Carnavales y mascaritas./ J. J. FERRITE

     




 

Febrero se presenta lluvioso, con sorpresivos nubarrones en el cielo, chaparrones, y el sopor que produce la aparición aislada del sol, calentando el aire y la tierra de forma tal, que remite a los temibles incendios en estos días de carnavales mefistofélicos. 

Bajo el alero observo como los habitantes de las zanjas reviven, escuchar el croar de los sapos en contrapunto con el coro de ranas; y el alboroto de los horneros, preparando con afán el barro para la albañilería.  

Y los niños correteando con el agua a la rodilla, los más aventureros caminando sigilosos para evitar el rezongo o el dolor de las madres, caña en mano en dirección a la tosquera a pescar anguilas. 

Mis días son de mateada y espera. 

Y el recuerdo de otros carnavales. 

Los bombos, platillos y alguna trompeta desafinada precipitaban a todos en la alegría sin demasiados rebusques, bastaban las ganas de divertirse y a veces, a falta de disfraz una mascarita provocadora era suficiente. 

En Buenos Aires, el carnaval era diferente.  

Contaba mi tío Beto, que allá en La Boca o la Avenida de Mayo los desfiles de carnaval eran cosa seria, a los disfraces de variada y rica confección, secundaban los cabezudos y personajes como la Mamá Vieja, el Gramillero y tantos más de las naciones africanas.  

Ni que decir de las carrozas ornamentadas, que aludían a la imaginación desbordada de sus constructores. 

El pomo de agua, el papel picado y las serpentinas dieron paso, todo se mueve, todo cambia, al spray con coloridas espumas, agregue las gaseosas y esas cosas. 

En esos días se imponen las murgas danzantes, el verso satírico y descarnado que ameritan algunos personajes públicos.  

Los disfraces, los maquillajes y las máscaras, conllevan a la confusión. Miradas procaces, sonrisas incómodas o palabras hirientes, sino como usted prefiera, palabras procaces, miradas incómodas o sonrisas hirientes se suceden al paso de bailarinas bellísimas surgidas de las mil y una noches.  

La confusión y el caos, cuando la diversidad explota en individuos que son lo que son, y lo asumen sin el prejuicio atribuido a los viejos tiempos. Relativo… 

Recuerdo en la nocturna, al profesor de historia y las referencias a la democracia griega y los aquelarres, al imperio romano y las bacanales. A la barbarie y orgías de los primitivos griegos en las películas de Pasolini. 

Disculpe, voy por agua caliente, la cebadura no espera.  

 

Moví la silla al amparo del parral, corre más aire y aprovecho el tiempo que se presenta entre la fina garúa y el tímido sol que asoma. 

El cambio climático es un hecho y advertirlo recién una estupidez.  

Que yo recuerde, hubo conferencias y protocolos al primer nivel mundial, se entiende reuniones de presidentes, científicos y expertos sobre la contaminación, el deshielo y esas cosas. 

En nuestro barrio tenemos un caso reciente, el de la quinta del sirio-libanés. Distante de la portera, hacia el río, unas diez cuadras. 

El sirio libanés era un hombre de otra raza, provinciano de los altaneros, encarador y desprejuiciado a la hora de echar manos a un asunto. Ese era el comentario de sus vecinos. 

Construyó una casa de dos pisos que no alcanzó a terminar, porque un día cualquiera subió al tren Roca y marchó a Buenos Aires.   

Cuando el hombre regresó veinte años después, recitaba anécdotas de toda naturaleza que sólo los niños se detenían a escuchar. Pero el provinciano de figura gallarda, asumía la expresión del dolor o vaya a saber qué culpa, encorvado sobre el bastón, la mirada perdida en la copa del enorme cedro.  

Cuenta Valentín, el jardinero, que el sirio libanés deambulaba extraviado entre sueños y pensamientos, mientras se ufanaba a viva voz, que de joven había cultivado con éxito las dotes oratorias.    

A veces, según el jardinero, desvariaba acerca del añoso cedro y el pasado milenario. Decía en algunos mediodías, cuando la sesera hierve bajo la resolana, que el cedro libanés era ideal para construir la morada de dioses y reyes. 

Porque en el interior del tronco, decía en un mar de recuerdos olvidados, como el oro guarda los atributos de la nobleza, la pureza y riqueza.  

Atributos, digo por mi cuenta, que no sé si todos los dioses y reyes poseyeran. Para qué hacer nombres, que a las gentes buenas pueda herir o incomodar… 

Disculpe voy a terminar con lo del cambio climático. 

Es una realidad palpable, no sólo con las selvas tropicales o los océanos, también aquí, en el barrio Las Retamas. 

Un buen día, Valentín dejó de ver al anciano y a poco el césped dio paso a las malezas. 

El cedro libanés perdió las hojas, a continuación las cortezas, hasta desintegrarse por el empecinamiento de las termitas. 

Sorbí el mate y me dio por filosofar en los matices del carnaval. 

Entre mascaritas y caretas, por ejemplo.  

 

Por J.J. Ferrite, 17 de feb./21 

Comentarios

Entradas populares