TRESFILOS TAVARES 39 / JOSÉ LOIS FACELLO

 


Día ochenta y tres. 

El comisario Cartagena tomó unos minutos observando la cartelera que acumulaba nuevas fotografías y anotaciones manuscritas, círculos y flechas determinando lugares o fechas de interés para la investigación. Como adjuntando afilados datos, que incitaban, a preguntas que jamás tendrían respuesta.  

Filiberto Sosa con el escepticismo de los pragmáticos, fijó con cinta la foto de Ademar Marcio Archanjo y la escueta nota: brasileño, millonario, inversiones en la agroindustria y coleccionista de arte. El sargento repitió del mismo modo con la fotografía de Tony Hilerman, mientras leía la descuidada caligrafía al dorso de una tarjeta: dueña de una casa de antigüedades, ¿compra-vende objetos robados?, ¿integra un clan mafioso?  

El comisario no lo anotó, pero deducía que algún nexo existió para que el mismo día y a la misma hora las cámaras de la calle Rincón registrasen el encuentro. ¿Quiénes se dieron cita? La propietaria del local Tony Hilerman, el detective Tavares que fue el primero en llegar, seguido unos minutos después por Bermúdez.  

Una anciana con un carrito de compras en la puerta del local parecía obra de la casualidad, pero algo pasó después, para que Bermúdez escapase a la carrera perseguido por un tercer hombre, también armado pero que por alguna razón, no abrió fuego. 

¿Un personal de seguridad o un secuaz del detective? Fue una de las tantas preguntas que el comisario hizo a la Hilerman, pero de lo que sólo recogió respuestas evasivas.  

Sargento Sosa, indicó al subalterno, coloque este letrero arriba de todo y con esto por hoy terminamos. Haga el favor y prepárese unos mates como usted sabe.  

El comisario retrocedió tres pasos y leyó en voz alta: OPERATIVO TACOMA. 

Nombre alusivo a un carguero alemán confiscado durante la guerra, y vinculado con el devenir del tiempo a las cargas disimuladas en las bodegas. Contrabando cuya existencia el capitán no podría justificar, por lo que no dudaría en hacer su descargo, incriminando a algún marinero de cubierta…  

Por aquellos años era vox populi, que los puertos de Marsella, Génova y Río de Janeiro eran enclaves del tráfico ultramarino controlado por el crimen organizado.  

El puerto de Montevideo, por entonces, ostentaba una ubicación marginal con relación a otros puertos sudamericanos. Se sabía que los controles policiales eran más flojos y esto era aprovechado por el crimen organizado, para alguna operación ilegal.  

Jacinto, prepare el automóvil mientras le anticipo al secretario del juez las últimas novedades. En una hora salimos para Piriápolis.  

 

Sebastiào Manoel de Abreu no se resistió y extendió las manos acostumbradas al roce en la madera laqueada del timón, a manipular las hebras del tabaco en la pipa, o deslizarlas por el bello cuerpo de Adào, para por primera vez sentir la fría humillación de los grillos atenazando sus muñecas. 

Después subió al patrullero confiando íntimamente que la embajada metería mano en el asunto, un exceso de la policía uruguaya que no tardaría en denunciar como autoritario y propio de un régimen comunista. 

El comisario Cartagena estuvo al frente del operativo, que comenzó por la habitación 307 del Gran Hotel de Piriápolis próximo al mediodía. Ante la presencia del secretario del juez, fue incautada documentación y efectos personales, dinero en efectivo y tarjetas de crédito, un ordenador portátil y una biografía de Pasolini.  

El comisario ojeó el breve texto de la contratapa sobre el ilustre desconocido y le bastó para comprender que el libro en cuestión no era prueba de delito alguno, pero sí un nutriente secreto, capaz de fermentar pensamientos descabellados en la mente de individuos inclasificables como el timonel y su amiguito. 

Leyó la solapa para sí.  

Pier Paolo Pasolini nació en Bolonia en 1922, cineasta insigne del neorrealismo italiano, escritor, poeta y pintor, hombre de la izquierda de su tiempo, irreductible, homosexual, asesinado en un callejón sin salida. Roma, 1975.  

El comisario miró hacia un lado y otro de la habitación 307.   

Haciendo gala de la maestría de los tipos que invitan a las apuestas, mientras esconden la moneda bajo una de tres cáscaras de nuez, el policía con envidiable habilidad hizo desaparecer el libro de tapas azules en el bolsillo del gabán.  

Una vez terminada de labrar y firmar el acta y selladas las copias, se dirigieron al muelle donde se mecía apaciblemente el “Ilha de Madeira”. 

Los técnicos que los habían precedido en el operativo, tenían dispuestas para guardar en cajas lacradas, trece pinturas marinas de tamaño más bien modesto y en consonancia con las pinturas que las encubrían.  

Fue la sagacidad del comisario Panzeri lo que permitió el hallazgo de un tesoro invaluable, reconoció en ese momento el comisario Cartagena.  

El secretario del juez, de apellido Fader, observó con el detenimiento de un experto las pinturas y un rato después, ya en la cubierta y a solas con el comisario, arriesgó una provisoria y temeraria opinión. Pero como se preciaba de ser una persona responsable y con un futuro promisorio, no pasaba los treinta y cinco de edad con diez años adscripto al juzgado, sin precipitarse, hizo una velada sugerencia al dejarse ganar por la desconfianza.  

En el juzgado llegaron a sus manos expedientes donde algunos de los involucrados eran gente importante, hasta ahí lo previsible y normal. Pero los millonarios, aparte de las prerrogativas que da el poder se consideraban una raza aparte…  

_ Sugiero consultar sobre la autenticidad de las obras inventariadas, dijo por lo bajo. 

El comisario encendió un cigarrillo. 

Pensó en la única experta en arte, de confianza, Antonina Creuza.  

_ ¿Qué me quiere decir Fader? 

El secretario del juez observó al comisario y sopesó lo que iba a decir porque en el contrabando, de arte en particular, las pinceladas finas podían pasar inadvertidas.  

Este tipo de ilícito, de especialistas o ególatras, relacionaba a personajes dispares así se tratase de millonarios extranjeros o funcionarios estatales, a propaladores rioplatenses de modas naif como a instaladores de mega eventos artísticos. 

Sin dejar de considerar, el involucramiento de algún funcionario de aduana, que en esas transacciones se aprovechaba para saldar un favor por otro…  

No iba a pecar por lesionar intereses corporativos, también había jueces corruptos. 

_ Mire comisario, la vida me regaló la posibilidad de viajar, por trabajo se entiende, dos veces al viejo continente y una vez a norteamérica.  

El comisario escuchaba, fumando con la mirada clavada en los cerros circundantes. 

_ En el escurridizo tiempo libre que se puede tener en viajes de siete días, le diré que aproveché a visitar cuanto pude los museos de arte y los cafés tradicionales. Son mis lugares preferidos, detrás de la primera mirada desnudan pasadizos al descubrimiento, al contacto con personas de toda clase y a los placeres con mujeres escurridizas.  

No lo voy a aburrir. 

De las pinturas incautadas, sólo le diré que el faro a dos luces, de Edward Hopper, como puede suponer es una falsificación; imagine colocar el original del Boating de Manet, en un panel del velero considerando que mide más de un metro cuadrado…  

En cambio, la obra señalizada con iniciales mayúsculas y datada en 1955, Chalanas en Santa Catalina, tiene a todas luces reminiscencias de Barcas en la playa, de Van Gogh. Dudo que aparezca un comprador para esa pintura sobre cartón ordinario. 

_ Fader usted disculpe, pero ¿qué mierda me quiere decir?  

_ Al contrabando de arte, respondió inmutable al ver tan sacado de sí al comisario, agréguele el delito de falsificación, estafa y evasión de impuestos. 

_ ¿Pero entonces…? se interrogó el policía preso de la confusión. 

_ La mayoría de las cosas que vimos son de buena factura pictórica… pero no deja de ser pura basura. Es otra burda maniobra del mercadeo en negro al amparo de la falta de papeles, sin facturas ni constancia de seguros… y por supuesto, la complicidad de los snobs y nuevos ricos, que invierten en arte.  

Entre nosotros, dijo Fader bajando la voz, usted no tiene nada contra el brasilero. 

Sin arma homicida ni confesión, requisando algunos cuadros sin valor y apreciados solamente por los imbéciles, sólo tenemos una estafa menor, insuficiente para procesar a nadie por contrabando, menos a un millonario extranjero. 

Comisario quedo a su disposición, dijo Fader al despedirse. 

 

El comisario Félix Cartagena permaneció durante largo rato frente al mar, con los pies en el agua helada y los zapatos en la mano.  

Filiberto Sosa lo observaba a distancia, sin atinar a imaginar lo que podría pasar por la cabeza del jefe, que desafiaba al mar con los ademanes de un lunático…  

Por la cabeza del sargento giraban como en una calesita, las últimas fotos del archivo 2019/20 de los suicidas. En tanto, los nervios lo carcomían a medida que el comisario acortaba distancias levantando la arena a su paso.  

_ Vamos a comer algo, dijo Cartagena sin mirarlo. 

_ Bien, se limitó a balbucear el otro. 

Un anciano solitario en la inmensidad de la rambla les indicó un lugar para comer. 

_ No se demoren, sugirió atentamente, en el Quincho de Rosita cierran temprano.  

Diez minutos después, los dos policías estaban sentados frente a una fuente con rabas marinadas y otra con buñuelos de cazón. Para tomar pidieron una botella de vino tannat.  

El comisario había restablecido el aspecto acostumbrado, recuperando la verborragia por sobre el silencioso arte de especular. El sargento advirtió el cambio del otro hombre pero se dedicó al almuerzo, habían perdido un tiempo precioso por la meditación de su jefe frente al oleaje, o vaya a saber qué pensamiento agusanado, mientras se pasaba la hora de comer.  

No había querido ni pensarlo, pero en alguna parte escuchó que en altísimo porcentaje, los suicidas se descalzan como un último gesto digno de despedida.  

De sobremesa pidieron otra botella, pagaron el gasto y doña Rosita les dijo que se estuviesen a gusto y no olvidaran al irse de cerrar bien la puerta, porque el viento marino era cosa seria. Sin más, agradeció y se fue a dormir la siesta. 

El comisario soslayó sus reflexiones frente al mar y entró de lleno en un caso resuelto a medias. Lo insólito era la perspectiva. 

_ Filiberto, lo que ignoraba Fader el secretario del juez, es que a primera hora de esta mañana yo tuve una reunión reservada con Sebastiào, a bordo del “Ilha de Madeira”.  

_ Y yo no sabía nada jefe, porque después que usted bajó del automóvil esperé novedades, y mientras escuchaba la radio de Pan de Azúcar, me tomé el café del termo. 

_ Te cuento el meollo de la cuestión, dijo el comisario con un dejo de suspenso. 

Al fin, Sebastiào se decidió a romper el secreto de lo ocurrido aquella noche en el velero fondeado frente a Punta del Este. 

Y después de darle algunas vueltas al asunto, yo creo en lo que dice. 

Cuando Adào abordó el Madeira con la ayuda de Costa Rififi estaba tan drogado como borracho. Sebastiào lo recibió con el afecto de las parejas enamoradas y se limitó a preguntar por Nina Creuza. Cuando Rififi le dijo que ella estaba bien, todo estaba bien, nuestro hombre se despreocupó por completo.  

_ Esa gente está acostumbrada a las fiestas y el relajo, apuntó el sargento Sosa. 

_ Es razonable que Sebastiào ayudara a Adào a bajar al camarote, desnudarlo para secarlo de la mojadura y según dijo y yo le creo, estuvo junto a él hasta que se durmió. 

_ No hay mejor cura para un borracho que echarse un sueño, dijo el sargento de modo concluyente. 

_ El timonel afirma que estuvo mirando una película de suspenso, con Jonh Travolta, y yo pensé, mientras eso ocurría pasaba largamente la medianoche. Hasta allí, la coartada resultaba floja, de no creer. 

Después, según relata el timonel, subió a revisar que la cubierta estuviese despejada y amarrado todo lo que hiciese falta, porque el viento arreciaba.  

Son buenas prácticas de la marinería, usted me entiende, Filiberto. 

En eso, Sebastiào dijo advertir que el cajón de los reeles, las cañas y los arpones había quedado abierto. Sacó las botas de goma, unas sogas y un arpón que dejó a mano, mientras reacomodaba las cosas y así poder cerrar la tapa. 

Dicho esto, puso a buen resguardo las botas y acto seguido tomó el arpón dispuesto a guardarlo, sin advertir que Adào se aproximaba por detrás con pasos tambaleantes, incitado a una danza macabra acompasada por la borrachera y el rolar del velero.  

El sargento llenó los vasos escuchando el hablar enajenado de su jefe, pero no dudó en atribuirlo a que estaba bajo mucha presión desde que el asunto comenzó, con la aparición del ahogado en las rocas del Buceo. 

_ Como podes adivinar Filiberto, sobrevino la irreparable tragedia, dijo el comisario entrecerrando los ojos al influjo del tannat. 

En palabras de Sebastiào, en una milésima de segundo se conjuraron la ráfaga errática del viento, los vapores del alcohol con la resbaladiza cubierta, para que la punta del arpón rozara como el caótico aleteo de una mariposa la garganta del amante. 

Sin el otro emitir un grito, lo vio a Adào precipitarse a las negras aguas del océano.  

Con gesto compungido, juró que nada pudo hacer frente a la voracidad del mar. 

Y yo le creo…  

_ ¿Por qué este sujeto no confesó antes? preguntó el sargento mientras observaba la botella vacía. Tan imposible de probar nada, que resulta la coartada perfecta… 

_ ¿Por qué? Porque recién ahora alguien de arriba que no quiso nombrar, el ministro o el embajador o vaya a saber quién, le dieron las garantías suficientes para arreglar los papeles, levar anclas y zarpar… Mientras tanto, se impone la regla de guardar silencio. 

_ Entre bueyes nos hay cornadas, dijo Sosa apelando al refranero criollo. 

En la media tarde, las hojas de los árboles barrían el techo de chapa y la brisa salobre lijaba las maderas de las ventanas.  

El comisario buscó otra botella del estante y dejó dos billetes doblados en su lugar. 

_ Filiberto se va la tercera, dijo el comisario llenando los vasos. 

_ Salud, respondió el sargento. 

_ ¡Salud! por lo absurdo de nuestras vidas… enfatizó el comisario. 

El viento cesó dando paso a la monocorde sinfonía del mar embravecido. 

_ Jefe ¿usted se imagina almorzar comida china en un vaso de cartón? 

_ ¿Cómo los policías de las películas? 

_ Hay que ver las costumbres de otros lados… 

_ Sargento, déjese de embromar y volvamos a Montevideo. 

_ Al fin de vuelta a casa… dijo confianzudo el sargento Filiberto Sosa. 

_ Mejor a casa de Jamila del Campo, precisó el comisario preso de la euforia. 

 

*** 

                                                                          

La lluvia obligó a las chicas a desistir de encontrarse en alguno de sus lugares preferidos y a cambio, resguardarse en el patio de comidas de la terminal de ómnibus. 

Shaira regresó de Guazubirá donde estaba con la madre. Cintia lo único que sabía era que la amiga se quedaría esa noche a dormir en su casa. 

A las cinco de la tarde, Cintia y Shaira tomaban una taza de chocolate con verdaderos alfajores minuanos. Conversaron a su modo, con el desparpajo de los jóvenes y saltando de un tema a otro sin motivo ni conclusiones, hasta que pasado un largo rato se tornaron más que reflexivas, observadoras.  

Por lo pronto, esa tarde se notaba la presencia de muchos chicos encantadores. El encanto se traslucía a partir de los gestos espontáneos y el desenfado al saberse observados.  

Son lindos, agregó riendo una de ellas, mira como nos miran. 

Dos adolescentes se acercaron a la mesa y después de algunas chanzas y rodeos que matizaba lo sencillo con lo rebuscado, las invitaron a ver juntos una peli.  

Cintia y Shaira intercambiaron miradas y se excusaron prometiendo dejarlo para otro día de lluvia.  

Ideal para ver pelis, insistieron los chicos lindos. 

Ellas los distrajeron con falsas promesas y tampoco les dieron el número de sus teléfonos. Con eso los muchachos desistieron, sintiendo a sus espaldas las miradas socarronas de los amigos. 

_ ¿Hasta cuándo tendremos que escapar y escondernos? se interrogó Shaira. 

Cintia esperó de su amiga algún indicio de lo que en realidad pretendía decir. Por lo pronto, ella pensó que no acostumbraba a escapar ni esconderse de nadie… Ella era de las que preferían enfrentar las cosas, aunque muchas veces el trato humano y los resultados fueran decepcionantes. 

_ Esto que hicimos con los chicos un año atrás hubiese sido impensable. Ni locas los dejaríamos escapar… 

Cintia repasó velozmente el cortísimo episodio, intercambiar unos minutos con los dos chiquilines como para recordar una palabra o un gesto, o alguna cosa que se le hubiera escapado. Como decía su amiga, algo les estaba pasando… 

Pensó en la complicada situación del padre, pero Shaira no hizo mención a Lalo, salvo por teléfono, cuando le dijo que estaba de viaje. 

_ Sé lo que estás pensando, dijo mientras mordisqueaba el alfajor relleno de frutas silvestres. 

Cintia reacomodó el cuerpo en la silla y miró en derredor. Algunos la miraban, porque sus piernas modeladas a la perfección no pasaban desapercibidas para nadie. 

A lo lejos, los chicos y sus amigos se habían decidido a combatir el tedio jugando al tejo de mesa. Seguía sin comprender la actitud reservada de su amiga… 

_ Yo tampoco sé que está ocurriendo, dijo Shaira de modo apenas audible. 

Mi padre, más que viajar escapó a uno de esos barrios perdidos en el mapa. 

El detective y su mujercita, por lo que cuenta Hannah, desaparecieron de T.B.&P. 

Cintia frunció el ceño pensando que Valeria tampoco escapaba a esa situación, aunque lo suyo y atendiendo los vaticinios de Merlina, fuese un estado de espera indefinido… 

_ Loli perdió la brújula, continuó monologando Shaira, y no se la ve desde hace semanas, escondida en su casa o vaya a saber dónde. De alguna manera, también Beti estuvo confinada en la casa huyendo de sus fantasmas. 

¿Tú crees como yo, que algo invisible está cambiando nuestras vidas? 

 

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