Guapos Por Enrique Ortega Salinas / CARAS & CARETAS

 




«Es más fácil engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada».

Mark Twain

 

Son incontables los uruguayos que han dejado de aplaudir a este gobierno; pero son pocos los que reconocen estar arrepentidos de su voto, tal vez por vergüenza, tal vez porque aún se resisten a creer que fueron engañados. Eso no sucedió con Sanguinetti, Batlle y Lacalle Herrera, presidentes a los cuales les retiraron su apoyo sin esperar mucho tiempo; pero ahora es diferente, porque se les advirtió en todos los idiomas lo que haría la coalición derechista y no quisieron creerlo.

 

No era tan fácil

Larrañaga era una persona distinta. Hubo un tiempo en que nadie podría imaginarlo como un enemigo de los derechos humanos al frente de un aparato represivo y abusivo, amparando a violentos y bravucones, fabricando guapos y pescando votos en la ultraderecha; pero sus fracasos electorales lo colocaron en una encrucijada. Ante el aumento continental de la delincuencia, mucha gente clamaba por mano dura, creyendo que el éxito contra el crimen se basaba en algo tan simple como abrir las jaulas a los gorilas para que metieran palo y bala con la bendición gubernamental.

La derecha creyó que alcanzaba con poner a un “guapo” en el Ministerio del Interior para solucionar mágicamente el problema, que alcanzaba con defender a los policías aun cuando su proceder fuera incorrecto, que alcanzaba con entrar armados hasta los dientes a los barrios conflictivos y que era suficiente con meter preso a quien mirara torcido a un uniformado. La realidad les estalló en la cara y los ríos de sangre corren con más ímpetu que antes.

Aun cuando los medios aliados cercenan la mitad de las noticias de la crónica roja (con el diario El País como el ejemplo más claro de complicidad desinformativa), la cruda verdad no puede taparse por completo. Los homicidios han aumentado. No culpamos a Larrañaga por eso; pero fue él quien, como senador, interpelaba una y otra vez a su antecesor tratándolo de incapaz y dando a entender que cualquiera que le pusiera ganas, en pocos meses, solucionaba todo.

En marzo de 2019, mientras impulsaba una reforma constitucional para crear una policía militarizada, largó una frase contra el entonces ministro Eduardo Bonomi, sin imaginar que todo el país se la estaría refregando en el rostro a él mismo poco tiempo después: “En cualquier país serio, un ministro que publica estas cifras se va o lo saca el presidente”.

Al no tener ni la menor idea sobre seguridad, en su desesperación e impotencia, solo ha apuntado a amparar en el discurso a los policías prepotentes, en lugar de respaldar a los policías honestos, a los que prefieren hablar y persuadir antes de dar garrote o abrir fuego. Los resultados no pueden ser peores. A ritmo vertiginoso vamos dejando de merecer que nos consideren uno de los dos países con democracia plena de América Latina y el Caribe, junto a Costa Rica.

El caso de los policías que balearon al perro de un indigente y lo obligaron a ver cómo agonizaba, y el caso del policía de un shopping usando una violencia innecesaria contra una pobre desgraciada que había robado un chocolate fueron emblemáticos. Al grito de “se terminó el recreo”, gorilas uniformados han salido a las calles a sembrar el terror; pero no contra delincuentes, sino contra los que ellos consideran “pichis”. Se llevaron detenida a una chica por estar filmando mientras le pegaban a un cuidacoches que estaba tirado en el piso, diciendo que la LUC prohibía filmar. Hasta donde sé, estos energúmenos inventores de leyes no han sido dados de baja. Salvo en el caso del perro (que no había cómo justificarlo), Jorge Larrañaga avaló los atropellos.

El ministro fue capaz de destinar un verdadero ejército de policías para un partido sin público, mientras que ese fin de semana aparecieron dos cadáveres calcinados y una mujer asesinada, atada de pies y manos. Lo importante para él es la imagen de un ministro movilizando legiones bajo la sombra del “larricóptero”.

Da pena este país y duele escribir estas cosas, porque la inmensa mayoría de los policías están ajenos a estos actos de barbarie que comienzan a enlodarlos a todos. Los buenos policías, los que usan la violencia solo cuando todos los demás recursos están agotados, los que sacan el arma cuando están obligados por las circunstancias, los que aplican el criterio y la mesura, los que mantienen la calma aun cuando tratan con personas alteradas, esos policías hoy han de estar sufriendo al ver que varios camaradas actúan impune y desmedidamente.

Los criterios parecen estar claros: si alguien se lleva una oveja, bala; si participa de una picada e intenta huir, bala. Pero si levanta vuelo en una avioneta luego de descargar cocaína, mesura, no disparar a lo loco ni hacer una maniobra peligrosa con el helicóptero para impedir el despegue del aparato.

Así actúa el gobierno en general: auditorías por aquí y por allá, menos en las intendencias blancas; algo parecido a aquel borracho que buscaba las llaves en un lugar pese a saber que las había perdido en otra parte, pero allá estaba muy oscuro.

Mientras tanto, Luis está más allá del bien y del mal, como si él no estuviera de acuerdo con los atropellos de las hordas de Larrañaga o los atentados verbales de los dirigentes de Cabildo Abierto contra el Poder Judicial, la democracia y los derechos humanos.

He escrito tantos artículos en estos meses sobre los abusos del gobierno, que hoy tengo pocas ganas de citar hechos, cifras y fechas; pero ahí están, más allá de toda discusión. Larrañaga no solo está fracasando, sino que se ha convertido en un verdadero peligro para las instituciones democráticas. En setiembre, reunido con el titular del MGAP, evaluaron armar a los productores rurales y declarar inconstitucional la Institución Nacional de Derechos Humanos. El ministro del Interior declaró públicamente que desatendería sus reclamos e indicaciones.

Los policías de Larrañaga se han preocupado más de fichar a sindicalistas, manifestantes, cuidacoches e indigentes que de perseguir a verdaderos delincuentes. Esos se escapan fácilmente en avionetas blancas.

Larrañaga prefiere dejar impunes a los delincuentes antes que pedir información valiosa a un adversario político. En su mediocridad, prefiere acabar con la carrera de Herode Ruiz antes de reconocer que necesita la ayuda de Gustavo Leal. Un ministro debería recibir de buen modo cualquier ayuda, de sus correligionarios y de sus adversarios, porque a la delincuencia la debemos enfrentar entre todos, sin importar que seamos de izquierda o de derecha.

El ministro tiene como prioridad apoderarse de la pecera policial, la que durante siglos fue propiedad del Partido Colorado y en la cual pesca votos Cabildo Abierto. Larrañaga sabe, ya en el ocaso de su carrera política, que el tiempo de las excusas se le va acabando y que una gestión con resultados negativos será lapidaria. Luis también lo sabe. Si al ministro le salen las cosas bien (lo que no ha sucedido hasta ahora), él se lucirá como presidente; pero si fracasa, se habrá sacado de encima y para siempre a su adversario político en la interna nacionalista.

Larrañaga no será destituido; no ahora. Sin embargo, una interpelación puede servir para decirle: “Alto ahí. Dentro de la ley todo; fuera de la ley, nada”.

 

Estos, los defensores de aquellos

Estamos entrando en una etapa peligrosa en la que la derecha nos quiere hacer creer que los enemigos son los sindicalistas, los estudiantes, el Poder Judicial y la libertad de expresión. A la censura previa instituida por Sotelo en medios oficiales se suma la directiva de que todos los jefes de Policía deben elevar con antelación y por escrito lo que dirán en actos públicos.

Antes teníamos un problema, la delincuencia. Ahora tenemos dos: la delincuencia y el abuso policial. No se arreglará haciendo renunciar al Guapo, porque Lacalle pondría a otro igual o peor. No hay que dejarse engañar: Luis Lacalle Pou es neoliberal, cree mucho en la represión y poco en la reeducación, cree más en el palo que en el libro, no simpatiza para nada con las instituciones defensoras de los derechos humanos y critica a las dictaduras siempre y cuando no sean de derecha. Si esto que acabo de escribir fuera incierto, el presidente no estaría permitiendo que Larrañaga y el partido militarista hagan lo que se les da la gana.

Desprecio la actitud irresponsable de quienes participan en aglomeraciones pese a la pandemia; pero que eso sea la excusa para llevarse a todo el mundo por delante es otra historia.

Larrañaga está finalizando su carrera política de la manera más triste, como un represor burdo que infunde miedo en la gente común, pero del cual se burlan los verdaderos criminales.

A los policías que cumplen con coraje y honor su deber, tenemos que aplaudirlos y reconocerlos como verdaderos héroes; pero a los energúmenos que se creen guapos cuando portan un arma o un uniforme, hay que filmarlos en cada procedimiento, difundir sus atropellos y denunciarlos. Hay que ponerle un freno a la coalición, el freno de la ley, por más que allí estén los que protegen a aquellos que eran muy guapos para pegarle entre varios a un detenido y muy machos para violar a una mujer esposada en los calabozos de la dictadura, pero que hoy se ocultan como ratas ante una citación judicial o no soportan ni siquiera la prisión domiciliaria.

El 25 de diciembre de 1811, José Gervasio Artigas le escribía a Francisco Planes: “He dado las mayores pruebas de mi odio al crimen y jamás me perdonaría dejar impunes esas atrocidades si fuesen cometidas por los que se hayan bajo mis órdenes”.

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