Tresfilos Tavares 42 / José Luis Facello


 Día ochenta y siete, 9:00 a.m. 

Por la mañana, los teléfonos sonaron incesantemente y para las nueve estaban los reunidos a instancias de Hannah. Uno a uno llegaron a la oficina de la calle Michelini, los integrantes de T.B.&P. más Josualdo y Cintia, allegados a las cosas. Jacinto llegó acompañado por Margarita, porque ella tendría algo importante para decir. 

Los perros no paraban de ladrar. 

El comisario hizo las veces de anfitrión y saludó con calidez, a modo de distender las expectativas, que, por los últimos acontecimientos, merodeaban la cabeza de todos ellos. Panzeri dio las razones del imprevisto encuentro y posteriormente, le pidió a la jovencita que contara lo que tenía para contar. Durante ese lapso de tiempo, Hannah y Margarita cuchicheaban, mientras preparaban el café que tan solo por el aroma animó a todos.  

Cintia agradeció a Hannah como a Margarita, la predisposición para difundir el identikit, como estar poniendo el cuerpo en las alturas de Malvín.  

Sonrió al viejo policía por el trámite, donde Cartagena autorizaba encarar de modo conjunto los dibujos, a manos del experto dibujante policial y Nicandro, el grafitero. 

Panzeri por boca de Cartagena, dijo que el método de concebir el identikit había sido tan novedoso como interesante. Tenían antecedentes de identikits confeccionados por las descripciones de mirones, de borrachos, de ciegos, pero nunca a partir de los decires de una adivina. Las imágines anticipatorias de los videntes eran provechosas en las investigaciones policiales y alguna vez se echaba mano a sus dones, pero Merlina, había transmitido la descripción de una persona y el costado espiritual, al advertir que era un alma en conflicto. En ese punto, los sicólogos sociales de la policía, lo catalogaban como charlatanería de época.  

Pero a las pinturas murales, el comisario tronó al calificarlas, como un exceso provocador, que subvertía la mansedumbre de los paredones y excitaba por demás a los adultos mayores. 

Hannah sabía cómo pensaban los sicólogos sociales, con algunos de ellos habían cursado juntos en la facultad, por lo que optó por escuchar con los ojos cerrados.  

Cintia dijo que todo lo que sumara valía y resaltó que habían dado un paso importante, porque el identikit había permitido constatar la existencia real de la basura humana, aunque no todavía la identificación. Pero nosotras confiamos, que despertará la memoria en muchos como para recordar, y de ahí en más, dejar atrás la espera. Al decir, que Vale estaba con vida, su voz se quebró.  

Las mujeres, adelantaron en bloque un esbozo de idea y plan de acción, que para los desconfiados hombres no pasaba, del ocultamiento de algo mayor… 

Con las mujeres nunca se sabe, recayó en pensar el viejo comisario. 

Cuenten con nosotros, dijo el detective Tavares, cambiando miradas de aprobación con Panzeri y Josualdo. 

Como la mayoría sabe, continuó el detective, debimos tomar algunas medidas preventivas ante lo azaroso de algunos hechos, que no voy a enumerar por conocidos, pero que nos llevaron a realizar algunos cambios de hábitos. Mudanzas transitorias y cambios de rutina, como viajar a la campaña o limpiar las armas… 

Les cuento, dijo Tavares. No salió en los medios, pero una negociación acordada con el padre de Shaira casi termina en tragedia, cuando entre él y yo se interpusiera la bala de un desconocido disparando desde los techos. 

El comisario se dio al rastreo en los archivos de I.P. Hurgó en esa calaña de asesinos, los francotiradores, pero hasta ahora sin obtener resultados positivos. 

Por mi parte indagando en los lugares de tiro, clubes de cazadores y los instructores de los safaris deportivos en África, encontré con la ayuda de Josualdo un número acotado de participantes, que redujimos más al considerar solo a los más aptos.  

Josualdo los puede ilustrar sobre los desafíos del escalado vertical… en particular. 

Todos sonrieron cínicamente, menos Cintia que ingenuamente lo asoció a los deportes extremos como el andinismo. 

Al fin, nos quedamos con una lista de siete tiradores y al conversarlo con Panzeri, coincidimos en suponer que nuestro hombre está allí.  

¿Por qué? Porque este sujeto, antes que asesino es un tirador profesional.   

Y todos los tiradores con armas largas se vanaglorian de sus logros, cuelgan en la sala de estar los trofeos de la caza mayor, las cabezas de antílopes o de rinocerontes.  

Si no, exhiben sobre la chimenea las copas ganadas en las competencias de tiro. Logros obtenidos en los juegos panamericanos, las olimpíadas… Ustedes saben. 

Por eso nuestro hombre puede ser un solitario, pero vinculado socialmente, a los exclusivos lugares donde el prestigio personal se asienta en los logros deportivos. 

Como se estila en algunos países del norte. Comprar un arma y saber tirar para ser alguien. Después de embucharse unas grapas, dijo Cintia, el abuelo era de los que soltaba algún que otro precepto moral, rematado con los consejos audaces de otro siglo. 

Hannah, la tardía aprendiza en el manejo de las armas, la miró con estupor. 

Si antes despreciaba a los tipos como Bermúdez, prosiguió Tavares, desde que mezcló a mi madre y a Dieguito en todo esto, ahora de la nada surgió otra amenaza. 

Yo estaba en la línea del tiro que hirió al padre de Shaira, dijo a la muchacha buscando atenuar el dramatismo, y con eso basta para no descartar que el disparo fallido pudo estar dirigido a cualquiera de los dos. Esa tarde en la rambla no había un alma. 

Bermúdez tiene enemigos poderosos, solamente con el millonario Archanjo que dio la orden de encontrarlo, basta y sobra.  

En T.B.&P. de hecho, el coleccionista brasileño es nuestro principal cliente. 

Yo dejé atrás a mis enemigos… salvo que el tirador estuviese a las órdenes de Bermúdez y haya errado el tiro. Si no, no se explica. 

Por eso, debo encontrarlos antes que ellos me encuentren a mí. 

Ni lo pienses, dijo Cintia. ¿Qué haríamos sin vos, detective? 

 

Día ochenta y siete, 10:12 a.m. 

El fax emitió un destello rojo y de modo automático comenzó a vomitar hojas con el logo de Inteligencia Paralela – Departamento Técnico y Laboratorio. 

El comisario Félix Cartagena levantó la vista del cenicero y miró el reloj de pared, las 10:12 a.m. No sabía cuánto tiempo había estado ensimismado en reconstruir los últimos minutos de la discusión con Jamila, la amante (y detective). Los motivos los imagina cualquiera que ama y es amado por el otro, pero basta una sola y olvidada desavenencia para provocar la irrupción desenfrenada de la ira.  

Claro, los policías somos diferentes, amamos con el revólver en la mesita de luz y eso a veces puede acarrear desgracias… como denuncia la crónica roja. 

En nuestro oficio lo cotidiano es recorrer las calles violentas, codo a codo con la pareja asignada. Como lo hacen otros oficiales que se zambullen en las máquinas, vigilando cada rincón sucio de la ciudad, o siguiendo un sospechoso, o aportando datos. Sin otra lógica que el azar, al revisar un movimiento bancario entre miles, la reserva reiterada de un vuelo a Miami, un cargamento sospechoso arribado a Nueva Palmira. Esto, conforma la continuidad del devenir de los acontecimientos y a los detectives, transformados en la sombra de los delincuentes, adivinando para anticiparse a sus pasos, y en ocasiones, desbaratando a tiempo el crimen en ciernes. 

Cartagena encendió otro cigarrillo, recordando más que los nombres de sujetos innombrables, los avisos de Interpol que pedían la captura por cometer refinadas estafas on line, a organismos del Estado o la banca privada, si no, buscando a los acusados de bestiales asesinatos seriales o a los más desalmados, los violadores de niños. Otros tipos, en la lista sinfín de los maltratadores de las mujeres que dicen amar, hasta un día cualquiera, asesinarla con brutal saña.  

A esto se refería el comisario al quejarse por las tensiones acumuladas. 

Solamente abrevar en las opiniones de Jessica Buendía, vertidas en el informativo de las nueve, amenazaba enfermar a los televidentes y contagiar a medio pueblo.  

La información por demás, cuentan que había dicho Filiberto en la barra del Chicago, hace tanto daño a las buenas gentes como el que toma este brebaje adulterado.  

¡Whisky rebajado con caña blanca! le espetó aquella vez, al tipo del mostrador en las narices.  

_ Jefe, aquí tiene el informe de los muchachos de técnica, lo interrumpió el sargento. 

_ Sosa prepare unos mates, quiere. 

_ Enseguida comisario. 

El informe como todo lo técnico, era filoso como un bisturí y carente de cualquier concepto amigable. Primero daba cuenta del tipo de proyectil encontrado en el techo del galpón y la lista de armas largas compatibles con un calibre 7,36. Así como el hallazgo de dos huellas legibles en el bronce, al ochenta por ciento. En segundo lugar, informaban de otras huellas dactilares, algunas de interés, tomadas de los peldaños de la escalera gato, y que a postre permitieron identificar al escalador.  

Un éxito de los muchachos de técnica y balística. 

El sujeto en cuestión era un masculino, uruguayo, H.W.R., menor de edad, tez trigueña. Sin antecedentes ni deudas con la justicia. 

El informe agrega como dato importante, el domicilio declarado en el documento. 

La reacción del comisario no se hizo esperar. 

_ Sargento suspenda el mate y sin demora salgamos que hay trabajo pendiente. 

_ A la orden jefe, dijo el otro rezongando por lo bajo. 

Veinte minutos más tarde estaban frente al número declarado de la calle Buricayupí, domicilio del tirador sospechoso. Un lugar cercano al que se produjo el hecho de sangre. 

La casa se veía vieja y deteriorada, el frente que una vez fue pintado de celeste destacaba una puerta y ventana envejecidas. Sin otro apoyo que el sargento parapetado en el auto, el comisario Cartagena dio tres golpecitos en la puerta a falta de un timbre. 

Empuñó el arma reglamentaria oculta en el bolsillo del gabán. 

A poco de esperar, una señora de voz cascada preguntó quién era. 

_ Policía, respondió. 

La mujer lucía linda pero avejentada, lo observó detrás de la puerta entreabierta lo que permitía la cadena; ella no precisó más para saber que el otro efectivamente era un policía. 

_ ¿Qué hizo esta vez?  

_ Sólo necesito hablar con él y aclarar una duda, dijo el comisario. 

_ Es un buen chico y nunca lastimó a nadie. ¿Ustedes los policías no tienen hijos? 

_ La comprendo señora, pero necesito conversar con su hijo.  

¿Está en la casa? preguntó con cierta impaciencia. 

_ Fue al quiosco a la vuelta de la esquina, a jugar al futbolito con los amigos. 

_ Gracias por su amabilidad. 

El sargento se puso a la par del comisario y enseguida dio la vuelta a la manzana como le indicó el comisario.  

_ Hacemos una pinza, lo agarro yo o lo detiene usted si va para su lado… recuerde que es menor de edad. 

El comisario caminó despacio, dando tiempo al sargento Sosa. 

Cuando dio vuelta a la esquina vio que el sargento venía a su encuentro por la otra vereda al quiosco. Enfrascados en el juego cuatro botijas, pero uno, advirtiendo algo extraño dio media vuelta y echó a correr.  

Dio tres pasos y todo quedó en el intento, reducido por las manazas del sargento, el forcejeo del muchacho resultó inútil. 

_ ¿Vos sos Hermes Whelan? 

_ ¿Y ustedes quiénes son? 

_ Vamos, dijo el comisario. 

_ Soy menor y no pueden detenerme. 

_ Tranquilo que no estas detenido, sólo demorado en averiguación de antecedentes. 

Una hora después Hermes Whelan confesaba, dejando pasmados a los dos policías. 

_ Lo que escucha dijo Hermes, no soy un asesino, apenas un aprendiz. 

Aprendiz de sicario, ustedes saben mejor que nadie que se vienen tiempos difíciles… Me prestan el arma y cada tanto tiro al azar para practicar. A veces los disparos van contra una garita policial o dejando un mensaje de agujeros en una puerta señalada.  

Trabajé unos meses en el tendido de la fibra óptica por unos pesos miserables. Diga que la cosa era llevadera porque Juanma, el encargado, era un viejo macanudo. Hincha de Peñarol… como yo. Defensor de los potreros y por arco dos championes viejos. 

_ Claro, claro, ahora todo el mundo tiene un trabajo, retrucó el comisario. 

_ La tengo clara, nunca maté a nadie… Después Dios dirá.  

_ Ya veremos… dijo el comisario decepcionado por el tenor de las cosas. 

_ Al tipo de la moto le apunté en el hombro, un objetivo difícil porque lo tapaba el otro tipo, el que le entregó la moto y un bolso. 

Y más nada.  

 

*** 

 

Día ochenta y siete, 15:45 p.m.  

A poco de arribar desde Guazubirá en el ómnibus de las 15:45 p.m., Shaira y su madre advirtieron los ademanes de alegría que hacía Cintia, entre el grupo de personas que esperaba al borde de la dársena.       

¡Todo ha terminado! Había dicho Cintia a su amiga al enterarse de las buenas nuevas, con la entrecortada emoción que podría suponerse de un llamado telefónico a distancia. Pero era vital que ellas supiesen, que Lalo estaba a salvo, al margen de una imaginaria venganza. 

La policía había capturado al tirador, ¡un botija menor de edad! 

Panzeri, apenas escuchar del comisario Cartagena la versión de cómo había atrapado al francotirador, sin disparar un tiro y sin sangre, llamó a Hannah para ponerla al tanto del trascendido, todavía reservado, y ésta hizo lo mismo llamando a Cintia, que era el vínculo más directo para avisarle a Shaira.  

Un recuperado estado de paz y tranquilidad se instaló paulatinamente en la mente de todos ellos, a medida que se conocían detalles y la insólita motivación de H.W.R., de practicar tirando al azar con la aspiración de convertirse en un sicario profesional. 

Bien pago y respetado en el ambiente de los contratistas, declaró inmutable. 

Trabajar por la cuenta era el sueño de su vida, le confesó al comisario, deslindando sin saberlo, la sospecha que pesaba sobre Bermúdez y Tavares en el asunto.  

Los primeros fríos anticipando el invierno se sentían con crudeza. Las tres mujeres bebieron infusiones calientes en una mini cafetería en el hall de la terminal de ómnibus.  

Cintia puso al tanto a Shaira de la última movida en las torres de Malvín, y a continuación le mostró las fotografías de los grafitis como el identikit en papel impreso. 

Shaira apenas si lo miró, para decir de modo categórico. 

_ ¡Despabilate hermana!, no ves que es uno de los Gadea. 

_ ¡Uno de los mellizos!  

Lo sabía… soy una tarada, tenía el nombre en la punta de la lengua. 

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