Já! con el diario del lunes… por J.J. Ferrite


 El portoncito y la ligustrina, a su modo, resisten el paso del tiempo. 

Sentado bajo el parral, en estos días de enero reparo en las cosas permanentes, como el amparo de la sombra, o el vuelo silente de las avispas, o el revuelo atrevido de los zorzales merodeando las uvas maduras. 

Las palabras de mi padre, cantarinas como el albañil que fue, nos advertían de buen modo sobre un universo de luces y sombras. En 1945, él tenía veintiséis años y supo del cataclismo por las noticias sensacionalistas de los diarios y las fotografías en blanco y negro. 

Y entonces, bajo la sombra del parral, buscaba las palabras concisas para referir a sus pequeños hijos, acerca de los temores humanos bajo las sombras que acechaban desde el cielo. 

Hiroshima y Nagasaki sonaban a estrafalario, pero de un solo significado que remitía al horror desatado por las bombas atómicas.  

Y a lo desconocido. 

 

Voy por más agua y de paso acomodo la cebadura. 

El río es de las cosas permanentes, aunque cambiante en el caos propio de la naturaleza. De bajantes pronunciadas cuando no llueve en Brasil, sino lo contrario, cuando las aguas escurren precipitadamente desde el Mato Grosso y escapando a su cauce arrasan todo a su paso, hasta finalmente amansarse en el estuario del Plata.  

Los ríos, cuando se vuelven locos ríen también de los actos humanos estrafalarios, de los canales de navegación y los dragados, de los lagos artificiales y las torres de acero y vidrio construidas en sus riberas. 

Quién se haya asomado al río, a poco notará que es algo permanente en el vértigo como en el remanso de sus aguas.  

Del portoncito, a dos leguas más o menos, fluye eterno e impasible en dirección al este. Y el destino de entremezclarse con la mar salada.  

Mi vista está gastada y no lo veo, pero sé que está allí.  

Por él presiento las sudestadas, como en algunas madrugadas escucho las sirenas de los buques cerealeros, si no, noto la afiebrada caricia del viento norte arreando tempestades. 

El galpón de la sociedad de fomento, en los días lluviosos reunía a los más viejos, contando, a veces, que el río y sus islas guardaban los secretos de los leprosos, de los braceros fugados de los obrajes, y hasta de luchadores y revolucionarios de diversas cepas. Memoria de los presidentes derrocados… decían en voz baja.  

Es la forma que tienen de perdurar en tiempo y espacio, los grandes ríos de nuestra américa, aunque muchos no lo entiendan… 

 

Siempre tomé el mate en soledad, a lo más, rumiando sobre cosas nomás.  

Dicen que las cosas están muy cambiadas, pero muy cambiadas, aunque no lo parezca. 

¿Será por eso, al decir del griego, que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río? 

Recuerdo a mi padre y yo, apabullado, sin alcanzar a imaginar el hongo atómico, ni menos a los cuatro jinetes del apocalipsis o el infierno de Dante.  

Más allá del portoncito y la ligustrina me preocupan las nuevas formas de lo desconocido, los disfraces de los asesinos, el semáforo titilando en amarillo. 

Cómo imaginar a los ingleses en tiempos (de relativa paz) bajo el estado de sitio, pasando necesidades, con todo tipo de restricciones, para conjurar la mortandad de sus gentes.  

Quizá, decepcionados de sentirse confinados con sus iguales de la especie humana.  

El imperio británico por un tiempo modeló el mundo, la navegación y las industrias, el pensamiento y el hábito de tomar té de Ceylán. Y eso me da por pensar en los pakistaníes o en los turcos, en los hindúes o irlandeses, en los sudafricanos y en nosotros, los argentinos. 

Sobrevivir da permanencia. 

No así lo estrafalario de una monarquía, lo volátil de las libras esterlinas o el euro, el brexit y la salida británica. 

Y menos ante lo desconocido.  

Que vivo dirán ustedes, con el diario del lunes…  

Y es así, aunque muchos todavía no lo entiendan y tropecemos con la misma piedra. 

 

Disculpen, les cuento de los asuntos temporales. 

Guardo unos pesos en el bolsillo, me escudo detrás del barbijo y encamino mis pasos hasta el mercadito de los chinos. Y lo estrafalario de los precios… 

Permanente, siento que es también el recuerdo de los buenos tiempos, el de los abrazos. 


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