Por Horacio Verbitsky
La negociación de la deuda externa y la descomposición de la Justicia han sido los temas centrales de las primeras semanas del año, mientras El Cohete hacía una pausa en su navegación.
Contra lo que el Presidente viene diciendo desde antes de asumir (y el Ministro de Economía lo repitió durante dos años), ahora sabemos que no se trata de reestructurar la deuda enorme que contrajo Macrì, estirando los plazos y reordenando las cargas, sino de un refinanciamiento por el cual la Argentina recibirá más dinero del propio FMI para pagarle lo adeudado. Fue el 25 de noviembre de 2019 que el recién electo Alberto Fernández dijo que no quería más plata del Fondo, porque sería como tratar de curarse la borrachera tomando más vino. Eso es precisamente lo que ocurrirá, y además la Argentina firmará el compromiso de cumplir determinadas metas fiscales, monetarias y de comercio exterior, y el FMI enviará a la hermosa ciudad de Buenos Aires a sus principales devoradores de bifes de chorizo y degustadores de malbec, a que cada tres meses revisen hasta el bolsillo del caballero y la cartera de la dama para controlar que no haya habido desvíos de lo prometido ni inconsistencias que obsten a su cumplimiento futuro. Esta revelación escandalosa no provino de un tuit de Cristina ni de una declaración de Máximo, sino de la exposición del Ministro de Economía Martín Guzmán ante los gobernadores, el 5 de enero en el Centro Cultural Kirchner. Como en el cuento de Poe La carta robada, el ministro puso el secreto mejor guardado a la vista de todos. Tuvo tanto éxito que ni los que lo escucharon se dieron cuenta de la larga agonía que le espera al país por ese sendero. El primer año después de la firma será de celebraciones, el segundo de elecciones. El Fondo podrá precipitar el temido default cuando se lo proponga, salvo que el Congreso niegue su aprobación al trato y lo desencadene antes. A esto se reducen las opciones que asoman en el horizonte.
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