Resplandores de la colina 937 que Alejo Pertinente no ha podido olvidar… / J. J. FERRITE

A mis profesores de Historia del Liceo Nº 4. En la triste hora de la guerra entre Rusia, Ucrania y la OTAN. Esta vez, remontarme a fines de los años sesenta me resulta un ejercicio inútil. Para qué recordar asuntos que mantienen la vigencia de algo que uno quisiera olvidar, aunque sin poder clausurarlo ni evitar asociarlo al misterio, tal como ejerce una ruina milenaria ante los ojos del viajero. Serían aquellos asuntos, me pregunto tardíamente, acontecimientos anunciados con rigor periodístico o simples titulares para curiosos que deambulan por las calles, como fuese, persisten en mi cabeza como la parte sórdida de una realidad más compleja de lo anunciado… Pretender reducirla, como comprendo después de tantos andares, conduciría a unos a peregrinar por el camino de los dogmáticos, y a otros, visitar bares o farmacias o la compra al menudeo de sustancias milagreras, que conlleven a un respiro tan solo, esperanzado y efímero en medio de la sociedad y sus inmundicias. ¿Por qué traigo a cuento recuerdos de los sesenta? Porque ayer nomás al poner un poco de orden en el tallercito, una pieza de tres pasos por tres que al paso de los años dio cabida a un banco, la morsa y las herramientas de trabajo, fue que encontré la revista en la caja donde guardaba los formones. La tapa en papel brillante había sobrevivido a la humedad y sus hojas todavía mantenían un lejano perfume a tinta de las imprentas. La tapa destacaba el nombre, Selecciones de Reader's Digest. Como en primer plano el índice presentaba una guía al interés de sus lectores, que según decían se contaban por millones de personas que abrevaban diferentes idiomas. Por ello, las incontables traducciones de las revistas publicadas a uno y otro lado de la cortina de hierro. Un tipo de guisado informativo que contenía asuntos por demás diversos y un hilo conductor pro occidental, como se desprendía apenas ojear el índice: Apolo 8 primer viaje del hombre a la luna; Vietnam, la conquista de la colina 937; La ballena se extingue; Otra muestra de la perfidia comunista, que como un estilo distintivo se mantenía en los millares de temas abordados por Selecciones. (espacio) En el apartamento de mi niñez no había libros salvo el manual de la escuela, pero en el sótano del edificio a un costado de la caldera se apilaban diarios y revistas a montones. Life tenía fotografías notables que exaltaban el dramatismo en blanco y negro, Vogue era la preferida de mi madre y entre otras, estaban las pequeñas Selecciones. En el sótano se guardaban los enseres para la limpieza de las escaleras y del pequeño hall, los vidrios y bronces de la puerta del edificio. Ese trabajo corría por cuenta de mi madre y en esas ocasiones, con la caldera apagada, me estaba permitido bajar al sótano y husmear a mi gusto. Sin buscarlo, fui descubriendo como el Apolo 8, el universo de la lectura placentera. Mi padre trabajaba durante el día en la construcción y por las noches se encargaba de retirar las bolsas de basura de los siete apartamentos, encender las luces permanentes de la entrada y saludar cortésmente a las personas que cruzase por allí. No había ascensor y eso, según mi padre, simplificaba las cosas. Ocurrió por aquellos años que Pocitos fue cambiando de cara, empezando por una fila de edificios frente al mar y los nuevos vecinos, hijos de europeos blancos, funcionarios o profesionales con estudios. Ser empleado bancario, era por aquellos años, el sueño de muchos jóvenes de Pocitos. En cambio los otros europeos, los llegados del Mediterráneo o las montañas balcánicas, vivían en barrios de la periferia montevideana, en las barriadas ocultas, Punta de Rieles, Colonia Nicolich o Piedras Blancas. Lejos del centro de la ciudad por su sola condición de pobres o perseguidos o rústicos, como la mayoría de los campesinos o mineros o pescadores de cualquier parte del mundo. El grito destemplado de ¡africani! de parte de los milaneses a los italianos del sur, lo tomé como parte de la poética, trágica como humanista, de las películas de Luchino Visconti. Una mirada descarnada sobre el racismo que se permitieron los europeos en la Europa de la posguerra. Disculpe usted el desvarío, pera nada en este mundo ocurre por casualidad. (espacio) La conquista de la colina 937, atrajo mi atención sobre la guerra tan lejana como crónica que azotaba a otras latitudes. Las páginas de Selecciones me resultaban una ventana a mundos tan alejados como Indochina o los mares de la ballena blanca. En el país, la guerra civil agonizaba en las últimas montoneras blancas, asuntos de principios del siglo veinte, le cuento de los tiempos de Aparicio Saravia y José Batlle y Ordóñez. Pero pocos recuerdan y de eso, con la ayuda de los libros de historia y You Tube, se entiende. Testimonios vivientes de aquellos tiempos ya no quedan. Mucho menos de los Charrúas y otros pueblos de los ríos que algunos pretenden reinventar… A poco de la intervención de los norteamericanos en la guerra de Vietnam, Selecciones publicó regularmente sobre algún aspecto, si se quiere lateral, que involucraba el rol de los soldados o los pilotos de helicópteros, alguna acción bélica como un canto a la libertad, el testimonio confidente de una enfermera o una de las tantas batallas donde en alguna parte ondeara la bandera de las barras y las estrellas. La conquista de la colina 937 se inscribe en ese tipo de relatos poco menos que alucinantes, que emborrachan los mapas de los estrategas y las brújulas de los pilotos. Los corresponsales de guerra atribuían al teniente coronel, Jonathan J.B., la orden de tomar la colina 937 “a cualquier precio”. Lo concebido como una acción rápida, en el laberinto selvático se prolongó indefinidamente. La primera columna que intentó subir la colina fue arrasada por fuego de ametralladora. Lo que se pensaba como un asunto de tres días, se extendió a diez días de combate mientras los aviones barrían la zona con bombas incendiarias allanando el ataque final. Al décimo día, fuese la barbarie de los incendios como las víctimas que alcanzaban a escapar al napalm, le siguió la intervención del famoso helicóptero artillado, Crazy Love, pintado en el fuselaje. Según los corresponsales, inmunes a los gases y el absurdo, en tanto escribían sus notas en un pequeño block no daban crédito al derrotero del helicóptero, que de modo alocado o perdido el objetivo, barrió no sólo a la colina 937 sino también a los soldados estadounidenses que se empeñaban en cumplir las órdenes de su teniente coronel. Para entonces, según constaba en más de un block sucio y chamuscado recuperado en el campo de batalla, las tropas de asedio llegaban a un par de miles de combatientes. Todo casi culminó con la foto archiconocida, de un reportero gráfico al pie de la colina, que retenía la fugaz escena guerrera. Como en una escena de básquet, unos soldados agachados y otros tratando de clavar en lo alto de la colina el mástil de la bandera y otros más empujando a puro instinto, agrupados como animales asustados, protegiéndose de las balas perdidas… Pero la fotografía, más que otra cosa, parece reflejar no solo el momento épico sino el sentimiento mismo por una causa. Causa que al parecer, queda librada a la mente de cada individuo sobreviviente, en ese coctel con sabor a la gloria de los triunfos y los pesares de las derrotas. Quizá porque las guerras son un asunto que se justifican en defensa de la libertad, pero lo no dicho, acerca de los negociados de unos pocos. Dos días después, mientras los soldados sobrevivientes se retiraban cargando los cuerpos de sus muertos, el teniente coronel sin inmutarse, confesó avergonzado el cabo a su mando, dio la contraorden de abandonar la insignificante colina 937… (espacio) Mi idea de la guerra de Vietnam no provenía exactamente de Selecciones, sino de un profesor del Liceo Nº 4 que al inicio de la clase de historia, dijo que nos mostraría la cara oculta de la guerra, para a continuación mostrar la tapa de una revista francesa. Esa vez, el fotógrafo había captado a un soldado de Vietnam del Sur, posando con el fusil en bandolera y las cabezas decapitadas de dos soldados de Vietnam del Norte en cada mano. Esto es la guerra dijo y no habló más… Reconozco, como que me llamo Alejo Pertinente, no tener el don de la memoria, aunque lleve la maldición de no olvidar. (A.P. 28 de mayo / 2022)

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