Tresfils Tavares 40 / José Luis Facello

  


Día ochenta y cinco. 

El comisario Panzeri ni bien llegar se encaminó al lugar acostumbrado.  

En el salón estaban ocupadas dos o tres mesas; unos viajeros con su equipaje en una, en otra, una pareja de mediana edad, y al fondo, un solitario. 

Fraga calzando guantes de hule repasó la mesa con una servilleta, y dijo en tono conspirativo, que el licenciado lo esperaba al fondo del salón. 

El comisario giró la cabeza y observó con detenimiento al otro.  

Tavares estaba irreconocible con la barba prolija y rala de tres días, un gorro de lana y una camisa de leñador bajo la campera.  

_ Buen día, saludó el comisario tentado por preguntar de qué se había disfrazado. 

_ Buen día Panzeri.  

Aquí estoy ojeando los titulares extraviados de este pasquín:   

“GIANNI INFANTINO BAJO LA MIRA”; “NASA: ASTEROIDE A LA VISTA”; “EEUU BATE RECORDS” 

_ ¿Cómo está mi ahijado? preguntó a modo de esperar a Fraga con el pedido. 

_ Ellos están bien, por lo que contó Hannah por teléfono. 

_ ¡Cómo! Hannah también de viaje… 

_ Andy la instruye en la práctica de tiro, a instancias suyas, por lo que sé. 

El comisario Panzeri aferró el bastón con ambas manos, tratando de calibrar la responsabilidad de lo que fue una simple observación más que un consejo. Si algo le pasaba a la Bamberger, sin duda Margarita no se lo perdonaría jamás. 

_ A veces pienso si no sería conveniente reformular la agencia, reflexionó en voz alta Jacinto Panzeri. 

_ ¿Qué le anda pasando compadre? dijo el otro. 

_ Desde que abrimos T.B.&P. tenemos entre manos dos casos. Uno inobjetable, por el drama que significa para una madre la desaparición de su hija… 

Tavares no atinaba a registrar el fondo del asunto que preocupaba al comisario, enredado, como los titulares del diario. 

_ El otro caso, recuperar los cuadros del millonario brasileño, ha tenido el gratificante beneficio del rédito económico… 

_ Para eso trabajamos Panzeri. 

_ ¡Sí claro! A lo que me refiero es a la otra parte… contagiada por los acontecimientos, eventos que nos explotan en las manos de modo ajeno a nuestra voluntad, y que de pronto, terminan por involucrar a nuestros amigos. 

_ ¿Se puede saber que bicho lo picó? apremió el detective al borde del destrato. 

Jacinto Panzeri resopló cuando cayó en cuenta que la retórica había cercenado la propiedad de las palabras. Ese día se levantó de la cama y notó que se sentía en babia, quizá angustiado al percibir en entresueños asuntos que se desbarrancaban, y aunque no lo dijo, terminarían por joderle la vida a todos. 

_ Estoy preocupado, es eso nada más.  

Los dos casos, dijo el viejo policía, el de la muchacha desaparecida y el del ladrón de arte se conectan entre sí por Bermúdez, pero también, atrapando en una espiral de violencia a otros inocentes. Tocados sin tener arte ni parte en la cosa. 

Tavares observó al comisario en silencio y sólo atinó a colocar un cigarrillo entre los labios, pero bajo la mirada agria del dueño no tuvo otra que desistir, siquiera de pensar en encenderlo. A cambio, se conformó con sentir en la boca el sabor de las hebras del tabaco mordisqueado. 

_ A lo que voy, dijo Panzeri, algo habrás pensado en dónde comenzó todo, me refiero al “Ilha de Madeira”. Asunto que no es de nuestra incumbencia, pero que si relaciona a las partes y el todo. El occiso aparecido en el Buceo trajo a cuento otra vez a la Creuza y a nosotros a meter las narices donde no debemos. 

Algo iluminó la mente del detective. El respeto que tenía por su compadre aún bajo los efectos de la nicotina o la sustancia que fuese, lo había llevado a reconsiderar los tres casos. La desaparición de Valeria Piriz, al robo de pinturas y al misterioso velero, como las partes equidistantes a un centro: las oficinas de T.B.&P. 

Y al decir del comisario, el involucramiento de personas ajenas al asunto como no sea de modo circunstancial o azaroso.  

Pensó en Dieguito y su madre, pensó en la hija de Bermúdez, pensó en Andy. 

Qué decir de Hannah, una apasionada profesional metiéndose en líos, una consejera confiable y amiga entrañable, de pronto decidida a empuñar un arma… 

_ Las cosas se nos van de la mano, apuntó Panzeri.  

Pensativo ante el dolor ajeno, recordó a Margarita en el funeral de Milton y a Eva desesperada a cada día que pasaba sin novedades. 

_ Todo se va al carajo, aceptó Tresfilos Tavares y pidió a Fraga dos coñacs del país. 

Después, el detective refirió a las proseadas en la azotea. Y a Josualdo, que, con el espíritu emborrascado de un exconvicto, olfateó desgracias al momento de enumerar, con los dedos de una mano, lo por venir: chinos, pandemia, cuarentena, mercado negro y fosas comunes.  

  

La conversación de los dos hombres se extendió hasta la hora en que irrumpen los almorzadores y otras clases de hambrientos, ocupando las mesas del salón del Bristol a una vez. El momento justo en que Tavares y Panzeri se retiraron dejando a Fraga distribuyendo por las mesas, copas y cubiertos, las cartillas del menú y sirviendo pizzas o el plato del día.  

Muy recomendable, escucharon decir al mozo, hoy tenemos guisado de ternera con boniatos de Bella Unión.  

Los dos hombres caminaron por veredas estrechas y soleadas, protegidos de la brisa proveniente de la bahía mientras continuaban la conversación interrumpida en el Bristol. 

El viejo comisario cada tanto se detenía, apoyado en el bastón recorría con la mirada los alrededores para después seguir filosofando.  

También se tomó tiempo para los asuntos vulgares. 

Comentó sobre las horas perdidas en los archivos de I.P, puntualmente buscando algo en la lista de expertos en armas largas, alguna crónica sobresaliente de individuos que actuaban en soledad, entrenados en el extranjero donde la persistencia de las guerras facilitaba los escenarios propicios. Y una secuencia lógica, de menos a más, hasta alcanzar los méritos de un tirador de élite.  

Los aspirantes a francotiradores comenzaban con tiro a un blanco fijo, por lo general prisioneros dispuestos a trescientos, a quinientos metros de distancia; continuaban con objetivos móviles, en los pasos de ilegales entre fronteras o ajustando la mira en uno entre cientos de individuos en una manifestación pública. Los tiradores más avezados, de modo inverso practicaban situados en movimiento, un automóvil o un tren, para acertar a cinco o diez individuos elegidos al azar. 

Los tipos son meticulosos y dan gran importancia a la capacitación, dijo Panzeri. 

El concepto inculcado a un tirador profesional es la libertad de movimiento y la prescindencia de cualquier idea política o dogma religioso, insistiendo que la misión de un francotirador es salvaguardar los valores y proteger las vidas humanas.  

Obviamente muchas cosas se dan por sobreentendidas y eso algunas veces lleva, a confusiones y perjudicos, al decir del cantor, anotó socarrón el comisario retirado. 

Conclusión, la revisión de los archivos fue un fiasco. Los que no están muertos trabajan donde la paga es mejor, en tierras calientes como Siria o México o Somalia. 

Pero, dijo Panzeri precisando el enfoque de la charla, el comisario Cartagena me invitó a tomar un horrible café en su oficina y de la conversación surgieron dos cosas. 

Una,el operativo anti-contrabando que involucraría al timonel, tanto en el hotel donde se aloja como en el velero retenido en el muelle de Piriápolis, podría resultar un gran fiasco. Cartagena esperaba la opinión de los peritos de las bellas artes, pero las palabras que pronunció en mi presencia voz baja delataban que el error conceptual de la investigación fue dar con unas ¡exquisitas falsificaciones! 

Superiores a la hechura de los dólares falsos en circulación…  

¡Por supuesto que no valen nada! pero se cae la figura de un gran contrabando, que era lo que perseguía el comisario a falta de las pruebas de un crimen que no fue… 

¿Te sorprende?  

Después te explico las conclusiones a las que arribó, una vez finalizado el interrogatorio y obtenida la confesión de Sebastiào, el timonel.  

Dos, mientras compartía el café en la oficina de Félix Cartagena, pude ver el mapa de los tipos vinculados al supuesto comercio ilegal de arte. Un negocio que excede a los mercachifles como Bermúdez, como para sospechar, estar frente a las actividades de una organización criminal internacional. 

Pero te digo compadre, que me llamó la atención, observar en la cartelera la silueta de dos rostros, no sé si a falta de fotografías o encubriendo exprofeso la real identidad, sin datos ni nombres. Solamente una anotación sugestiva para los dos, en una reza, BUSCADOR DE NEGOCIOS. Y en la otra apunta, EX POLICÍA 

Tavares caminaba en silencio, rumiando una y otra vez cada palabra de Panzeri. 

Después habló exponiendo sus razones. 

Usted comprenderá, dijo el detective, que debo ponerle fin a algunas cosas. 

Cuánto tiempo más debo estar a la defensiva para eludir a un enemigo invisible. Porque el tirador le dio a Bermúdez…  

¿Debo descartar que el objetivo pudiese haber sido yo? Qué de ser así, ¿el peligro me acecha en cualquier esquina? 

Cuánto debe pasar para que los míos retornen del involuntario exilio.  

Les estoy agradecido a que usted y Hannah hayan cargado con el funcionamiento de la oficina, pero refugiarme en una pensión de mala muerte también tiene sus límites… 

Tavares imitó al comisario que encendía un puro haciendo lo propio con un Marlboro, mientras con andar lento, se cobijaban en la tibieza del sol. 

No sé si la hija de Bermúdez habrá podido convencerlo de que yo soy ajeno al ataque en la rambla. Y que me ceñí como un caballero, a lo pactado en el talud del Centenario.  

Por esto, también debo cuidarme de Bermúdez y la posibilidad de que uno o el otro, me hayan sentenciado a muerte…   

La otra pregunta es, ¿quién es el tirador desconocido y para quién trabaja? 

Comisario le cuento lo que pienso hacer, dijo Tavares mientras pisaba la colilla, un viejo hábito de los espías. 

No esperaré más. Empezaré por rastrear al francotirador, en los polígonos de tiro y clubes de cazadores de chanchos salvajes…  

 

*** 

 

A media mañana, las dos amigas se despidieron en el hall de espera, a escasos minutos de la partida del ómnibus con destino a Guazubirá. 

Shaira comentó en voz baja, que se habían visto con su padre, recuperándose de la herida dijo, y agradecido a su madre cuando le dio algo de dinero para compensar tanta incertidumbre. Me pidió que lo comprendiera, él siempre fue así por naturaleza… Reconoció con cara seria que había sido un mal padre, pero en el beso de despedida, me susurró al oído que me quería mucho. 

Pronto nos vemos dijeron a una. 

Cintia por su parte, se dirigió a la parada del 109 en la 18 de Julio. Iba al encuentro de los chicos grafiteros, que tanto las habían ayudado en la búsqueda de Vale. 

Resultó inevitable no recordar el otro viaje, con las chicas en el día del cumpleaños de Beti. Y eso le bastó a Cintia para sentir languidez y malestar en el estómago, como las mañanas que salía sin desayunar. 

Al bajar en la parada de Yrigoyen la esperaban con una amplia sonrisa Nicandro Figari con una carpeta en la mano y el “pulga” Brayan con el equipo de mate. 

Caminaron un corto trayecto hasta detenerse en un lugar soleado, con una mesa y bancos de hormigón. Los fresnos pobres de hojas aportaban un marco de melancolía que Brayan lo atribuyó al otoño. Un modo de atemperar la extrañeza que provocaba pensar en Vale, mientras vichaba el horizonte de ventanas multiplicadas hasta el infinito… ¿Y si en una de ellas estaba el tesoro que buscaban? 

Nicandro, por su parte contó, las vicisitudes que atravesaron con el dibujante de la policía a la hora de hacer el identikit. El tipo accedió a un encuentro en T.B.&P. propuesto por Panzeri y la venia del comisario Cartagena.  

Los polis afuera de la comisaría parecen mejores… comentó al pasar, recordando los disturbios en el barrio, el cerco policial y su paso obligado, pero injustificable, de tener que responder a las preguntas del comisario.  

El otro, un tal Sosa, de sólo mirarte metía miedo… 

Termino de contar y vemos los dibujos. ¿Sí? 

Las dificultades con el dibujante de la poli, eran que se había quedado en los noventa y en las recreaciones a partir de los sueños de Merlina; todo era fuera de época, el rostro ceñudo del criminal, los audífonos así o asado, o las gorras que encubren la cara.  

Estuvimos más de tres horas dándole vueltas y vueltas al asunto, borrando trazos, desestimando formas de ojos, sombreando partes hasta que llegamos al dibujo de un muchacho promedio de estos días y en estos barrios. Un tipo común, ni cheto ni plancha. 

Partimos que si no es de acá es de por aquí cerca, apuntó el “pulga” mientras cebaba. 

Cintia experimentó los nervios típicos ante las pruebas finales en el diecinueve, no sabía los por qué, pero ahora con la cabeza gacha no se atrevía a mirar la carpeta de Nicandro temiendo una amenaza en las caras dibujadas… 

Era una tontería, pero sentía la inseguridad que provoca a los testigos identificar a una entre cuatro o cinco personas, detrás del vidrio, aún a sabiendas que está protegida de la mirada de los otros. 

Los dibujos eran buenos, los miró con admiración a los dos chicos y se le ocurrió decir, ustedes son buenos en lo que hacen.  

Ellos agradecieron el gesto de la muchacha y se enamoraron de ella secretamente.  

Se sabe, a los quince años todo es posible, hasta tocar el cielo con las manos… 

Cintia recorrió con mirada aguda una lámina tras otra, las comparó entre sí, descartó una o dos. Tomate tu tiempo, le dijo uno de los atorrantes, mientras disfrutaban de la belleza de la muchacha y el perfume de su pelo.  

El “pulga” haciéndose el tonto, le dijo que se parecía a las madonas de Leonardo. 

Ella sonrió sin recordar a ningún Leonardo. 

Les dijo, que no podría afirmarlo, pero tres de los dibujos le recordaban algo o a alguien… pero quizá, se disculpó, sólo era el fruto de la imaginación o de los nervios. 

Algo es algo, dijo uno. 

Cintia, vamos por buen camino, dijo el otro.  

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