativo, lo llamaré a Panzeri y te aviso.  

Pero yo también necesito algo de vos, apuró el detective. 

Tavares contó que había localizado a Bermúdez y estaba en tratativas con él para recuperar el cuadro de Tarsila de Amaral, a cambio del dinero debido y una moto de alta cilindrada. 

_ Dalo por hecho, dijo la Creuza con una amplia sonrisa. 

_ Tengo tres días para cumplir lo pactado, amplió de modo tajante el detective. 

_ Tiempo suficiente para guardarnos en un hotel y ajustar los detalles.  

Sí vocè está de acuerdo, se comprende… 

_ Estoy contigo, mintió Tresfilos, considerándola una mujer con real poder para acordar un trato y un momento después chantajearlo a su antojo. 

Por la vereda pasó de regreso la empleada paseando los galgos. 

Se besaron anticipando las noches por venir. 

Finalmente, el detective se dejó llevar pensando que por el momento estaba atrapado en las redes de la mujer…  

 

*** 

 

Eva y Cintia con el temor y la esperanza a flor de piel desandaron el pasillo equivocado hasta que un niño descalzo, con una espada de cartón en una mano y la inocente picardía pintada en los ojos, les indicó que ese era el piso siete y para llegar a la choza de la bruja faltaba subir una escalera más. 

Después de unos golpecitos a la puerta, esperar y decir quiénes eran, esperaron hasta que la puerta se abriera lo que permitía la cadena de seguridad y asomara Merlina con mansa mirada escrutadora. 

La anciana fumando en una pipa de caña, reconoció a Eva como a la madre de la niña sufriente y de inmediato les cedió el paso. El olor a tabaco paraguayo y el palo santo humeando saturaba el aire del lugar, mientras la luz de la ventana imprimía a las cosas la apariencia de un lugar encantado. 

La vidente convidó con una taza de café das montanhas do Espírito Santo, que ellas aceptaron complacidas. 

Merlina era de esas personas de edad indescifrable, el pelo cano recogido en un rodete destacaba unas caravanas de metal brillante, de las que suelen ofrecer los nigerianos en las ferias o los ómnibus, y que al moverse emitían el escondido tintinear de los rituales de esclavos. En cambio, el vestir de la mujer era algo extravagante, un mono blanco al uso de los pintores de brocha gorda como así mismo, las alpargatas tejidas al crochet. 

Eva le dijo que estaban nuevamente allí, desde la vez que la consultaron con Hannah, porque sus palabras iluminadas la fortalecían en su búsqueda.  

Merlina bebió el café en silencio para al fin preguntar cómo estaba Hannah, la otra mujer que también daba todo de sí por encontrar a Valeria. Lo dijo como algo auspicioso, pero sin abundar en nada, hasta la disolución misma de la pregunta en el silencio. 

Se detuvo unos instantes a observar la borra del café. 

Ahora me acompaña Cintia, dijo Eva a modo de presentación, es amiga de Vale y con otras compañeras ponen todo de sí para encontrar a mi niña.  

No vamos a desfallecer hasta encontrarla sana y salva, pero ya han pasado setenta y un días… dijo la muchacha con obsesiva precisión. 

Merlina cerró los ojos y dijo con voz desusada, que las había visto por las noches recorrer las entrañas de las torres, percibir las pestilencias en los rincones que eligen los animales para morir, como pintar ingeniosos líos de líneas para no extraviarse en esta vida. Pero era un despropósito tratar de ver entre edificios de traicionera simetría, tronchada por rejas inamovibles o muros disuasorios que dan lugar a pasajes secretos que provocan alucinaciones… o de agujeros que precipitan las trampas mortales muy a la usanza de las fortificaciones coloniales. 

Hasta el día que irrumpió la policía y el desasosiego se apoderó del alma de las buenas gentes en este lugar.  

La mujer se sintió suspirar ahogada por las desdichas ajenas…  

Pero en el silencio que siguió al tronar del cielo y los incendios, dijo Merlina abriendo los ojos de modo desmesurado, yo la vi a tu niña bajando las escaleras. 

No la busquen a ella, busquen al muchachito que la retiene a causa de un mal amor. 

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