¿Tenemos que salvar a las afganas? / CTXT

Promover una narrativa salvacionista sin escuchar las voces de las afganas ni demandar un proceso de justicia transicional en el que se juzguen las violencias cometidas contra ellas por todos los actores del conflicto es ser cómplice de su situación <b>Carolina Bracco (Anfibia) 24/08/2021

Un grupo de mujeres afganas protesta en las calles de Kabul contra los talibán (Afganistán, hace unos días).

Un grupo de mujeres afganas protesta en las calles de Kabul contra los talibán (Afganistán, hace unos días). T13 A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! La nueva toma del gobierno afgano por parte de los talibán pone el foco en la situación de las mujeres de ese país, cuyas fotos se viralizan bajo consignas que dan por hecho el “regreso del apartheid de género”, aunque todavía no se anunciaron medidas. En un contexto de internalización del movimiento feminista, Carolina Bracco analiza la escena y pone en jaque la vieja retórica salvacionista que legitima los imaginarios construidos en torno a las musulmanas desde una mirada colonial. Casi veinte años atrás, luego de los atentados a las torres gemelas del 11 de septiembre, Estados Unidos y sus aliados comenzaron una “guerra contra el terror” bajo la justificación de liberar a las mujeres afganas de la opresión de los talibán. Tras dos décadas de invasión militar, que incluyeron graves violaciones a los derechos humanos, la caída de Kabul y la nueva toma del gobierno por parte de los talibán volvió a poner el foco en la situación de las mujeres, ubicándolas –una vez más– en el lugar de víctimas pasivas de una sociedad que se presenta como bárbara y atrasada. La obsesión de Occidente con el sufrimiento de las mujeres musulmanas no es nueva y, sobre todo, no es inocente. El clamor mundial por la libertad y los derechos de las afganas, impulsado en 2001 por las primeras damas del momento, Laura Bush y Cherie Blair llevaba implícita una idea formulada casi un siglo antes con la misma intención: legitimar la invasión de los países de mayoría musulmana. Con este fin se actualizó la construcción del islam como enemigo de Occidente y el imaginario de la mujer musulmana como oprimida y víctima que debe ser salvada. En el caso afgano, el burka ha pasado a simbolizar la opresión de las mujeres y su imposibilidad de cualquier acto de resistencia, sin mediar ninguna contextualización La clásica formulación de Gayarti Spivak de que los “hombres blancos buscan salvar a la mujer de color del hombre de color” toma una forma más peligrosa cuando las feministas blancas hacen suyo ese discurso que impregnó incluso a los sectores y medios de nuestra geografía que se piensan como progresistas. Allí desfilan improvisados analistas internacionales hablando del islam y el status de las mujeres, dos cuestiones que se presentan como irreconciliables. Las limitaciones de esta premisa tienen al menos tres causas: – La primera es que sobredetermina el status de las mujeres a cuestiones relativas a “su cultura” y lo hacen inmutable, con la conclusión de que su emancipación es imposible hasta que se liberen del islam. – La segunda es que oculta la historia del desarrollo de regímenes represivos en la región y el rol de Estados Unidos y sus aliados en esa historia, fomentando únicamente la rivalidad entre Occidente, donde las mujeres son libres, y las sociedades musulmanas donde las mujeres están ocultas bajo un velo que simboliza su opresión. – La tercera es que la imagen de la mujer musulmana como poco más que una esclava ha contribuido históricamente a la construcción de la libertad imaginaria de la mujer occidental. Así, el repentino y fugaz interés de los medios en el posible deterioro de los derechos de las afganas se funda en estas limitaciones e informa más sobre los medios y la forma en la que consumimos el sufrimiento ajeno, que sobre la realidad de las afganas. En el marco de las discusiones actuales y del fortalecimiento del movimiento feminista como sujeto político no deberíamos esquivar estas cuestiones y preguntarnos ¿Por qué necesitamos salvar a las mujeres afganas? La obsesión occidental con el velo y la identificación de su uso con una supuesta opresión/sumisión ancestral de las musulmanas tampoco es nueva. A comienzos del siglo XX, las europeas apoyaban y fomentaban la misión civilizatoria del colonialismo para liberar a sus “hermanas musulmanas” tal como en 2001 lo hacían las primeras damas y hoy lo hace nuevamente el feminismo colonial y buena parte del progresismo global. En el caso afgano, el burka ha pasado a simbolizar invariablemente la opresión de las mujeres y su imposibilidad de cualquier acto de resistencia, sin mediar ninguna contextualización o esbozo de comprensión. El burka es una pieza usada tradicionalmente por las mujeres del pueblo pastún, uno de los numerosos grupos étnicos de Afganistán. Como muchas otras formas de velación, simboliza la respetabilidad de la mujer que lo porta y la pertenencia a una comunidad específica además de proteger de las miradas y el acoso de los hombres fuera del hogar. De esta manera, se porta como una forma legítima de transitar el espacio público. En los países de mayoría musulmana los motivos que cada mujer tiene para llevarlo son variados, pero suelen responder a los estándares sociales que se consideran apropiados en su comunidad.

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