Tresfilos Tavares 33 / José Luis Facello

 


Día setenta y tres, 11 a.m.    

La noche anterior, Jacinto y Margarita, observaron a la vieja usanza el mapa de rutas de la ANCAP, tomando al balneario como el centro de la operación por venir. Después, consultaron en el sitio de Tres Cruces los horarios de buses con destino a Piriápolis. Dispuestos a viajar con lo puesto, calcularon el regreso a última hora del día. 

Los atardeceres sobre el mar pintaban paisajes que llamaban a la nostalgia y la intimidad. Piriápolis figuraba en la agenda de los viajes cortos de sus salidas ocasionales, pero ahora lo hacían por otra razón: dar con el timonel, y con algún pretexto a mano, Panzeri abordaría el yate a espaldas de su dueño. 

El comisario Panzeri, por su cuenta, se había obsesionado en rastrear los pasos de la Creuza desde la primera visita a T.B.&P.  

El puente entre Sao Pablo y Montevideo en viajes de vieja data fue constatado puntillosamente en los archivos de Migraciones; el nexo con un delincuente como Bermúdez y el misterioso hacendado brasileño, ponían a la mujer bajo sospecha. Agregado al gasto exorbitante para una experta de arte en hoteles y restaurantes, o el affaire a bordo del “Ilha de Madeira”, que conmocionó al público televidente por unas horas. 

Eran demasiadas cosas que implicaban a la bella carioca, la más grave entre todas, el horrendo asesinato de su amigo Adào Benjamim Veiga. 

Jacinto a una pregunta de Margarita, respondió que le importaba tanto la Creuza porque mucho más le importaba, la suerte de su compadre. Un muchacho que en su opinión, en cuestiones de mujeres y con la salvedad de Doris, se dejaba enredar con bastante facilidad. Intuía por su experiencia en las calles, que Antonina Creuza era una trampa lista a activarse y con Tresfilos por medio.  

Hasta ahora, sus deducciones no pasaban de una idea rondando en su cabeza. 

Por eso decidieron apurar el viaje a Piriápolis en el jodido otoño, pensó el hombre con la mente emborrascada mientras observaba por la ventanilla.  

La mañana soleada atenuaba las preocupaciones del viejo comisario. El viaje resultó placentero y al llegar al balneario el trámite fue sencillo, y a la postre, deparó una gran satisfacción a la inquieta pareja.  

Sebastiào Manoel de Abreu permanecía a disposición de la justicia alojado en el Gran Hotel de Piriápolis. Aduciendo falta de pruebas que lo incriminaran y a la espera de los buenos oficios de sus amistades en Itamaraty‎, el timonel no vio afectado su derecho de permanecer en libertad.  

A las once de la mañana Jacinto y Margarita pidieron al mozo dos Martini rosso con un cóctel de camarones.  

El salón comedor estaba prácticamente vacío, una pareja en luna de miel conversaba sigilosos, una anciana en silla de ruedas en compañía de una muchacha más allá, cuando en eso, vieron al aburridísimo hombre que buscaban con la mirada ávida de cielo y mar. 

Media hora después, el mozo trajo otros Martini pero esta vez por invitación de Sebastiào, el convite fue aceptado y de inmediato lo invitaron a compartir la mesa. 

_ Le estamos agradecidos por su cordialidad, me presento, Carlo Antonioni y mi esposa Margarita. En viaje de descanso… 

_ El gusto es mío, es este solitario lugar reconozco a cada uno de los huéspedes.  

Lo que sigue es el tedioso entramado de conversaciones básicas sobre la navegación en velero, ensalzar el clima y bonhomía de los pueblos de los trópicos, referir a anécdotas exageradas como doblegar al mar embravecido y a la mismísima ira de Neptuno.  

Cuando Margarita y el timonel abordaron sus preferencias por el fado en la voz de Amalia Rodríguez y la literatura de cordel, Panzeri pidió otra vuelta del aperitivo. 

Se excusó con el pretexto de fumar. Salió y decididamente se encaminó al velero.  

Se identificó como hombre de I.P. con el marinero de guardia asignado en la caseta del muelle y abordó el “Ilha de Madeira”. 

El comisario tenía un pálpito y la clave a develar estaba en el yate.  

Miró con detenimiento los camarotes y el lugar de estar, en tanto encendió un puro mientras lo consumía la incertidumbre. Observó las pipas y la lata de tabaco, y una a una, las pinturas marinas dispuestas en los mamparos. En eso estaba, hasta que las piezas de fijación llamaron su atención, aunque era razonable tratándose de una embarcación inestable a veces. Las tormentas eran justamente el picante y la adrenalina al largarse a navegar. 

Fue por un cuchillo romo y se dio a la tarea de quitar los tornillos, retirar el cuadro y observar que en el reverso no halló drogas ni dinero falso como esperaba, sino que había pulcramente adosada, ¡otra pintura!  

Tomó algunas fotos para el comisario Cartagena, puso las cosas en su lugar y regresó de prisa al hotel.  

 

Día setenta y tres, 8 p.m.      

El aire caliente proveniente del Brasil traía anuncios de tormenta.  

La mañana se presentaba primaveral en la azotea de la pensión de doña Pili. Los tres hombres oteando el cielo especulaban con que no llovería antes de un par de días, y las lluvias según el informativo rural, apenas si habían mojado las tierras coloradas de los departamentos norteños.  

Allá la sequía se hace notar desde el invierno, dijo uno. 

Mejor sin lluvia, pensó el detective, porque al día siguiente tendrían mucho trabajo. 

Raúl llegó con las cervezas y un sartén con chorizos a la pumarola, con recuerdos domingueros que evocaba la comida al paso en la feria de Tristán Narvaja. 

Los tres hombres a su manera estaban animados por el reencuentro.  

La relación de Tavares y los hermanos Márquez, venía a cuenta de la vecindad en la calle Florida, donde la oficina de T&C lindaba el playón del supermercado donde trabaja Raúl. Desde aquellos días se conocían con Josualdo y habían trabajado juntos.  

Recordaban cuando los sonidos de la noche se imponían y sin otro motivo que alterar las rutinas, el detective y el joven vigilador del Portón 6, compartían cervezas al calor de los sueños o de lo que se traían entre manos. La vida diaria les cruzó los caminos inesperadamente, en el sonado caso de Candela Maizani o por el malogrado ajuste de cuentas de los muchachos malos de I.P. con Tavares.  

Asunto que pagó caro el comisario Panzeri, mal herido y pase a retiro, a lo que Raúl no fue ajeno, en aquella noche que se jugó entero en nombre de la amistad. 

Por lo pronto un mequetrefe, gerente junior, lo amonestó al límite de la amenaza al señalarlo poco menos que responsable del tiroteo, atento a esa práctica tan difundida entre los mediocres de echarle la culpa al otro. Dicen que el sujeto acreditaba viajes y capacitación en el extranjero y fe ciega en el milagro económico chileno. Ese prestigio lo acompañó hasta que el ejemplo trasandino se cayó como un castillo de naipes.  

El tipo se tuvo que meter los diplomas en el culo, acotaba Raúl con satisfacción. 

Las aguas de la bahía y el cerro se desplegaban frente al pretil de la azotea, las grúas resaltaban sus colores encandiladas por los reflectores acompañantes al turno noche. Las sirenas de los remolcadores parecían alertar de la voracidad de los armadores marítimos, que manipulaban a su antojo el negocio desde tiempos remotos.  

Asunto viejo si los hay, comentó Raúl el único de los tres que cultivaba el vicio de la lectura. Desde que en las islas caribeñas el azúcar se convirtió en oro y el trabajo esclavo, en el negocio más redituable para los europeos y los mercaderes africanos cazadores de africanos. Un mercado selectivo, solamente esclavos jóvenes y negros. Y algunas mujeres. 

¡Ah los europeos!   

El viejo y el mar, resultó con el tiempo una novela que resaltaba el espíritu de un viejo pescador y la voracidad acechante a un remo de distancia… 

A partir de las últimas décadas, dijo el vigilador observando los muelles, en nuestras playas y sin importar el costo, las compañías chantajearon al ministro con sus prácticas mafiosas, adueñándose de los recursos, así como provocar el arrumbamiento de la gente.  

No sólo caían en desuso las viejas máquinas o algunas teorías, sino también el trabajo humano, una crisis que subvertía el orden, desde que lo mejor y peor de vivir en un país, sea del norte o el sur resultaba una comparación perimida, porque las semejanzas y las injusticias saltaban a simple vista por todos lados…   

Algunos buscaron culpables a diestra y siniestra, mientras la marea de migrantes hace tambalear las fronteras. El saber y la herencia de las culturas milenarias, concluyó Raúl, quedan apenas en un asunto accesorio del negocio turístico.  

Tavares reconoció en Raúl al ejemplo del tipo inquieto y emprendedor, ninguneado y reducido a una pieza más en el mecano de los empleos sucios. 

La relación con Josualdo fue distinta.  

Era un veterano escalador de balcones, y el detective a instancia de Raúl, en su momento lo apalabró para acordar trabajos, especiales, en más de una oportunidad.  

Un tipo confiable, con códigos y por eso mismo, la razón de la juntada en la azotea. 

A instancia de Raúl, Josualdo rememoró la visita furtiva al apartamento de Leonora Zabala, la esposa de Perdriel, el magnate de M & M y director supremo de la Buendía. 

La anécdota en boca de Josualado atrapaba por los detalles de escalar en la noche uno a uno los balcones, eludiendo el ojo de las cámaras o neutralizando las alarmas, mimetizándose entre la copa de los árboles cuando un patrullero acechaba. 

El hombre trabajaba solo. 

La noche que ingresó al apartamento de Leonora Zabala, lo hizo con felinos movimientos en busca de una jeringa, posible prueba de un crimen, lo que demandó recorrer cada rincón del lujoso apartamento sin que lo advirtieran madre e hija. 

La desnudez de las dos hermosas mujeres se les antojaron a las tentaciones del Mesías en el desierto, con la salvedad decía, de que él era parte del equipo de Barrabás. Cosas que le quedaron de escuchar a los evangélicos en la cárcel.  

Raúl propuso un brindis por los hombres libres. 

Y por los botijas que purgan en canada los crímenes de otros, terció Josualdo. 

Tavares guardó silencio. Los ministros hacía mucho tiempo que no atinaban a dar respuestas en un paisito que se deshilachaba y sobrevivir a cada invierno resultaba, más tarde o temprano, una condena.  

Raúl, supongo que estarás al tanto de lo que nos pasó en la tienda de Tony Hillerman, dijo el detective abordando por fin el asunto que los convocaba. 

El hecho es que logramos engañar a Bermúdez una vez, pero el tipo está acorralado y sin efectivo. No sé si a instancias de él, recibí la visita de su hija en T.B.&P. como parte de un plan de salvataje. La hago corta, tuvimos una negociación en el talud de la Ámsterdam que por ahora no vienen al caso los detalles. Mañana, en horas del mediodía se le entregará la mitad del dinero a su mujer a cambio del cuadro y de eso se encargará Andy en una confitería del centro. Ellas ya se conocen… 

El asunto tiene sus riesgos como ya nos pasó la primera vez, dijo a Josualdo con mirada adusta, pero el tipo no se dejará engañar y pone como condición, que sea yo en persona quien le entregue a cambio la otra mitad del dinero y una moto con los papeles adulterados. Podría ser una trampa, la venganza a veces enceguece, aunque me inclino a pensar que solo frente a él soy su mejor prenda de garantía. Habrá que estar preparados.  

Esta vez cuento con ustedes dos. Y ustedes cuenten con la paga de su trabajo. 

Josualdo y Raúl intercambiaron miradas, para el mayor de los hermanos todo dinero extra era bienvenido y para Raúl, además de unos pesos, la posibilidad real de participar junto el detective Tavares, una persona a la que admiraba por su arrojo. Y un poco  envidiaba, cuando desde el Portón 6 veía llegar al edificio a mujeres increíbles como la bailarina del Karim´s Club o la maestra Andy Vallejos.  

El plan para la entrega de la Kawasaki, a pedido de Bermúdez, se hará en la rambla a la altura de la estación Bella Vista. Un lugar inhóspito entremedio de la playa de maniobras y una larga fila de galpones que se interponen con las aguas de la bahía.  

La cita es a las seis de la tarde, y nosotros nos anticiparemos dos horas. 

Tavares tomó la birome y trazó de modo rudimentario, lo suyo no era el dibujo, dos líneas para demarcar la rambla Baltasar Brum, la bahía a un lado y un trazo en zigzag representando la fila de galpones, a continuación, esbozó una figura deforme para la playa de maniobras y se detuvo para decir, marcando cruces, aquí está la concesionaria de la Mercedez Benz y a unos cien metros, hay dos galpones del ferrocarril, aquí señaló con la punta de la birome. Desde el techo Josualdo podrá dominar los alrededores, con la ventaja de contar con un rifle y mira telescópica.  

Josualdo agradeció la confianza pero recordó que lo suyo era escalar. De armas sabía poco, dijo planteando la primera dificultad. 

Bastará con unas horas de entrenamiento, podemos salir esta noche para que te familiarices con el arma y el ajuste de la mira. Y después hacer unos tiros, no más. 

Los hermanos advirtieron que esta vez las cosas se precipitaban a tono como el detective acostumbraba encaraba las cosas. Al borde del peligro. 

Para estar tranquilos, iremos a unos campos baldíos cercanos al río Santa Lucía. 

Cuando yo entregue la moto, Josualdo me cubre desde los techos y Raúl nos esperará en el coche con el motor en marcha en la calle

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