La niña de la bicicleta rosada. Por J.J. Ferrite


 ¿Por dónde comenzar? 


Por hacer enojar al sol, que no logra escurrir sus rayos por la copa del algarrobo, enorme como el increíble Hulk. Por escuchar el tronar de la lluvia y el repique sobre la lona con música de frituras. Por oler el perfume de los tréboles en flor, que en primavera pintan de manchitas rosadas el terraplén de la autopista, o gustar del rosado de las flores apiladas en el carrito de la vendedora o del atardecer sonrosado, que tiñe las nubes por sobre las cabinas del peaje.  


¿Por qué no pintar los automóviles ni edificios de rosados? 


¿Por dónde comenzar?  


Por el deseo de tener una bicicleta como tienen otras chicas. No saber si es bueno o malo envidiar, pero es un sentir raro, ver pedalear a los chicos camino a la escuela de la plaza Martín Fierro.  


Hace un tiempo, ir a la escuela era disfrutar los días más felices, pero ahora no, desde que Ella dijo que no quedaba otra que mudar de la vieja casa. La gente prefería cruzar la calle para escapar de la vereda rota y las raíces de los plátanos, o de las paredes descascaradas del frente y el misterio, al recordar la casona de la familia Adams. Esas son cosas de extrañar con tristeza, para a veces, sorprender a Ella en un rincón sin poder contener las lágrimas.  


Comenzar por el pasado, todo es pasado desde que él y los tres varones se fueron a trabajar en la juntada y al caer el día, como tantos, pasar por el depósito y ganar un dinero que para poco va a alcanzar.  


Bajo el toldo es otra cosa. Ella, al decir que el viento y el frío son cosas del diablo, no hace otra cosa que meter miedo y eso es lo que hace destrozar los nervios de cualquiera. Es entonces cuando no queda otra que encender un fuego, puede parecer raro, pero es lo mejor para espantar a los malos espíritus y también a las ratas.  


Son otros los habitantes de la noche, que eligen ignorar la carpa y estar en sus cosas.  


Los tipos al detener la marcha para buscar una mujer o un marica bajo el puente de la autopista, transar con drogas en la parada del 79 o al pasar, con algún cliente que baja la ventanilla en un pase rápido de dinero por merca, o algún otro, empezar a correr al escuchar la sirena del patrullero.  


Soñar despierta, le dije a la asistenta social, así porque soñar al dormir es imposible; la muchacha dedicó una sonrisa sincera y a anotar en una planilla, mirar alrededor y volver a tomar nota, otra sonrisa y convidar con un caramelo; sí asistir a la escuela, a tercer grado pero ya no, ¿cómo puede ser?, mudar de casa fue la causa, alcancé a responder; la asistenta social no paró de anotar y sonreír; sí ir y venir a la escuela de la plaza como cualquier niña pero ya no, a recibir la ayuda o beneficio puede saber Ella porque es la que sabe, el documento de identidad se fue a perder y dicho sin culpar a la mudanza, pero la memoria a de recordar los ocho números de la cédula, si es tu parecer lo puedo recitar; no hace falta respondió la otra, al esconder cierta culpa y decir que el ministerio sabe todo de ustedes; Ella es la que puede saber que decir, pero paciencia, a veces pasan días hasta caer en el saber qué, de los del ministerio, dije con la confusión que trae el perder la hora de la comida y comer cuando se da una vuelta Barrabás, sí un apodo de alguien que se acuerda de las amigas de la calle; la asistenta social terminó por anotar creyendo comprender; sí por eso bajar de peso como los boxeadores puede llevar a peso mosca, ¿de dónde pude sacar eso? no sé mentir, pero tengo un tío que vive en Gerli y es entrenador en el club de don Cacho; por hoy es demasiado dijo la muchacha para dedicar una última sonrisa sincera y triste al entregar la bolsita de caramelos y una caricia para preguntar si gustaría hacer algo en alguno de los talleres; ¿del ministerio? pregunté con temor; mejor dijo la otra, en la capilla a tres cuadras de aquí, ¿por qué? porque es mi deber preguntar, dijo vacilante ante el más simple de los pedidos.  


¿Pueden dejar que sueñe con tener una bicicleta rosada?  


(espacio) 


Subir emocionada a la bicicleta rosada, el regalo de Barrabás encontrado en un contenedor de la avenida Jujuy, ha de permitir realizar el sueño, después de tantos llamados de atención o amonestar por vivir soñando. 


Alcanzar la bicisenda y dejarse llevar por los misterios de la ciudad, conocer gente y callecitas o avenidas con cuidados canteros, a policías de mirar intrigante a lo que pueda mover, ver personas de andar perdido y murmurar ajeno, o jóvenes de mirada desenfadada reunidos en cualquier lugar.  


Si no, escuchar ante los semáforos las bocinas y el maldecir sincronizado en cada cruce de calles, pero a la bicicleta rosada poco le importaba, rodando derechito o zigzagueante entre la multitud atropelladora, que misteriosamente, al llegar a los grandes edificios de vidrio desaparecía o se multiplicaba como las palomas al picotear un pan duro. 


Sentir miedo y alegría fue todo uno, cuando la bicicleta rosada comenzó a remontar leve vuelo sobre las copas de los árboles y las líneas trenzadas de los cables, con sobrevolar gracioso por los techos de pizarra de las antiguas casonas, hasta sobrepasar, más allá de los edificios puntiagudos como los picos de las montañas y así alcanzar a ver con asombro el río salpicado de brillos y risas. 


Y la emoción de estar ante la magia del gran río por primera vez. Y llorar como una tonta. 


Eso parece mostrar el escondido río, (dijo una voz cálida como la brisa del norte), grandioso para humillación del arrogante puerto, humilde hasta fundirse en la línea del horizonte, sin importar que surquen sus aguas las compañías navieras ni ensucie el lecho la podredumbre de los desechos industriales.  


La bicicleta rosada se elevó un poco más, y así poder mirar en derredor como para empequeñecer a cualquier ser vivo. 


Comparar la ciudad a un puzzle de los grandes, otro de los regalos de Barrabás, no es cosa de locos. Al parecer todo encaja a la perfección, calles y avenidas se ensamblan con las arboledas y los estadios, con los muelles y la boca del Riachuelo, y lo que dicen primer anillo, la avenida de circunvalación desde el (oscuro) puente La Noria al (pomposo) Río de la Plata. 


Sentir un cosquilleo al descubrir el paisaje de la gran ciudad, desde las lujosas cúpulas de las iglesias y el Congreso a los sucios techos de las estaciones de trenes, y las villas miseria coloreadas a nuevo, imaginar en otro día con poder curiosear hasta el último rincón y los sitios escondidos; como los túneles del tren subterráneo o los tenebrosos sótanos o los románticos zaguanes, mirar todo de sólo rodar a nuestro antojo.  


De pronto, la bicicleta rosada comenzó por realizar giros espiralados, a la velocidad de una calesita y a la altura de un dron espía, como ellos, empleó horas donde giraba locamente, para de pronto sostener en el aire imitando el vuelo silencioso de algunos insectos. 


Para al fin caer en cuenta del cercano atardecer y ver a Ella saludar agitando la mano, y la bicicleta rosada con la gracia de una hoja aterrizar junto al amparo del toldo.  


 (espacio) 


Escuchar el vozarrón ronco de Barrabás con el anuncio de traer comida y despertar bajo las frazadas fue todo a una.  


Y tan contentas las tres… 


 


J.J. Ferrite, 21 de marzo/21 

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