Tresfilos Tavares 37/ José Luis Facello


 Día ochenta y uno. 

A las seis menos cuarto de la mañana, el comisario Félix Cartagena entró a la comisaría abarrotada de gente, como ocurre en las ferias de frontera.  

Preguntó a un agente que estaba ocurriendo y la respuesta dio cuenta de las reformas de esa parte del edificio, ejecutadas enfatizó el funcionario, por una cuadrilla de obreros en las contadas horas del último fin de semana.  

Y los cambios de fachada que se sucedieron después de marchas y contramarchas. 

El box uno, dijo el agente a modo ilustrativo, para Certificaciones de domicilio; en el box dos, Certificaciones de conducta ciudadana; en el tres, Multas y restitución de bienes retenidos; el cuatro, Informe de personas transitoriamente detenidas; el quinto, Búsqueda de personas extraviadas; el sexto, Denuncias por robo.  

Los cambios conformaban un pandemónium que se extendía por veinte boxes de atención al público, comenzando por un infame lugar de recepción y entrega de turnos y el corolario de estrechos pasillos, ventanillas cerradas, oficinas reservadas, pasos prohibidos y un habitáculo donde una joven agente observaba el monitor de las cámaras interiores de la comisaría. 

A esa hora, seis menos diez, los ruidos y murmullos en el lugar simulaban a los silos de acopio y el molino de harina, recuerdo de su primer trabajo a los dieciséis.  

Subió de dos en dos los peldaños de la escalera, como quién intenta escapar a su destino, a un paso de la oficina se imponía la antigua puerta de cedro lustrado y el vidrio esmerilado con letras autoadhesivas en oro: COMISARIO FÉLIX CARTAGENA - HOMICIDIOS   

_ Buen día, Filiberto. 

El sargento Filiberto Sosa había terminado de despejar una de las exiguas paredes y fijado un papel de inusuales proporciones, conseguido en el subsuelo gracias a los muchachos de la imprenta. El subsuelo le traía recuerdos de los que no tenía por qué arrepentirse, pero sí, desterrado de su vida.  

Al comienzo de todo, debió soportar una brutal paliza, hasta confesar un robo a mano armada que no había cometido. Y una semana después el ofrecimiento de un trabajo informal, a la orden a cualquier hora del día, como los promotores de salud privada.  

Le dijeron, a tu edad Sosa es una buena oportunidad, un trabajo simple para un boxeador fracasado, proceder sin dejar marcas a la seña del interrogador de turno. Sin horario ni papeleo, el pago en efectivo.  

Otros tiempos… hasta ser nombrado formalmente para secundar al comisario y hacer las veces de chofer. Y de eso van diez largos años. 

_ Buen día comisario. 

El sargento Filiberto Sosa ofreció un mate a su jefe y lo puso al tanto de los avances. Una cartelera destinada a convertirse en el principal punto de interés a partir de ese día. 

_ ¿Alguna novedad? 

El sargento había trabajado toda la noche desnudando la pared de cuadros y afiches, arrumbando todo en una caja menos un crucifijo, recuerdo de la subida al cerro Vichadero, y una ilustración del general en el Ayuí. Acto seguido, el sargento había sujetado con pegamento el enorme papel blanco, escuchado la radio o pispiando la tele. Y también dormitando un rato, después, levantarse a cambiar el botellón de agua y empezar una nueva cebadura a la espera de las seis y la llegada del comisario. 

_ Ninguna, comisario. 

Salvo que, a las cinco y media, un auxiliar traía los diarios a la oficina del comisario. 

Los titulares, observó el sargento, no escapaban al absurdo de todos los días. 

“GUERRA DE ACUSACIONES INTOXICA AL MUNDO LIBRE”; “TENDENCIA: EL PETRÓLEO BAJA Y LOS ALIMENTOS AUMENTAN”; “LINCHAN A LA GENTE POR LAS REDES”.  

Nada dijo Filiberto Sosa, desentendiéndose de asuntos que estaban afuera de su interés. ¿Qué podía hacer él o su mujer frente a la carestía de la vida, sino comer menos? 

_ Che Filiberto, este mate está frío. 

_ Disculpe comisario, enseguida lo acomodo.  

Pero Sosa siguió en sus cavilaciones, el otoño viene frío y más estándose uno quieto… y ni preguntar en los almacenes de las barriadas lo que cuesta una garrafa. 

_ Vamos a lo nuestro, dijo el jefe. En principio, hasta saber la estructura de la banda criminal y quienes la componen, pondremos los nombres de los sujetos en un mismo renglón, en tanto avanzamos con el asunto. 

El comisario Cartagena sujetó con cinta adhesiva la foto del timonel Sebastiào Manoel de Abreu y a su lado la del occiso Adào Benjamim Veiga. Dijo que, en principio, para el caso de supuesto contrabando probablemente fueron socios. 

_ Comisario, usted está diciendo que hay otro móvil del asesinato, ¿qué fue una pelea por negocios y no un crimen pasional? 

_ Sosa yo no dije nada, no piense más en asesinatos… y no hable más de crímenes pasionales donde lo puedan escuchar, porque si llega a oídos de la detective Jamila se dará el gusto de freírnos como a una posta de pescadilla. ¿Entiende? 

_ No sé si no es peor el linchamiento por las redes, dijo el sargento, recordando uno de los titulares de ese viernes. 

_ Al lado de Adào sujetó la fotografía de la Creuza y junto a ella, la foto de Bermúdez. 

El comisario dio dos pasos atrás mientras sorbía la bombilla, pensó con la lentitud que implican los supuestos sin demasiadas referencias hasta que se decidió. Le pidió al sargento dos hojas A4 y dibujó las siluetas que guardasen el anonimato de los otros sospechosos, en una escribió “expolicía” y en la otra, “civil cómplice”. Después las sujetó en la misma fila.  

Consideró que faltaban pruebas y preservó el nombre de los dos sujetos: Tresfilos Tavares y su primer socio en T&C, Heber Cardozo. 

Esperaría a reunir las pruebas incriminatorias del contrabando de obras de arte. 

El contrabando le daba densidad a los casos que atravesaban los anales policiales en la memoria de este bendito país.  

Repitió la operación de retroceder unos pasos y mirar el conjunto.  

Seis sujetos relacionados de una manera u otra, como para considerar que era un buen número al empezar el nuevo giro de la investigación.  

 

Ese viernes, Hannah Bamberger y Jacinto Panzeri cruzaron llamados telefónicos para confirmar una reunión impostergable en T.B.&P., considerando, que el apartamiento provisorio de Tavares dejaba en sus manos el análisis y resolución de algunos asuntos.  

Cuando Panzeri acompañado por Margarita llegaron a la agencia, Hannah presa de la ansiedad se había adelantado y preparaba el café.  

_ Me animé a entrar, dijo la mujer, porque apenas llegué se veía todo normal, pero debo confesar que cinco minutos antes, imaginaba a Bermúdez merodear al amparo de los árboles de la vereda. Las cerraduras de la puerta se veían intactas y de la cámara cenital sobre la vereda no alcancé a ver nada raro, ni rotura ni nada…  

Una posibilidad a no descartar pensó Margarita, para a continuación disparar. 

_ Jacinto, ¿si la atacan a ella como se defiende?  

El comisario miró a la mujer que amaba con repentina extrañeza. 

Durante todo este tiempo que trabajaban juntos en T.B.&P. ni por asomo se le ocurrió pensar en la seguridad de Hannah. Una mujer prácticamente sola, pero con suficiente temple personal y solidez profesional, pero recién caían en cuenta que de pronto algo había trastocado sus vidas. 

Por qué, una cosa era defender ideas y conceptos… y otra cosa repeler una agresión. 

Panzeri advirtió que la pregunta de Margarita desnudaba su falta de reflejos…  

Para ellos la situación había cambiado en los últimos cinco días, a partir de la grave amenaza pendiente sobre Delia y su ahijado.  

Y no sólo eso, un sujeto desconocido había perpetrado el ataque a Bermúdez con un arma sofisticada, al servicio de vaya uno a saber quién y ese tipo también andaba libre por las calles. 

_ Hannah, ¿sabés usar un arma de fuego? preguntó el comisario. 

_ ¡Por supuesto que no! dijo ella, buscando con la mirada la ayuda de Margarita.  

_ ¿Estarías dispuesta a aprender a usarlas? 

_ ¿Qué pregunta es esa? No lo sé, Panzeri. 

_ No la presiones Jacinto que ya tenemos bastante, terció Margarita. 

Jacinto Panzeri se disculpó mientras revisaba las grabaciones de las últimas veinticuatro horas. Mejoró el brillo del monitor y dio comienzo a una puntillosa mirada comenzando por la entrada a la agencia, el patio y al fondo, la casa de su compadre. 

En el cuadro de la vereda y el tramo de calle adyacente a la puerta principal, de modo espaciado se observaba el paso de algún automóvil o peatones distanciados en el tiempo. En horas de la noche el movimiento por Zelmar Michelini era prácticamente inexistente, en cambio y salvo por el ocasional deambular de los perros, el patio semejaba al enclaustramiento que se respiraba en una abadía medieval. 

_ Jacinto, el café se enfría y necesitamos tu opinión, pidió Margarita. 

_ ¿De qué se trata? dijo Panzeri mientras degustaba el café. 

_ Mi inquietud, planteó Hannah, no se ciñe a lo científico de modo estricto; y sobre el particular, Tresfilos y yo tenemos miradas diferentes…  

El comisario frunció el ceño, en tanto Margarita insinuó una sonrisa. 

_ No tengo problema en confesar que la suerte de Valeria me obsesiona a toda hora.  

Cosas irrelevantes para Tavares, como el ánimo expectante o la ambigüedad en las palabras de una vidente, no deberían dejarse de lado así como así. 

¿Por qué? porque esas manifestaciones son parte del saber popular… 

Panzeri sacó un puro del bolsillo del saco, lo sobó religiosamente para después mordisquear un extremo. Luego, lo encendió entrecerrando los ojos detrás del humo.  

_ Merlina, la adivina del piso ocho, dijo Hannah, dejó traslucir cosas ocultas a partir de un sueño; sobre los días del hombre que tiene cautiva a Vale y también de la noche interminable que agobia a la muchacha.  

En nuestra última consulta, algo nuevo ha insinuado la adivina, no perder más tiempo y orientar la búsqueda, más que hacia Vale, hacia los pasos del secuestrador. 

En el sueño reconoció lugares que bien podrían pertenecer al complejo de edificios, pero también, del mismísimo secuestrador. Para la vidente, el muchacho soñado la enfrentó con la mirada asustada de los enamorados. Y con esa imagen, envuelta en el humo del palo santo, Merlina esbozó a grandes trazos el tipo de persona que nos ocupa.  

Panzeri escuchaba a Hannah con sumo respeto y si algo valoraba en la mujer antropóloga, aunque sonase contradictorio, era la mezcla de saberes, el convencimiento y la fe inquebrantable de que Valeria Piriz se mantenía con vida…  

_ ¿Qué quieren de mí? dijo el comisario cediendo a las razones esgrimidas por las dos mujeres, sospechando que era víctima de una confabulación. 

¡Típica reacción de las mujeres en situación extrema! le advertía el subconsciente. 

_ Hannah necesita un dibujante de confianza que haga un identikit, pidió Margarita en un tono de voz que sonaba adulador. 

Al escuchar el pedido, el viejo comisario suspiró aliviado. 

_ Denlo por hecho, les parece bien encontrarnos mañana. ¿Al mediodía? 

_ Yo vendré antes y saldré a caminar con Malevo y Chase, dijo Hannah con renovado espíritu.  

_ Es buena idea. Yo te acompaño, agregó Margarita, ¿a las diez está bien? 

 

***    

Cuando Hannah llamó a Shaira repetidas veces y no pudo localizarla, se dirigió al liceo presa de la inquietud. Solicitó hablar con la profesora Aguirre y pasados unos minutos las dos mujeres conversaron de modo abreviado. 

Hacía dos días que Shaira Bermúdez no asistía a clases y mucho temía no poder ayudar, se excusó la profesora, nada raro porque en los últimos meses el alumnado se manifestaba introvertido, como un solo cuerpo sometido a una situación inexplicable. 

La mayoría optaba por comportarse evasivos y silenciosos, ante la sola mención de algo o de alguien, que remitiese a recordar a Valeria Piriz. 

Hannah agradeció la buena predisposición de Aguirre.  

Dirigió el automóvil hacia la calle Mentana, a la casa de Shaira. Pulsó el timbre dispuesta a esperar lo que fuese necesario, a condición de saber algo de la muchacha.  

Serena la recibió en la puerta y la primera impresión era la de una mujer desmejorada. 

Le dijo sin vueltas, que no era buena idea llamar a su puerta dada la situación… pero agradeció el trato sincero con su hija.  

Shaira está sobrepasada por la situación y no atiende el teléfono, justificó. 

La sola idea de un tercer hombre, un asesino profesional, le pareció a Shaira un disparate, pero eso bastó para mellar su espíritu.   

Yo también necesito estar sola, confesó la mujer con los ojos enrojecidos de tanto llorar. Pero sacó fuerzas para decir que Shaira no regresaría antes del anochecer.  

De su parte, Hannah le rogó avisarle que se quedaría a esperarla a una cuadra de allí, sobre la calle Comercio. 

Suerte y apúrese, dijo la mujer al momento de cerrar la puerta, porque mañana nos iremos por unos días a visitar una tía que vive en Guazuvirá. 

La comprendo, dijo al despedirse Hannah, pensando en Tresfilos y su familia. 

Hannah de vuelta a su casa, esperó el atardecer para ir al encuentro de Shaira. 

Una breve espera en el lugar previsto y la muchacha se asomó delante del parabrisas como la mujer más despreocupada del mundo. 

El mensaje de Hannah intentó ser abreviado, como las indicaciones para casos de catástrofes con que se recibe a los pasajeros de barcos y aviones. 

Empezó por decirle que se alegraba porque la veía muy linda y activa. Nada dijo de su paso por el liceo diecinueve, pero agradeció el trato amable de su mamá y la disposición a avisarle, tenía algo para contarle y creía que ambas lo necesitaban.  

Las novedades eran, que Panzeri consiguió la autorización de Cartagena para revisar, los archivos de los asesinos profesionales y sicarios, con el objeto había dicho el viejo comisario, de cruzar informaciones que pudiesen dar una pista o elemento interesante a investigar. 

Según la opinión de ellos, a ese tipo de criminales una vez realizado el trabajo se los traga la tierra, porque la paga es jugosa como para resguardarse hasta el próximo encargue. Con esto, Panzeri y Cartagena quisieron decir que debemos estar atentas y a la vez restablecer los hábitos del día a día. 

No cualquiera merece estar en la mira de un francotirador, habían concluido los dos comisarios, pero de eso nada dijeron. Lo leí como que no somos parte del riesgo… 

Paso a otra cosa, dijo Hannah.  

Estamos por conseguir ayuda, esta vez de un dibujante hábil en identikits, un artista capaz de interpretar las señas y sicología del sujeto, el posible captor de Vale, partiendo de lo que recordamos de las visiones transmitidas por Merlina. 

No me parece un asunto menor, porque a partir del dibujo podremos cambiar la forma de dar con Vale.  

Creo que la próxima vez que entremos al barrio deberíamos llevar a Malevo y Chase. Los perros perciben de otra manera, sus sentidos llegan a donde nosotras no y eso fue algo que no tuvimos en cuenta las otras veces. La idea de rastrear con la ayuda de los perros fue de Andy, porque según ella, los perros de la campaña son mejores. 

¿Cómo está tu papá? cambió Hannah de conversación. 

Recuperándose de la herida, respondió Shaira, a buen resguardo en la casa de un viejo amigo, según me dijo, en el barrio Nuevo Capra.  

Según Lalo, cuando hay dinero todo se soluciona. 

Pero mi madre y yo sabemos que eso es mentira. Solo lo dice para tranquilizarnos… 

Shaira ustedes se van unos días. Tú tienes mi número, por favor no dudes en llamar.  

Comentarios

Entradas populares