CRÓNICAS PARTISANAS Chanquete ha muerto / CTXT

En los 80 Antonio Mercero nos hizo creer que uno podía vivir de okupa en un barco y defenderlo cantando canciones chorras. Luego llega la hora de la verdad y la policía de 2021 te dispara a bocajarro por defender el ‘gaztetxe’ Xandru Fernández 5/09/2021

Del barco de Chanquete no nos moverán.

Del barco de Chanquete no nos moverán. RTVE A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! No todas las décadas duran lo mismo. A mí, por ejemplo, los 70 se me pasaron relativamente rápido, pues, aunque nací con la década, o precisamente por eso, me tiré unos cuantos años en fase de pruebas, que si controla los esfínteres, que si ponte a caminar, que si aprende a hablar y estate calladito y ni se te ocurra señalar la paradoja implícita en esa orden. De modo que, cuando quise darme cuenta, Franco ya había muerto y una vecina, desde una ventana, nos decía que volviéramos a casa, que no había escuela, que acababa de empezar la Transición. En cambio, los 80 me duraron la tira. Porque los empecé de niño y los acabé siendo joven, y entre una cosa y otra fui adolescente, que es algo que mi padre no había podido ser, o eso decía él. De modo que puedo imaginarme los años 80 como una cosa muy larga que contiene muchas vidas y posibilidades, en absoluto reductibles al “enriqueceos” felipista, a la reconversión industrial, al sida o a la amenaza nuclear. Y eso sin contar con los falsos 80 que la industria del entretenimiento se pondría a fabricar con el paso del tiempo para monetizar la nostalgia de los de mi quinta y anteriores. Nosotros mismos llegaríamos a inventarnos pasados alternativos, adolescencias fabulosas más parecidas a Los Goonies que al Barrio conflictivo de Barricada. Incluso Spielberg, quien pasa por ser el creador de los 80 como estética, eliminó las armas de fuego en E.T., sustituyéndolas por walkie-talkies, cuando restauró la película para el mercado del DVD. Como si en los 80 la policía no entrara armada en domicilios particulares. El progreso de un país puede medirse en variables relacionadas casi exclusivamente con lo que hace y puede hacer la policía. Yo nací en un país en el que la policía podía hacer casi cualquier cosa. No se lo recomiendo a nadie, y tampoco recomiendo abordar el tema desde la balanza de maximalismos con que la izquierda transicional pesaba sus contradicciones: no se trata de ser o no ser utópicos, ni se trata de elegir entre la ilusión de una sociedad sin policía o la ilusión de una policía al servicio del pueblo: nos bastaría con tener claro que, así como los camioneros no tienen licencia para embestir al prójimo con su vehículo homologado, tampoco la policía debería poder abrirle la cabeza a uno a poco que se le ponga a tiro. Crecí en un país donde la policía hacía prácticamente lo que le daba la gana pero de vez en cuando se tropezaba con algún obstáculo en forma de barricada o de juez. Había más barricadas que jueces de nuestro lado, todo hay que decirlo, y solían ser más eficaces. Pero tanto unas como otros contribuían a generar una incomodidad policial que siempre le viene bien a una democracia. La Ley Mordaza ha sido en ese sentido un paso atrás. Grande-Marlaska ha sido otro. Dos pasos muy grandes y los dos muy atrás. A finales de los 80, José Luis Cuerda imaginaba un país donde la Guardia Civil disparaba contra el sol por salir por donde no toca. A principios de aquella década, Antonio Mercero imaginaba a los niños de Verano azul parando el desahucio del barco de Chanquete con canciones. El tal Chanquete vivía, sí, en un barco varado en un huerto, algo que supongo que dejaría de ser legal poco después, igual que tantas soluciones habitacionales que obstruían la expansión del ladrillo y el cemento. Mercero retrataba a aquel viejo con simpatía, pero con la condescendencia del que sabe que lo va a sacrificar en el penúltimo capítulo. Y por eso en la cruzada de Chanquete contra la especulación inmobiliaria la policía no se ponía del lado del capital sino todo lo contrario, comparecía al final del episodio para poner paz y dar la razón al viejo y a su guardia pretoriana folkie. Claro que tampoco en Los Goonies intervenía la policía hasta que los niños no habían probado su valor enfrentándose ellos solos a los malos. La diferencia es que los niños de Los Goonies hacían todo aquello por salvar a sus familias de la codicia de la industria inmobiliaria, mientras que los de Verano azul, aunque hicieran lo mismo, lo hacían por un extraño. Aquellos niños se avergonzaban de sus padres, lo que no debería sorprendernos: eran padres entregados a la orgía consumista del aspirante a propietario, esforzados agentes del orden económico vigente, que se iban a veranear al quinto pino para poder allí sacar pecho y humillar al aborigen (¡pobre Pancho!) y enfrentar la vergüenza de su prole sin que el vecindario y sus jefes se enterasen. Clase media aspiracional, diría alguien. Hoy son el modelo de muchos de sus nietos, pero nosotros, en cambio, comprendíamos a sus hijos y, aunque nuestros padres no pudieran llevarnos de vacaciones a Nerja, o quizá por eso mismo, nos solidarizábamos con aquellos niños pijos y sentíamos que su vergüenza era legítima y sincera. Comprendíamos que si adoptaban a Chanquete como mascota, a pesar de que no pudiera hacer levitar objetos, como E.T., y aunque todo su ingenio retórico consistiera en repetir topicazos de la sabiduría civil ibérica como quien farfulla “mi casa” y “teléfono”, era porque mejor un abuelo conocido, aunque fuera el de otro, que un padre por conocer, aunque fuera el de uno. Antonio Mercero nos hizo creer que uno podía vivir de okupa en un barco y defenderlo cantando canciones chorras. Luego llega la hora de la verdad y la policía de 2021 te dispara a bocajarro por defender el gaztetxe. Quizá es porque Chanquete ha muerto. O porque los 80 no fueron como ahora los contamos.

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