Por el río Paraná. por J.J. Ferrite

 L 1° DE MARZO DE 1870, DESPUES DE CINCO AÑOS  DE GUERRA, QUE EMULAN POR EL SANGRIENTO SALDO A LA GUERRA DE SECESION ESTADOUNIDENSE, EN CERRO CORA, CERCAN Y DAN MUERTE AL MARISCAL SOLANO LOPEZ Y LOS  SUYOS.

VAYAN ESTAS HUMILDES LINEAS EN MEMORIA DEL HEROICO PUEBLO PARAGUAYO, EN PARTICULAR, A LOS NIÑOS SOLDADOS


 

Por el río Paraná venía navegando un piojo, con un hachazo en el ojo y una flor en el ojal, cantó el viejo criollo. 

Quiero todo, respondió míster Williams.        

(espacio) 

La casa con el paso del verano se ha convertido en un horno. De nada valen las puertas y ventanas abiertas, ni el ventilador, que por las noches imprime correntadas de aire asfixiante. 

Acomodo la silla bajo el parral dispuesto a prosiar en soledad, con los pájaros, sin plan ni tiempo, en tanto se oye el paso del tren de las cinco y veinte a Temperley.  

Muchas cosas cambiaron y seguirán cambiando, se me ocurre divagar con el primer mate. 

El silbato de la máquina a vapor cedió a la bocina afónica del tren eléctrico, y el trum-trum sobre las viejas vías es sólo un recuerdo barrido por el siseo de la formación “made in China”, desplazándose a gran velocidad. 

Y una vez más la peste, rondando las zanjas y los pajonales… 

Las nubes coposas y blanquísimas como la nieve, se elevan amenazantes sobre el río, un río invisible pero presente, eterno. Apenas cruzar el portoncito, se camina y camina hasta llegar al bajo, sin atajos porque los barrios avanzan sobre la pampa; aunque eso no es obstáculo para que los jóvenes con sus bicicletas, alcancen los favores del horizonte sobre el río.  

En las noches de calma chicha e insomnio, alcanzo a percibir las sirenas de los grandes buques mercantes anunciando el rumbo a Rosafé.  

Una travesía de vencedores, he pensado algunas veces. 

Creo recordar de un libro de Hudson, entre páginas amarillentas, las que refieren a la partida de truco entre el viejo criollo y míster Williams. 

Reza en las páginas con un doblez en la esquina, de una partida compleja donde pispiar las barajas y el cálculo de la siguiente jugada absorbía los pensamientos del criollo y del inglés. Un jarro de ginebra y otro de whisky contrabandeado completaban la escena. 

Dicho con respeto míster Williams, habló don Lucio.  

La naturaleza puso cada cosa en su lugar, la pampa aquí, la cordillera más allá y el Paraná a través del suelo de este bendito país. 

El inglés esperó la jugada del otro, mientras aspiraba la pipa de raíz de brezo. 

Que quiere que le diga. Suena a leyendas de bucaneros, continuó el criollo, con patentes de corso para incursionar por la mar salada, lo entiendo. Pero la pretensión de surcar a puro antojo por los ríos navegables… ¡Vaya ocurrencia!  

Imagine usted el absurdo, dicho con respeto míster Williams, echar amarras en cualquier puerto del río Misisipi, o del Amarillo, o del Nilo, del Rin o el mismísimo Támesis. 

El extranjero sopesó las palabras del nativo y callado jugó un naipe. Se guardaba para el final la mejor carta, la del remate. 

Don Lucio, retrucó el inglés, usted comprenderá que la artimaña en la Vuelta de Obligado demorará las cosas… pero difícilmente torcerá el anhelo de libertad y la vigilia comercial de la flota internacional. Nos asiste el derecho a la libre navegación. 

Soy un hombre con ambiciones de progresar, don Lucio, pero apenas un comisionista entre cientos de la casa “Carlisle, Smith & Cía.”. Usted me entiende. 

Desperté preso de la pavura por el estruendo del cañoneo para el lado del río.  

Las nubes se habían teñido de grises espantosos, como la pintura de los viejos hospitales, y los truenos de modo esporádico irrumpían evocando otras guerras.  

Los títulos de los periódicos, como ocurre desde la invención de la imprenta, harían el resto. Me sentía viejo y cansado de las noticias y falsas noticias de cada día, en boca de cronistas que propalaban un mensaje signado por las dudas y palabras de mala fe.  

Bastan dos personas, de ademanes y sonrisas estudiadas, vistosas en la pantalla, pero sin poder dominar su costado chabacano. Hombre o mujer, indistintamente.  

Calenté agua y reinicié la mateada. Harina, grasa y sal no faltan en la casa de un criollo… 

Y el comino y la canela tampoco, como en los tiempos del general Mansilla, asegún contaba Hudson. 


En la mano siguiente, el inglés puso cuidadosamente sobre la mesa una baraja sin importancia, pero con la intensión de descubrir o suponer las cartas en mano del otro. 

Perdió la mano anterior, porque su ladino adversario se había reservado un as de espadas para el final. 

Orejeó las cartas de la mesa, pero se distrajo mientras recordaba que su aprendizaje ocurrió en los muelles de Liverpool, llevando y trayendo información de las cargas, registro del contenido y libras de peso, el destino al oriente o el occidente, si no, el puerto de procedencia.  

Ahora la misión era más difícil y el aprendizaje otro, bajo el aspecto de un comisionista de la casa “Carlisle, Smith & Cía.” se escondía un espía al servicio de Su Majestad. 

Fenómenos de época, algunos agentes disimulaban su móvil encubierto en hombres de ciencia, botánicos o geólogos, otros invocaban un doctorado en Oxford o Cambridge para asimilarse en las élites portuarias del nuevo mundo. 

El plan del Foreign Office era estratégico, planetario y de largo alcance.  

Las relaciones diplomáticas con Buenos Aires eran relativamente buenas, y sobre el reciente hostigamiento en el río Paraná a la flota internacional, la agencia lo calificaba, como un episodio de menor cuantía.  

El asunto principal pasaba por Asunción y el dictador López. 

Don Lucio por su parte, mintió un envido, como para despabilar a míster Williams que respondió no querer. Estaba clavado que el inglés iba sobre seguro, sin gracia para entender un juego de barajas que condensaba la valía y miserias de la vida. 

Pero el comentario del míster lo sorprendió. 

Me gusta este juego, dijo ufano el inglés, mientras invitaba a otra medida de ginebra y whisky. 

Se da cuenta don Lucio, que barajar el mazo implica tentar al destino… no le hablo como comerciante sino como un simple viajero que ha navegado por cinco mares. 

Continúo, dijo míster Williams, dar las cartas abre la posibilidad de avizorar el futuro, como quién lo imagina desde la cubierta de un buque o del carajo del palo mayor. 

Créame don Lucio, la inmensidad de las aguas despierta los sueños de los hombres libres… como que hay un Dios.  

Es sólo cuestión de tiempo establecer un enclave comercial más, estrechamente vinculado a la Corona Británica. Por lo pronto don Lucio, los cambios ya están a la vista.  

En estos días, la Guerra del Opio a su fin, dio paso a un tratado y la isla de Hong Kong es parte del Imperio. Como las Falkland Islands, que como usted comprenderá don Lucio, por ahora no revisten mayor importancia y los entredichos y reclamos llegarán a buen puerto por la vía diplomática. Por ahora, baste con que los balleneros puedan hacer su faena y llenen las bodegas de esperma.  

El futuro dirá lo suyo… 

Míster Williams jugó la carta a su turno, pero sus pensamientos estaban en el próximo informe a la Oficina. No habría libertad comercial sin imponer, de modo ejemplar, un nuevo orden aguas arriba del río Paraná, y para eso, derrocar al dictador López era imperativo.  

Y restringir las aspiraciones del puerto de Buenos Aires y su gobernador J.M. Rosas.  

Escribiría en el informe, que el paso previo a la conquista de Asunción, era conseguir un acuerdo aceptable, o instruir con los amigos en Santiago o en Montevideo los apoyos necesarios para cambiar el gobierno de Buenos Aires. Mientras tanto, el bloqueo naval y comercial en marcha, desgastaría al gobierno de Rosas y haría trizas la expoliadora Ley de Aduanas. 

Un vaticinio de la suerte que tocaría, una vez llegada su hora, a la propia Asunción. 

Flor y truco, dijo don Lucio de modo imperativo. 

El comisionista de la casa “Carlisle, Smith & Cía.” se fue al mazo, refunfuñando por la esquiva suerte en el juego.  

Tienen todo míster Williams. ¿Por qué las guerras sin fin? preguntó don Lucio mientras se embuchaba el resto de la ginebra. 

El otro levantó el jarro de whisky a modo de un oscuro brindis. 

Porque el fin no es la guerra, sino las deudas que contraen los derrotados. 

Eso creo don Lucio. Yo apenas soy un comisionista de “Carlisle, Smith & Cía.”, dijo míster Williams, dejando al irse, tres peniques sobre la mesa. 

 





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